Aquí está la primera declaración de estas condiciones aplicadas a la terapia familiar y de pareja:
1 Contacto psicológico con cada cliente. La intención de conectar con cada uno de los presentes en cada sesión facilita el cambio en el sistema formado por varias personas.
2 Toma de consciencia de un estado de incongruencia que causa ansiedad tanto en los individuos como en el sistema. Un terapeuta centrado en la persona espera, acepta y trabaja con la incongruencia: mensajes confusos, sentimientos contradictorios, comportamiento inconsistente e incluso deshonesto. El terapeuta no se relaciona con una actitud enjuiciadora sino centrando su atención para comprender a todos y para reconocer los aspectos más congruentes de las personas y de la relación.
3 Congruencia del terapeuta (autenticidad o integridad). Para ser confiable para el diálogo sobre las relaciones más preciadas para los clientes, el terapeuta debe estar personalmente integrado de manera que sus palabras se correspondan con sus acciones y emociones. Solo a una persona auténtica se le pueden confiar las experiencias más profundas con respecto a las relaciones importantes.
4 Consideración positiva incondicional del terapeuta. Muchas veces, las familias y las parejas perciben que pueden abrirse y confiar lo suficiente como para cambiar solo si el terapeuta es capaz de aceptar a cada persona tal como es, en lugar de juzgarla.
5 Empatía del terapeuta. Cada persona siente la intención del terapeuta de comprender su marco interno de referencia y, en la terapia relacional, también comprender los problemas compartidos.
6 Los clientes perciben las condiciones antedichas. Los terapeutas comparten todo aquello que permita a los clientes experienciar su autenticidad, su aceptación y su empatía.
El enfoque centrado en la persona es una perspectiva, un conjunto de prioridades y el resultado de una serie de compromisos. Para cualquier terapeuta, en cada sesión, existe el camino del experto que conserva el control o el del colaborador, que siempre se centra en la experiencia de los clientes. El terapeuta centrado en la persona está parcializado hacia el desarrollo del cliente, en lugar de hacerlo caber en cualquier patrón predeterminado. Dicho terapeuta “‘(habla) para escuchar’ en oposición a ‘escuchar para hablar’”, como dijo la historiadora de la terapia familiar Lynn Hoffman (2002: 181) sobre Carl Rogers. El terapeuta apoya que el cliente asuma el control; está atento al potencial desapercibido; y busca la libre expresión de la experiencia de los consultantes sin emitir supuestos desde la crítica.
Los terapeutas centrados en la persona también están comprometidos de por vida a nutrir su autoconsciencia y su propio desarrollo. Buscan ser no defensivos con respecto a sus propias limitaciones, aun cuando están abiertos al descubrimiento de las posibilidades no descubiertas de los clientes. La supervisión centrada en la persona se centra tanto en el estado mental del terapeuta como en el de los clientes (Lambers, 2006). John Keith Wood (2008) describió a Carl Rogers en diversos escenarios, y luego observó:
A pesar de que su reacción evidente, su modo de expresión, sus sentimientos y las circunstancias pueden haber sido diferentes en cada una de estas situaciones, creo que Rogers las enfocó de la misma manera. Se aproximó a cada situación con el mismo deseo de comprender, el mismo buen humor, la misma humildad, la misma honestidad, la misma aceptación acrítica del individuo o del grupo, la misma curiosidad y apertura a aprender, la misma voluntad de facilitar un resultado constructivo para el individuo o el grupo. Improvisó desde su conocimiento y sus habilidades en cada caso específico (2008: 20).
Como terapeuta familiar y de pareja centrado en la persona, siempre oigo más de una voz en mi cabeza. Como dice Peter Rober (2008), al encontrarme con otras personas soy mi yo-mismo3 experienciante, mis propias reacciones emocionales e intelectuales; también mi yo profesional, responsable de elecciones basadas en mi formación y en las expectativas de los clientes. Siempre estoy en un encuentro nuevo, nunca-antes-conocido con los consultantes y soy, también, el portador de los hallazgos prácticos, teóricos y de investigación de la terapia sistémica. El enfoque centrado en la persona ha sido descrito en muchos de los trabajos de Rogers (particularmente 1961; 1980; Kirschenbaum y Henderson, 1989, 1990) e interpretado y ampliado en el trabajo de Mearns y Thorne (2000, 2007), Barret-Lennard (1998) y más recientemente Cooper et al. (2007, y de próxima aparición). Aquí hay cuatro elementos del enfoque centrado en la persona que llevo conmigo:
Autoconcepto y el yo-mismo ideal. Los terapeutas son sensibles a la diferencia entre el autoconcepto, una imagen de sí mismos que los consultantes experiencian y evalúan, y el yo-mismo ideal, una imagen de sí mismo que cumple con las expectativas propias y de los demás, como se muestra en el miedo, la duda y la frustración tanto en individuos como en todo un grupo. La empatía centrada en la persona facilita la consciencia de los consultantes de las expectativas que drenan la confianza y alimentan la frustración. Un resultado de la terapia vincular puede ser un consultante que dice algo así como: “Si me enfoco en quienes somos, me relajo; si pienso en el matrimonio que tengo la expectativa de tener, me tenso”. El autoconcepto de cada individuo atrae la atención y el cuidado del terapeuta, aun cuando intenta comprender y facilitar el diálogo sobre las preocupaciones y las posibilidades interpersonales. La congruencia entre el autoconcepto y el yo-mismo ideal en todo individuo de cualquier edad afecta el autoconcepto de toda la familia. En la terapia familiar y de pareja, los clientes suelen ver un cambio en el autoconcepto de un ser querido como una amenaza para el suyo. En una pareja, cuando una persona se hace más independiente puede hacer parecer que la otra pierde importancia. En una familia, una nueva relación cercana puede hacer parecer que un hijo o uno de los padres ya no es importante. El capítulo 3 sobre pensamiento sistémico analizará el efecto tipo “sube y baja” del cambio entre las personas cercanas.
Los clientes se experiencian a cargo de la terapia. El terapeuta puede ofrecer sugerencias, estructuras, comentarios y perspectiva, pero solo lo que tiene resonancia o significado para los clientes es un foco duradero. Rogers describió el locus (lugar) de evaluación que reside en el consultante más que en el terapeuta (1959). Este concepto es similar a la idea sistémica de Bowen de la diferenciación (Friedman, 1991). Se refiere a la capacidad de los consultantes de separar sus propios sentimientos e intenciones de aquellos que han absorbido de los demás. Mientras más sientan los clientes que se presta atención y se confía en sus propios juicios, más control efectivo asumen sobre sus propias vidas. Un enfoque centrado en la persona estimula una mayor confianza en la propia perspectiva de los consultantes y una disminución de la atención a los “deberías” impuestos desde afuera. En un resumen de años de investigación sobre la experiencia de los clientes en la terapia, John McLeod (2006) afirmó: “Los clientes se consideran los productores de su propio tratamiento”. También “tienen innumerables pensamientos además de los que comparten con el terapeuta”. Estar centrado en la persona no implica la ausencia del poder del terapeuta; es la presencia de atención al poder del cliente. Un terapeuta relacional centrado en la persona facilita la capacidad de los clientes de hablar sobre las diferencias sin tener que culpar o rechazar.
Tendencia actualizante. La práctica terapéutica se centra alrededor del concepto de “tendencia actualizante” o la “capacidad innata de los seres humanos de avanzar hacia la realización de su potencial” (Mearns y Thorne, 1988). La percepción de que todas las palabras y acciones del cliente son, en cierto modo, intentos de la persona de convertirse en su yo-mismo más completo puede ser un poderoso aliado para reordenar a parejas y familias en dificultades. Escuchar, intentar comprender y procurar buscar sentido a problemas aparentemente imposibles obtienen poder de la integración de este concepto central. La supervisión centrada en la persona –en realidad, cualquier supervisión útil que yo haya tenido– encuentra su centro en la confianza en aquello que está intentando sobrevivir y crecer en los clientes. Este principio central del enfoque centrado en la persona es compatible con la costumbre de la terapia familiar de reencuadrar, “ofreciendo una perspectiva diferente que cambia el significado de un acontecimiento o un proceso (por lo general aunque no siempre en términos más positivos)” (O’Leary, 1999: 36) y el “énfasis en lo positivo”