El desarrollo científico propio de la edad moderna desarrolló la lógica del pensamiento racional adulto y “consciente”, como la única y exclusiva forma de percibir la realidad. Por un lado, intuir e imaginar pareciera ser cosa de niños y eso no es cosa seria. Por otro, cualquier otro estado de conciencia que no respondiera a estas características era/es considerado una patología. El desarrollo científico se ha basado en la lógica racional, ahora bien, ya no podemos ocultar lo que la historia de las ciencias nos muestra. Ya no podemos desconocer el papel que juegan la intuición, la corazonada, y hasta lo que pareciera “demencia”, en los grandes descubrimientos científicos.
No ponemos en cuestión la necesidad de buscar argumentos y construir datos que nos permitan explicar la realidad. Sí nos preguntamos ¿Qué hubiera sido del desarrollo del conocimiento si no hubiéramos contado con seres humanos valientes y osados, dispuestos a pasar el ridículo y perder “prestigio” en pos de seguir adelante con sus intuiciones?
Está visto que, así como pensar distinto fue peligroso en el medievo, no fue/es muy diferente el riesgo en la época moderna. Por lo que para algunos, la búsqueda de alianzas y negociaciones para salvar la reputación y el pellejo constituyó una estrategia adecuada.
Una interesante alianza: Así en la tierra y así en el cielo
En este caso, la separación de la Iglesia de la producción de conocimiento al final de la edad media y en el ingreso a la modernidad, que en primer lugar constituyó un quiebre entre ciencia y fe, no tardó en derivar en una interesante alianza. Divididas las “unidades de negocio”, la ciencia ganó autoridad en el desarrollo de las cuestiones de la tierra y la iglesia se apropió de las cuestiones del cielo. De este modo la ciencia se ocuparía del cuerpo, la mente, la naturaleza y la Iglesia del alma y las cuestiones del espíritu. Asimismo la fuerte atmósfera positivista sedujo la ambición de la iglesia de “demostrar” su propia verdad y condujo a que ésta no se contentara con la eseidad del espíritu, doblegándose prontamente a participar bajo “las reglas del método”. Ejemplo de ello es la necesidad de la iglesia de justificar científicamente los milagros, a través de la recolección de evidencias y pruebas que “demuestren” la veracidad del poder del espíritu sobre la materia, aún con las gafas claras y objetivas con que se observa ésta. El milagro en primera instancia es sospechado, requiere de procesos probatorios de laboratorio para ser creído. La Iglesia se somete al tribunal científico, para hacer “fiable” sus datos, para no caer en la irracionalidad. De este modo va censurando a lo largo de su historia, la eseidad del milagro y racionalizando la fe, empobreciéndolos, transformando lo sobrenatural en natural, construyendo una religión aliada a la investigación científica. No nos faltan ganas, pero sería extenso adentrarnos aquí, (el lector puede suponerlas) en los profundos motivos por las cuales la iglesia se encontró a salvo en el refugio de la razón y no expuesta a la sensación del cuerpo e infinitud del alma.
Volver a la fuente
En el siglo XXI, ante la exacerbación y agotamiento del modelo positivista para dar respuesta a cuestiones que no se resuelven exclusivamente por este método; ante los sísmicos hallazgos del siglo XX que ponen en cuestión el modelo hegemónico y que además señalan un retorno a la integración del conocimiento; aparece una necesidad no científica, sino predominantemente social, de reconocer y revalorizar otras fuentes de conocimiento, que superando el reduccionismo científico permitan vincularnos más plenamente con la compleja realidad. Estas otras formas de pensamiento ligadas a la percepción del cuerpo y al desarrollo del espíritu fueron históricamente despreciadas por la racionalidad moderna, adjudicadas a los pueblos vencidos, pobres, “no desarrollados”, ya sean orientales u occidentales. Muestra de la escasa o poca efectividad de la irracionalidad, plasmada en el mito, en la magia, en la superstición, era (a vista de los otros) “el escaso desarrollo económico y tecnológico de estas comunidades”.
Durante todo el siglo pasado, desde el campo académico, aunque con las gafas tradicionales de la ciencia, la antropología ha realizado una excelente tarea de revalorización de los pueblos, sus culturas y sus saberes, devolviéndole legitimidad a la otredad.
Hacia finales del siglo pasado, el paulatino y gradual acercamiento entre oriente y occidente que ya mencionamos, ilustrado de manera maravillosa tanto en la obra de Capra (2009), como de Dalai Lama (2008) fue conduciendo a científicos y pensadores en general a la reconstrucción de nuestro fragmentado UNIverso.
En la actualidad no son pocos los científicos que viven esta multiplicidad de modelos, aunque con escasa integración con la realidad demandada por el sistema académico institucionalizado. Se percibe un celoso cuidado por parte de los científicos para abrirse al tratamiento de temas que por la ciencia modernas son considerados hoy tabú, y como todo tabú de eso no se habla.
Conozco muchos, pero muchos colegas académicos…gente destacada en su campo -psicología, neurociencia cognitiva, neurociencias básicas-, que en privado están sumamente interesados en los fenómenos psíquicos. Algunos de ellos han tenido éxito en el resultado de sus experimentos. ¿Entonces por qué no oímos hablar de eso? Porque la cultura en el mundo académico dice que no se puede. (Radín, D, 2006) (5)
Aún con disimulo, el pensamiento científico profesional y los profesionales formados en él se vinculan a través de su práctica con la población en general, generándose una comunicación más o menos encubierta entre estos sistemas. Ejemplo de esto, es que en el campo de la salud, ya no aparece una negación absoluta como en el siglo XX, de la efectividad de estos saberes holísticos y prácticas sistémicas tales como: acupuntura, homeopatía, medicina ayurvédica, antroposofía, logosofía, meditación, yoga, reiki, prácticas sufistas, bionergía, biodanza, neochamamismo entre otras. Alguna de estas prácticas, muchas de ellas fundamentadas en los desestabilizadores hallazgos científicos del siglo pasado, según su formalización y evaluación de sus logros por el sistema académico institucionalizado, han sido más o menos aceptadas y toleradas, como lo es el caso de la homeopatía y la acupuntura. En otros casos o bien son descalificadas, o bien consideradas abordajes “alternativos” a las prácticas “tradicionales” científicas. Asimismo ¡que paradójico resulta! denominar “tradicionales” a las prácticas científicas que emergieron en los albores de la modernidad, como “modernas”, suplementarias y superiores a las prácticas tradicionales curativas de los pueblos originarios.
Volver a la fuente significará, beber nuevamente, de las vivencias en el cuerpo, que intensamente estudió Francisco Varela (1992) aún enfermo durante sus últimos años de vida. Retomar las experiencias del camino, el conocimiento sin fronteras, sin jueces, ni verdugos que impongan su razón sobre nuestro corazón.
Afortunadamente cada vez más, tanto en el ámbito científico como en la población en general, nos encontramos con quienes participan en lo que denominamos la emergencia de una transformación silenciosa.
El silencio no es ausencia de palabras, el silencio es escucha, es tiempo de espera, es la inapreciable duda, es respeto, es reflexión, es integración. Desde esta perspectiva, no se gritan proclamas, ya no se plantean luchas, ni se busca derrotar a los paradigmas hegemónicos existentes. Lo que se pretende es abrirlos, ampliarlos y complementarlos con las múltiples visiones del mundo existentes.
Justamente el gran desafío del siglo XXI es el darnos cuenta de este movimiento sutil y certero, e integrar diversas perspectivas para comprender la compleja realidad holográfica en la que estamos inmersos.
Dejar de renegar para religar
Como hemos visto en nuestra historia, en el pasado, las reacciones al modelo establecido y predominante buscaban re-negar del modelo existente y asumir aisladamente nuevas perspectivas parciales de la realidad. Afortunadamente esto se está transformando y hoy existen líderes espirituales que expresan:
Quise