A Kat le sorprendió disfrutar tanto de la sesión de belleza. La depilaron, le hicieron las cejas y la manicura y le dejaron el pelo increíblemente brillante. La sesión de maquillaje profesional no le atraía lo más mínimo, pero la toleró. El resultado le pareció un tanto dramático, pero se imaginó que aquello era lo que le gustaba a Mikhail.
La limusina la dejó después en un lujoso hotel, donde la acompañaron hasta una espaciosa habitación y le enseñaron los armarios y los cajones, completamente llenos de ropa nueva. Ella parpadeó sorprendida. Por fin escogió un vestido de encaje negro y unos zapatos de tacón alto.
Acababa de vestirse cuando sonó el teléfono de la habitación.
–Te estoy esperando en el vestíbulo –le dijo Mikhail con impaciencia–. ¿No has recibido mi mensaje?
–No... ¡Lo siento! –murmuró ella nerviosa.
Metió lo imprescindible en un pequeño bolso de fiesta y corrió hacia la puerta. A Mikhail no le gustaba que le hiciesen esperar. El espectáculo estaba a punto de empezar...
Capítulo 5
Mikhail vio a Kat salir del ascensor. Estaba preciosa, pero su cambio de aspecto no le gustó. Frunció el ceño mientras se acercaba a él y Mikhail se dio cuenta de que era el maquillaje lo que ocultaba su belleza natural que, hasta el momento, no se había dado cuenta de que era lo que tanto lo atraía de ella.
Kat se quedó sin respiración al ver a Mikhail al otro lado del vestíbulo, observándola. Era muy guapo, sexy y masculino. Tragó saliva y notó que se ponía a sudar y que se le erizaba el vello de la nuca.
–El coche nos está esperando fuera –anunció él.
Y los cuatro hombres que ya habían estado en casa de Kat los rodearon y les abrieron la puerta de salida, escoltándolos hasta la limusina.
–¿Son tus guardaespaldas? –le preguntó Kat mientras se sentaba en el asiento de piel e intentaba no mostrar su asombro por el lujo de todo lo que la rodeaba.
–Da... Sí –le confirmó Mikhail–. ¿Por qué llevas tanto maquillaje?
La pregunta la sorprendió.
–No me lo he puesto yo –respondió–. Me han maquillado en el salón de belleza...
–¿Y por qué lo has permitido?
Ella frunció el ceño.
–Pensé que no tenía elección. Di por hecho que era como te gustaba que fuesen tus acompañantes.
Él apretó los labios.
–No tienes por qué ajustarte a ningún tipo de mujer por mí. Respeto a las personas como son y espero que tomes tus propias decisiones. Además, me gustabas como eras.
–Entendido –respondió ella sonriendo ante su sinceridad–. En ese caso, me quitaré las pestañas postizas en cuanto pueda. No las soporto.
De repente, Mikhail se echó a reír y sus ojos negros brillaron. Relajó su postura y estudió el cuerpo esbelto de Kat: tenía los pechos pequeños, la cintura estrecha y las rodillas delgadas. Se excitó.
–Háblame –le pidió–. Cuéntame por qué te hiciste responsable de tus hermanastras.
Kat ya se había imaginado que Mikhail sabría muchas cosas de su vida, pero la pregunta le molestó.
–Estoy segura de que en realidad no te interesa el tema.
–Si no me interesase, no te lo preguntaría.
–No sé –respondió ella–. Es muy sencillo. Mi madre no podía con mis hermanas, así que las dejó en una casa de acogida. Enseguida me di cuenta de que no eran felices allí y quise ayudarlas, era la única persona que podía hacerlo.
–Fue muy generoso por tu parte. Eras muy joven y sacrificaste tu libertad...
–La libertad está sobrevalorada. Para mí es más importante la familia, algo que nunca tuve de niña. También quería que mis hermanas supiesen que me importaban –admitió a regañadientes.
Él siguió mirándola fijamente.
–¿Por qué tienes que llevarme siempre la contraria?
–¿Quieres que te responda con sinceridad? –le preguntó Kat.
–Da –le confirmó él con voz ronca, que en esos momentos estaba con la cabeza en otra parte, imaginándosela adornada solo con perlas. No, perlas no, rubíes o esmeraldas que realzasen su pálida piel.
–Estás tan seguro de ti mismo y eres tan arrogante que me pones enferma –confesó Kat, haciendo una mueca al mismo tiempo.
Mikhail se puso tenso porque solo podía pensar en morderle los generosos labios, pero, por primera vez en su vida, se contuvo con una mujer. No podía abalanzarse sobre ella, tenía que ser capaz de contenerse.
–No entiendo que te moleste que un hombre actúe como un hombre –le contestó divertido–. Salvo que te gusten los tipos blandos... en cuyo caso jamás te gustaré yo.
Kat lo estudió involuntariamente con la mirada y no pudo evitar esbozar una sonrisa.
–¿Eres consciente de que te vas a cansar de mí? –le advirtió.
–¿Cómo me voy a cansar de ti si eres distinta a todas las mujeres que he conocido en mi vida? –la contradijo Mikhail–. Nunca sé qué es lo siguiente que vas a decir, milaya moya.
Ella se quedó callada al oír aquello, ya que no consideraba que le hubiese dicho nunca nada fuera de lo normal. La limusina se detuvo en una calle tranquila, salieron del coche y Mikhail la agarró por la cadera. Kat tuvo que hacer un esfuerzo para no apartarse de él, ya que sabía que eso no le gustaría. Se dijo a sí misma que tenía que relajarse y ser más tolerante. Era una mujer adulta y no debía comportarse como una adolescente.
Los guardaespaldas los acompañaron hasta la puerta de un pequeño restaurante. El propietario los saludó nada más entrar e incluso se inclinó ante ellos. El local se quedó unos instantes en silencio y el resto de los clientes se giró a mirarlos. Mikhail se dirigió al dueño del restaurante en su idioma. Este los acompañó a su mesa y les llevaron las cartas con más reverencias. Kat pensó que aquello era como alternar con la familia real. Miró la carta y se dio cuenta de que no entendía nada.
–¿Es un restaurante ruso? –preguntó.
Mikhail asintió despacio.
–Suelo venir mucho.
–La carta está en ruso, no la entiendo –añadió Kat unos minutos después, al darse cuenta de que Mikhail no se había percatado de que tenía un problema.
–Yo decidiré por ti –anunció él, en vez de ofrecerse a traducírsela.
Kat volvió a apretar los dientes y se preguntó cómo iba a aguantar todo un mes sin intentar matarlo al menos una vez. Mikhail vivía en una burbuja de seguridad y control de todo, era egoísta y testarudo. Para él, Kat no tenía necesidades ni deseos. Eso hizo que ella se preguntase si sería un mal amante y se ruborizó solo de haberse hecho la pregunta. De todos modos, no tenía ninguna intención de acostarse con él, así que jamás lo sabría.
–¿Qué te ocurre? –le preguntó Mikhail al verla tensa.
–Nada... –respondió ella, obligándose a sonreír.