–Te quejabas tanto que pensé que no ibas a poder andar por tus propios medios.
–Pues puedo andar, y además dar patadas.
–Me parece estupendo –dijo Logan, dejándola por fin en el suelo.
Merrie Foster no era guapa. Sin embargo, era resultona. Tenía unos ojos verdes que llamaban la atención. La barbilla, que realzaba el temperamento testarudo de la joven, era en cierto modo irregular. Y su cutis lechoso estaba rodeado de densos mechones color canela…
–Por cierto –dijo Kincaid–, gracias por haberme echado una mano con Gloria.
–Te lo debía, por haberme bajado del árbol.
–Lo tuyo ha sido mucho más fácil que deshacerme de esa mujer. Está empeñada en casarse conmigo, a pesar de que he sido educado disuadiéndola. He sido claro, incluso un poco rudo, pero parece que no quiere aceptar una negativa. Como verás, aunque preparé mis vacaciones en secreto, consiguió averiguarlo todo. Por eso, a última hora cancelé el viaje.
Merrie arrugó la nariz y le sugirió:
–¿Por qué no la ignoras simplemente?
–Eso es imposible. Es tan perseverante como un mosquito revoloteando en la misma oreja, toda la noche. Normalmente, no me afecta tanto. Pero la verdad es que necesito unas vacaciones, una playa y todas las siestas del mundo.
–Pues dile que estás casado –le sugirió Merrie–. O que tienes una enfermedad incurable.
–¿Como cuál? –preguntó Logan, enarcando una ceja.
–Soltería en fase terminal.
–No creo que funcione –contestó desanimado el joven, mientras su acompañante se reía.
Logan no podía entender por qué Merrie Foster, le llamaba tanto la atención. Pertenecía al tipo de mujer que trataba de evitar, era explosiva, habladora, en fin, excesiva para él.
Cuando Logan iba a buscar yodo para curarla, ella intentó disuadirlo.
–No es necesario, gracias.
–En serio, necesitas atención médica –dijo Kincaid, preocupado.
–Aunque no vaya a limpiar el baño de nuevo, todavía tengo que pasar el aspirador. Me ha causado algún que otro quebradero de cabeza –comentó Merrie, por el hueco de la escalera.
Cuando Logan reparó en el estado de la casa, se quedó horrorizado. La bolsa de la aspiradora se había roto y el polvo se había esparcido por todas partes.
–Veo que no entiendes mucho de electrodomésticos –suspiró el joven.
–La aspiradora es puro vicio… No hay nada mejor que un escobón de toda la vida y ahorrarse la millonada que te ha debido de costar esa pieza de diseño.
–Sí, claro. Veo que no es culpa tuya. Sin embargo, si yo no me hubiese quedado en mi casa, tú no habrías venido. El bizcocho no se habría quemado, la aspiradora no se habría estropeado, ni te habrías quedado atrapada en el árbol. Estoy empezando a sentirme plenamente culpable…
–Tanto como eso no. Pero no puedo negar que eres un poco estirado y un triunfador compulsivo –dijo Merrie, críticamente.
A continuación, se levantó la blusa para que Logan le pusiera yodo en la espalda. Al ver su cuerpo sin ocultar, el joven se quedó impresionado como no lo había estado desde hacía un montón de tiempo.
«Atención, Kincaid… Recuerda que los opuestos se atraen», dijo para sí el joven, alterado.
Su propia advertencia le resonaba en la cabeza, mientras rebuscaba en el cajón de las medicinas. Era posible que los opuestos se atrajeran, pero tampoco eran compatibles.
Sus padres habían tenido disputas a menudo. Eso les había convertido en seres amargados que habían transmitido su hastío a todos los que habían estado a su alrededor.
Con una mueca de amargura, Logan recordó su infancia desgraciada. No podía olvidar que había sido el niño más pobre del colegio, y que en su hogar había carecido de cariño y apoyo. Además, las peleas entre sus padres habían terminado frecuentemente con la llegada de la policía, advertida por los vecinos.
–Esto te va a doler –le avisó a Merrie, mientras le ponía el desinfectante en la espalda.
–¡Ay! –gritó la joven.
–Lo siento. Si quieres, te llevo al hospital.
–No. Puedo aguantarlo perfectamente.
–Sí… ¿Y por qué has gritado?
–Porque gritar es bueno para aguantar el dolor. ¿Te molesta que me queje? –le preguntó la joven, volviendo la cabeza.
De pronto, como Merrie estaba encorvada mirando hacia abajo, fue consciente de que tenía delante de su vista el torso desnudo de Logan y, más concretamente, la zona inferior de la cintura.
¡El panorama era realmente impresionante!
–Puedo aguantar quejas, pero no las tuyas… –comentó Kincaid.
–Eso está muy bien… sobre todo porque empiezo a pensar que no eres tan espantoso como parecías.
–¿Realmente crees que estoy bien? –la interrogó el joven, con curiosidad.
–Todavía no lo tengo muy claro.
Lo que estaba intentando por todos los medios era conservar la razón, ante el efecto imparable que ejercían sus hormonas.
Se trataba de un hombre atractivo y sexy. Pero, el hecho de haber realizado esa lista de mujeres compatibles para un posible matrimonio, le ponía enferma. Todavía podía comprobar como el atractivo físico no constituía una base lo suficientemente sólida, para mantener una relación sentimental.
–No lo entiendo –dijo Merrie, poniéndose recta de nuevo–. Gloria parece reunir los requisitos de la lista de futuras esposas que tienes pegada en el espejo. ¿Qué es lo que falla?
–¿De qué estás hablando? –preguntó el joven, frunciendo el ceño.
–Esa lista –mostró Merrie, con el dedo índice–. Me parece espantoso analizar así a una mujer. No se trata de una hamburguesa, sino de un ser humano.
–Yo no estoy buscando a ninguna mujer –dijo Logan molesto–. Esa lista la confeccionó mi hermano. Acababa de divorciarse y no quería que yo cayese en su mismo error. Pero, da la casualidad de que no tengo la mínima intención de contraer matrimonio –concluyó Kincaid, tirando una bola de algodón a la papelera.
–¿Nunca? Parece algo realmente definitivo.
–Ésa es la realidad –dijo secamente, por lo cual Merrie fue consciente del estado en que se encontraban los sentimientos de Logan–. El matrimonio, en mi familia, no funciona. Por eso es mejor evitarlo, y si no lo hacemos, lo pagamos caro.
–Sin embargo… , me parece que Gloria es tu tipo, además de tener mucho dinero. Podría ser una gran baza para tu carrera profesional.
Una expresión muy peculiar se plasmó en el rostro del joven.
–Agradezco tu interés, pero pienso labrarme mi propio porvenir sin recurrir a eso…
–Está bien, no te lo tomes a mal. Lo que pasa es que, sigo pensando que tú y ella tenéis muchas cosas en común, de acuerdo con la lista.
–No lo creo –contestó Kincaid–. Por otra parte, la lista no es ninguna tontería, en el caso de que quisiera casarme. El hecho de ser compatibles es esencial en una pareja. ¿Tú que le pedirías a tu futuro marido?
–Un montón de cosas…
–¿Cómo por ejemplo?