Merrie agitó la cabeza, pensando que sin duda debía de estar loca. Lianne había conocido a dos de sus antiguas novias: las dos eran sofisticadas, elegantes y con tanta personalidad como las mariposas evanescentes. Además, tenía una lista con las cualidades que tenían que reunir las mujeres de su gusto. La tenía pegada en el espejo del cuarto de baño.
Merrie Foster… Profesora de instituto en un pueblo grande… Estaba claro que no correspondía a su tipo ideal.
–Sí que estás atrapada… , –comentó Logan, sujetándola por la camiseta rota, para tirar más fácilmente de su cuerpo hacia abajo.
Merrie trató de hacer como si no hubiese notado nada especial.
Sus pechos estaban rozando la ropa de algodón. Estaban relativamente cubiertos, excepto por los hemisferios inferiores. Los pequeños pezones estaban tan juntos que apenas podían separarse convenientemente. Además, Kincaid parecía no ser consciente de lo próxima que estaba su desnudez. Eso le molestó tremendamente a la profesora. Puede ser que no fuera su tipo, pero tampoco estaba nada mal…
–Esta rama parece que no va a soportar más peso –murmuró Logan–. Y si tiro de ti, acabaremos los dos en el suelo.
Merrie miró disimuladamente la expresión tan concentrada de Kincaid, que sin darse cuenta le dio un pequeño golpe en una de sus caderas. Merrie tuvo que morderse el labio inferior para acallar sus sensaciones.
–¿Tienes una navaja? –preguntó la joven, sintiéndose un poco agobiada.
Era la primera vez en su vida que sentía una atracción tan clara y tan cálida por un hombre. Merrie se encontraba desorientada y torpe. ¡Por el amor de Dios, si era una mujer adulta que cumpliría pronto treinta años, aunque no le gustase recordarlo!
–No, no tengo ninguna navaja –contestó Logan, frunciendo el ceño de pura concentración–. Quizá sería mejor que subieras un poco más, antes de que tire de ti. A continuación, Kincaid le dio otro golpe y Merrie estuvo a punto de gritar.
Tenía que haber dejado que los niños llamaran a los bomberos. Habría sido mucho más práctico.
No entendía como su hermana se había pasado cuatro años de su vida limpiando la casa y cocinando para semejante pardillo.
–Así no puedo bajar… –dijo Merrie.
–Ya lo veo. Voy a darte un buen tirón, pero quiero que te agarres a esa rama fuertemente, por si te caes.
Merrie se sujetó bien, intentando no pensar demasiado en la situación y, una vez más, Logan le ayudó a conservar lo que le quedaba de camiseta.
El joven estaba preocupado por su póliza de seguro: no quería tener que dar parte a la compañía, en el caso de que hubiese un accidente grave. Eso encarecería mucho más las cuotas de pago…
Kincaid dio un tirón y, de pronto, se oyó un estruendo: la casa colgada del árbol se estaba desplomando. Logan logró caer lejos de Merrie, pero ella no pudo evitar aterrizar sobre su cuerpo, en ignominiosa postura.
–¡Aaah! –exclamó la chica, tratando de que penetrara de nuevo el aire en sus pulmones.
No estaba segura de que el suelo fuese más duro que el cuerpo de Kincaid. El joven estaba realmente en forma y no tenía ni un átomo de grasa.
–¿Estás bien? –le preguntó el joven a Merrie, mientras ella tomaba con las manos los hombros masculinos.
–Más o menos…
–¿Te duele algo? –la interrogó Logan.
–Mmh… Mi orgullo –dijo ella, intentando seguir respirando con regularidad.
–Me refiero a algún hueso roto o a alguna herida importante.
–¡Oh! No. Nada grave. En verano cuando voy al rancho de mi abuelo, trabajo de vaquera y las caídas son frecuentes. Hasta el jinete más experto suele caerse de vez en cuando.
–¿En esta misma posición? –preguntó Logan, irónicamente.
Merrie no sólo estaba herida en su amor propio… Lo peor de todo era que su camiseta había desaparecido por completo. Tuvo la tentación de aprovechar la ocasión y acercarse para averiguar qué tal besaba. Probablemente no le importaría demasiado hacerlo, aun no siendo su tipo de mujer. ¡Los hombres tenían comportamientos tan predecibles!
Merrie se golpeó suavemente la cabeza: el percance le había afectado seriamente al sentido común.
–¿Dónde está? –gritó Merrie, por encima de uno de los hombros musculosos.
–La camiseta se ha quedado enganchada arriba, en lo que quedaba de tejado.
–¡Maldita sea! –exclamó Merrie, estornudando en medio de la nube de polvo que se había organizado, tras el accidente.
–No te preocupes –replicó Logan sonriendo y mostrando los blancos dientes.– Toma, ponte mi camisa.
Mientras se desnudaba y le ponía la prenda a Merrie, ella comprendió que el tacto de sus dedos unos centímetros más arriba, habrían sido tremendamente significativos.
–¡Para, por favor! –exclamó la joven, dándole la espalda.
–¿Eso es gratitud?
–¡Desde luego, todos los hombres sois iguales! En cuanto podéis, os pierde el sexo…
–Ah… Está hablando la voz de la experiencia…
–¡No tiene gracia!
–No es muy corriente que una profesora trabaje de vaquera en un rancho. Sobre todo, con tan poca estatura como tú.
Evidentemente, Logan estaba descalificándola, preguntándose, qué pintaba una mujer entre tantos vaqueros.
Merrie lo miró con desprecio.
–Te pareces a mi abuelo. Cuando era pequeña, pasaba los veranos en su rancho. Un año, vio que ya me había hecho mayor y, rápidamente, me envió a trabajar en la cocina, en vez de dejarme seguir montando a caballo. Tuve que hacer verdaderos desastres culinarios para que me echaran de allí.
La camisa todavía conservaba el calor de su dueño. Merrie se la ató con un nudo en la cintura.
Trató de alejar de su pensamiento el torso masculino desnudo. El vello que cubría su pecho le bajaba hasta la cintura… ¿Cómo estaría sin los tejanos?
De nuevo, la mente se le disparó.
Kincaid, dijo sonriendo:
–¿Odias a todos los hombres a los que les gustan las mujeres y que no tienen miedo de expresarlo?
Merrie pestañeó y respiró, antes de contestar.
–No odio a los hombres. He conocido a unos cuantos canallas, pero aun así, todavía practico el sexo.
–¡Como yo!
La profesora lo fulminó con la mirada, tal y como solía hacerlo con los estudiantes desobedientes.
Logan disfrutó viendo los verdes ojos de Merrie echar chispas.
Cualquier mujer, a punto de romperse el cuello, se habría puesto histérica perdida. Sin embargo, ella se había mostrado serena, hasta que él mencionó el sexo, animándola a gozarlo con más intensidad.
–En fin, mi vidad sexual sólo me concierne a mí –dijo Merrie, mientras le propinaba una patada e intentaba ponerse en pie.
De pronto, la luz que salía de la casa iluminó su rostro. Logan pudo ver que tenía una herida en la cara, sangrando.
–Necesitas