Para recorrer el otro sendero, el puntapié inicial está dado por las conclusiones de mi tesis doctoral donde me he preguntado ¿Qué es necesario aprender para producir cambios transformativos? He buscado un camino para aprender, investigar y cambiar, procesos todos que ahora aparecen en mí como tautologías, sin fronteras claras.
Las conclusiones de este trabajo doctoral se han constituido en el insumo para pensar un nuevo flujo en el proceso de construcción de conocimiento. Respecto al camino, hasta aquí llegaremos con él, como veremos en el transcurso de la obra, luego de los desarrollos ontológicos y epistemológicos del siglo XX, ¡Ya no queda tierra firme bajo nuestros pies! Para continuar retomaremos el flujo. Un flujo focalizado en la conciencia de la vivencia que produce conocimiento. Presentaremos siete afluentes que convergen de manera caudalosa en el torrente del proceso de investigación para producir cambios transformativos en nosotros mismos y en las realidades que participamos. Proponemos estos afluentes para orientar el rumbo de un investigador “testigo de sí mismo” que se re-conoce como parte del proceso de investigación. Este rumbo propone un retorno del camino de Descartes (S. XVII) al río de Heráclito de Efeso (S. VI a.c).
Quiero destacar que en esta obra han colaborado de manera especial, María de los Ángeles Sagastizábal y Leticia Costa, por ello el lector notará que mi escritura fluye de la personas del singular al plural. Aunque este manuscrito es de mi propia responsabilidad y autoría, muchas de las ideas que aquí presento surgieron en el entramado de nuestro trabajo y conversaciones.
Deseamos exponer nuestros propios hallazgos y reflexiones, poniendo en relación los desarrollos teóricos provenientes de diversas disciplinas, con nuestra propia vivencia diaria de hacer ciencia. Estos desarrollos confluyen en una nueva manera de observar, que abordaremos a través del “investigador investigado”. Buscamos vincular el conocimiento del mundo con el conocimiento sobre nosotros mismos.
Anhelamos compartir nuestro modo auténtico de investigar, que muchas veces se aleja de las convenciones y formalidades. Para quienes decidan acompañarnos y detenerse en este proceso, encontrarán aquí una experiencia de trabajo que quizás les encienda, como nos ha ocurrido a nosotros, la pasión por aprender e investigar.
Juntos nos encontraremos al final del recorrido, aún estamos lejos no puedo vislumbrar “a ciencia cierta” que pasará allí adelante. Tengo el pálpito de que el andar será placentero, también la confianza y esperanza de una meta auspiciosa y nutricia, para todos los que queramos involucrarnos en éste.
2 de Febrero del 2011
1. Froufe, M. (1997) El inconsciente cognitivo. La cara oculta de la mente. Biblioteca Nueva. Madrid.
Cambio de rumbo: Del camino de Descartes al río de Heráclito
Este apartado tiene como objeto esclarecer el rumbo de esta obra que le da identidad a la misma y enfoca nuestra escritura.
Los orígenes del camino nos remontan a las raíces griegas del término, que señala claramente su significado, “meta” (hacia, movimiento) y “odos” (camino), derivando en el latín methodus, camino a seguir.
La obra cartesiana dejó en claro y sin lugar a dudas, un camino marcado, inequívoco, que estableció qué investigar y cómo. Dicho camino hoy transformado en carretera, por donde transitan científicos de “carrera”, prevalece en nuestro modo de producción científica. Autopista del conocimiento, donde el tiempo, como canta la negra Sosa, ¡es veloz! (2)
Les propongo detenernos en el paisaje luminoso del camino, que nos ofrece Milan Kundera a través del siguiente fragmento:
Camino: franja de tierra por la que se va a pie. La carretera se diferencia del camino no sólo porque por ella se va en carro, sino porque no es más que una línea que une un punto con otro. La carretera no tiene sentido en sí misma; el sentido sólo lo tienen los dos puntos que une. El camino es un elogio del espacio. Cada tramo del camino tiene sentido en sí mismo y nos invita a detenernos. La carretera es la victoriosa desvalorización del espacio, que gracias a ella no es hoy más que un simple obstáculo para el movimiento humano y una pérdida de tiempo.
Antes de que los caminos desaparecieran del paisaje, desaparecieron del alma humana; el hombre perdió el deseo de andar, de caminar con sus propias piernas y disfrutar de ello. Ya ni siquiera veía su vida como un camino, sino como una carretera: una línea que va de un punto a otro, del grado de capitán al grado de general; de la función de esposa a la función de viuda. El tiempo de la vida se convirtió para él en un simple obstáculo que hay que superar a velocidades cada vez mayores. El camino y la carretera son también dos concepciones diferentes de la belleza. Cuando alguien dice que en tal o cual lugar hay un paisaje hermoso, eso significa: si paras el carro verás un hermoso castillo del siglo xv y junto a él un parque; o: hay allí un lago y, por su brillante superficie, que se extiende a lo lejos, navegan los cisnes. En el mundo de las carreteras un paisaje hermoso significa: una isla de belleza unida por una larga línea a otras islas de belleza. En el mundo de los caminos la belleza es ininterrumpida y constantemente cambiante; a cada paso nos dice: ¡detente! (Kundera 1988:298)
Del camino a la autopista
Quizás la velocidad de la producción de conocimientos científicos- tecnológicos, generados en el espacio de la autopista, no nos ha dado tiempo, a casi un siglo, para detenernos a contemplar y reflexionar sobre la belleza de los hallazgos científicos, generados por las paradójicamente llamadas “ciencias duras” y también por las llamadas “ciencias blandas”. (3) Numerosos epistemólogos, físicos, filósofos, biólogos, sociólogos, químicos, psicólogos, pensadores sin fronteras disciplinarias, desobedientes del camino establecido, (algunos de ellos citaremos más adelante en esta obra) han producido profusos materiales científicos para difundir los nuevos hallazgos.
Es en este sentido, que consideramos relevante reconocer, esto es valorar el metá-hodos, que hemos recorrido. Apreciar la necesidad histórica que hemos tenido de recorrer un sendero uniforme, con la certeza de la ruta y el anhelo de las veloces autopistas.
Ahora bien, ante los desarrollos ontológicos y epistemológicos del siglo pasado, necesitamos detenernos en esta autopista, para reflexionar profundamente en el camino, acerca de cómo seguir. Los caminos se bifurcan y también se terminan. Hoy, inmersos en un contexto marcado por la incertidumbre, sin tierra firme bajo nuestros pies, nos resulta más adecuado acuñar la metáfora poliforme y permanentemente cambiante del cauce de un río que fluye.
De la autopista al cauce del río
Su naturaleza tiene más que ver con el flujo del agua, que con la solidez de la tierra, la que la cultura citadina endureció aún más con el asfalto. Tiene más que ver con el cambio permanente que nos propuso Heráclito de Efeso, que con las leyes del método que erigió René Descartes.
De eso mismo se trata la investigación, de un fluir de significados, que tiene más la energía de la corriente del agua, que la sustancia que proporcionan las nociones, categorías, hipótesis, fórmulas y conceptos. Este es el sentido de la metáfora del camino utilizada en este libro, que producirá a lo largo de la obra, que los senderos recorridos se transformen, cual partícula en onda, en afluentes de un caudaloso río.
Por este rumbo, la belleza y el amor no quedan por fuera, nos guiarán por un campo de conocimiento, donde vibraremos en un pulso