Tanto la historia como la escritura ficcional construyen “discursos sociales” propios que organizan lo “decible –lo narrable y lo opinable–” en el marco de una sociedad determinada (Angenot, 2012: 21). Estos discursos sociales interactúan entre ellos, representan lo real a través de una ordenación y homogeneización, por lo que una sociedad se “objetiva en textos” y, a partir de su lectura, es posible reconocer ciertas “reglas de lo decible y de lo escribible” (29). La ficción y la historia se sostienen en el discurso, se constituyen, como lo señala Michel de Certeau (1993: 34), a través de la práctica escriturística, que pone al discurso en relación con lo otro, “lo real”. Tanto Hayden White como Roland Barthes destacan que en el siglo XIX confluyen el desarrollo de la disciplina histórica y de la novelística. El discurso histórico, por su lado, trata de separar lo imaginario de lo real y, por lo tanto, lo real equivale a la “verdad”. De este modo, consigue dar “forma” a la realidad, cuando la trama impone significado a los acontecimientos (White, 1992: 35). Pero así como se organiza lo que se dice, también queda expuesto aquello que se calla, que se borra y que se olvida. Desde esta perspectiva, la relación entre la historia y la literatura es “tenue y difícil de definir” (62) porque las teorías actuales del discurso diluyen las fronteras entre discursos realistas y ficcionales considerando a ambos como “aparatos semiológicos” (12). Así lo describe Tomás Eloy Martínez (1996: 94-97):
¿Cómo no pensar que por el camino de la ficción, de la mentira que osa decir su nombre, la historia podría ser contada de un modo también verdadero –al menos igualmente verdadero– que por el camino de los documentos? […] Pero en la Argentina, la novela me ha parecido siempre un medio más certero para acercarse a la realidad que las otras formas de la escritura. Primero, porque la realidad es de por sí novelesca. Y luego, porque la complejidad de esa realidad novelesca exige que la nación sea narrada con instrumentos más flexibles y, por supuesto, más complejos.
Siegfried Kracauer (2010: 219) afirma que la disciplina histórica se mueve en una terra incognita, un “área intermedia”, un espacio de “antesala” que no puede ser tratado de manera definitiva. Esta zona de indeterminación, esta “antesala”, también puede ser identificada como un espacio existente entre la ficción y la historia, un espacio de contacto y transgresión entre ambas: “Se puede crear un discurso imaginario sobre acontecimientos reales que puede ser no menos «verdadero» por el hecho de ser imaginario” (White, 1992: 74). La búsqueda crítica procura entonces identificar, definir, abrir la zona de indeterminación, ese espacio límite que se encuentra en el punto de contacto entre la ficción y la historia tucumana. En esa zona indeterminada e intermedia es preciso accionar como un historiador, ejercitar la duda, intentar captar el presente a partir de las “huellas” que persisten en los textos para intentar comprenderlo (Bloch, 2000: 58). La ubicación en esta antesala obliga al lector que escribe sus lecturas a ejercitar una “movilidad transdisciplinaria”, trabajar entre disciplinas para “rehacer las preguntas más que para juntar los saberes” (García Canclini, 2014: 17), animarse a atravesar vacíos, mirar de otro modo los sucesos, “no solo cada ciencia, considerada aparte, encuentra en los tránsfugas de los sectores vecinos los artesanos mejores, a menudo, de sus éxitos” (Bloch, 2000: 198). Se propone así una “lectura perfilada” (Barthes, 1991: 74) de las obras. La escritura crítica recibe y cuestiona reflexiones que ejecuta la obra sobre sí misma y propone una nueva escritura, que se acerca y se aleja del texto de origen.
V
La historia de Tucumán consigue hablar sobre la historia de todo el país. La provincia es la menos extensa de la República Argentina y está situada en la región noroeste, a más de 1300 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Desde el traslado desde su lugar original en Ibatín hasta la actualidad, la ciudad de San Miguel de Tucumán registra una de las densidades poblacionales más altas del país, y en el presente alberga más de un millón de habitantes. Allí, en julio de 1816 se llevó a cabo la declaración de la independencia. La provincia se convirtió desde finales del siglo XIX en un importante centro cultural y económico. Como testimonio del desarrollo cultural de Tucumán, puede destacarse que en 1914 se fundó la primera universidad de la región.
Ese pasado de la provincia se encuentra jalonado por procesos conflictivos que exponen las tensiones entre poder y grupos sociales. En este sentido, la epidemia de cólera desatada en diciembre de 1886 y que se extendió hasta febrero de 1887, causante de una gran mortandad en la población, desnudó los recursos y procedimientos del poder central para intervenir en la política provincial. Mientras el gobernador Juan Posse, que no estaba alineado con la administración del presidente Miguel Juárez Celman, se oponía al paso de un convoy del Ejército que llevaba soldados contagiados, el ministro del Interior Eduardo Wilde le ordenaba dejar pasar al convoy so pena de ser acusado de vulnerar territorio y potestades federales. La muerte reinó en todos esos meses y tiempo después un golpe de Lídoro Quinteros, apoyado por el juarismo, derrocará a Posse.5 Quinteros será elegido gobernador con posterioridad. La industria azucarera se mantenía en un equilibrio precario fundado en el sometimiento y la violencia aplicados sobre obreros y pequeños cañeros. Desde 1904 se producen masivas huelgas que desnudarán la vida precaria, las condiciones inhumanas de trabajo, la paga insuficiente. Así sucederá en los años 20 y 30, en las huelgas de 1949 contra el alineamiento peronista, y en 1959 y 1961 contra la represión dispuesta por el radical Celestino Gelsi. En este marco es que en octubre de 1959 surgen los Uturuncos como parte de la llamada resistencia peronista, el primer grupo guerrillero de la historia argentina que tendrá vigencia hasta 1961. También en 1968 surgirá otro grupo guerrillero que será desarticulado antes de comenzar a operar en la zona de Taco Ralo.
Tucumán fue una de las provincias más castigadas por los procesos represivos imperantes y las sucesivas dictaduras militares, en especial por la última, iniciada el 24 de marzo de 1976 y autodenominada Proceso de Reorganización Nacional. Años antes, en 1966 y durante la dictadura militar de la “Revolución argentina”, comandada por Juan Carlos Onganía, se decretó el cierre de once ingenios azucareros de los veintisiete que estaban en funcionamiento y se planeó la reestructuración económica de la provincia y la diversificación industrial del territorio.6 Estas intervenciones produjeron, entre otros fenómenos, el éxodo masivo de más de 250.000 tucumanos y un alto desempleo que llevó a muchas familias a quedar en la indigencia ante la falta de trabajo. A esto se le sumaba la creciente violencia de las autoridades militares, cada vez más intolerable para la población. Como expresión de esta situación insostenible, y como ecos del Mayo francés de 19687 y del levantamiento social en la provincia de Córdoba en 1969 (conocido como el Cordobazo) (Brennan y Gordillo, 2008), se produjeron en la provincia de Tucumán tres levantamientos sociales en 1969, 1970 y 1972, conocidos sucesivamente como Tucumanazos y Quintazo (en referencia a la Quinta Agronómica, predio de la Universidad que funcionó como núcleo de resistencia). Estos tres movimientos estuvieron protagonizados por estudiantes universitarios y secundarios, obreros de los ingenios cerrados, empleados estatales, docentes, sacerdotes tercermundistas. Frente a los obreros y estudiantes que tomaron predios de la Universidad y cercaron noventa manzanas de la ciudad capital con barricadas, la represión del Ejército fue impiadosa.8
Con el regreso del régimen democrático en 1973, en esos primeros años se instalan comandos del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que buscaban establecer una zona liberada (a la manera de la Sierra Maestra en Cuba) en las montañas cercanas a San Miguel de Tucumán. De este modo, la violencia se convirtió en algo cotidiano en las calles tucumanas, con sucesivos atentados de los comandos guerrilleros; asesinatos y secuestros de civiles por parte de personal policial y grupos paramilitares de extrema derecha. Luego de la muerte de Juan Domingo Perón en 1974, quedó a cargo de la presidencia María Estela Martínez de Perón, quien en un decreto secreto de febrero de 1975 declara la sanción del Operativo Independencia9con el que se buscaba “neutralizar