Dendritas. Kallia Papadaki. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Kallia Papadaki
Издательство: Bookwire
Серия: Narrativa
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788415509653
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y además indefinida, y en septiembre dijeron octubre y en octubre noviembre, y como a mediados de ese mes la gente empezó a indignarse ante tanta espera, los productores de la CBS, para mantener la intriga y el suspense, echaron leña al fuego y por la pantalla de los telespectadores desfilaron avances de pocos minutos con las posibles versiones sobre quién era el casi asesino; las conversaciones se avivaron de nuevo, mira qué cosa, resulta que la mitad del reparto eran presuntos asesinos, y Minnie se pasó todo el verano apostando a que a J. R. le había disparado su madre, Miss Ellie, hay que ver lo que le había hecho pasar a la pobre, porque no hay mayor dolor que el que inflige la familia, y cuanto más cercana, mayor es la crueldad con que te marca, y Pete, su hermano mayor, el 3 de septiembre, levantó la escopeta de aire comprimido y le acertó en el hombro izquierdo, y Minnie soltó un chillido que puso en pie al vecindario, él se reía y le pedía perdón, le decía que había sido sin querer, que no había sido a propósito, que uno comete errores, es humano, y a Minnie se le habían puesto los ojos como ojales por el dolor, turbios de lágrimas, y entonces supo de verdad que la madre había matado a J. R.

      «Dicen que lo van a echar el 21 de noviembre», Minnie gira la cabeza para encontrarse a su madre masticando algo que parece plátano frito, así lo llaman en San Juan, a ella le dan asco el sabor y la textura desde que se lo metieron en la boca a la fuerza la primera vez, por mucho que Luisa, sabelotodo y diligente, se esfuerce en convencerla de que tiene bajo contenido en azúcares y mucho potasio, y de que lo mejor que puede hacer es dejar las manías y las rarezas y conformarse con lo que es bueno para ella, porque cuando llega el escarmiento es tarde para arrepentirse; y Minnie, con la espalda vuelta y la televisión puesta, cuando está a punto de preguntar qué van a cenar porque tiene un hambre de lobo, nota de repente que el ambiente se electrifica y, de la misma manera que la luz supera la velocidad del sonido, las palabras llegan justo después, estallan como truenos rabiosos, «pero ¿qué te has hecho en el pelo, maldita sea?», y como si no bastase con eso, los dedos de Luisa, grasientos de cocinar, tironean de lo que queda de las trenzas, como si tirando de ellas fuera a recuperar lo que ya está perdido.

      Son casi las once de la noche y Pete no ha aparecido, su madre va y viene por el salón y, en la esquina del sofá, envuelta con la manta de lana de cuando era pequeña, Minnie finge enfrascarse en problemas matemáticos de difícil solución. «¿Qué hora es ya?», pregunta Luisa por enésima vez, y ni espera respuesta ni la recibe, «¿cuándo lo viste por última vez?», y Minnie, sin levantar la vista del libro, murmura «Mamá, ya te lo he dicho, ha venido al colegio», y Luisa sale del salón, abre la puerta de la calle y se queda plantada en los escasos metros cuadrados de acera, como sopesando si cruzar la calle, como si en la acera de enfrente corriese furioso un río amenazador, y a través de las cortinas de encaje se distingue su figura intranquila, asustadiza, trastabillando, y su sombra se agiganta en las paredes y flota encima del sofá, sobre la cabeza de Minnie, como un mal presagio. Ya son las doce pasadas, Luisa apoya la cabeza en sus manos sobre la mesa de la cocina, Minnie dormita en el sofá, y entre ellas yace el teléfono en silencio; nadie sabe nada, sus dos amigos están en casa desde hace rato, la policía no tiene ningún elemento que arroje luz, si se enteran de algo la avisarán, no se preocupe, y el teléfono sigue en su sitio, mudo y ajeno como los pensamientos que fabrica Luisa en su cabeza y que invaden los sueños de Minnie.

      Está casi amaneciendo y Pete no ha aparecido todavía; Luisa sigue en la misma postura, y su cuerpo descansa como el peso de una plomada rota; Minnie, envuelta en la manta de lana, duerme entre sobresaltos en el sofá, y el sol entra titubeando por la ventana e ilumina todos los rincones oscuros, las telas que tejieron el día anterior las trabajadoras arañas, las migas de pan del suelo, el deterioro y el abandono provocados por una noche de profunda tristeza, y Luisa se levanta como una autómata de la silla, enciende el hornillo de la cocina y con gestos mecánicos prepara huevos fritos con finas tiras de bacón y pan tostado untado con margarina y azúcar.

      A su espalda está Minnie, recién despierta, con el pelo revuelto por el sueño y el estómago vacío ronroneando de hambre; tira de un extremo de la desgastada bata pero no obtiene respuesta, «¿qué hora es, mamá?», pregunta en voz baja para no asustarla con su inoportuna exigencia, y Luisa parece un fantasma, los kilos de más ya no le abrazan el cuerpo como antes, se diría que en solo una noche la ropa le queda colgando y que sus hombros redondos se han inclinado hacia delante del agotamiento, «¿qué hora es?», insiste Minnie, y Luisa, como hipnotizada, abre los armarios, saca los cubiertos opacos por el uso y el tiempo, «la hora de desayunar, la hora de desayunar», monologa, y por costumbre pone la mesa para tres.

      Comen juntas mientras las casas vecinas aún siguen cubiertas por la neblina matinal y las calles de alrededor guardan un obstinado silencio; en media hora todo cambiará, Luisa sabe que en cuanto amanezca nada será igual y ha depositado sus esperanzas en ese rato en que sus pensamientos, como sombras, se contraen y dilatan en el tiempo para cubrir los metros cuadrados de espera que aún le corresponden, antes de que salgan a su encuentro las noticias intuidas, porque su hijo anda mezclado en bandas y drogas, se lo dijeron en la iglesia baptista para hacerla entrar en razón y llevarla al camino del Señor, y ella vaciló durante dos semanas, pensando a quién beneficiaba que ella no acudiese a la iglesia, que llamase la atención y se resistiese a los dictados de la comunidad local, pero es que en su interior ya no quedaba fe ni esperanza para segundas ni terceras oportunidades como caídas del cielo para saciar a los necesitados.

      Minnie prepara su mochila y se va corriendo a coger el autobús escolar, Luisa arrastra el taburete de la cocina y se sienta delante de la ventana con la cortina corrida, Minnie se apresura tras el autobús que acelera, Luisa aguza el oído y oye su respiración, un susurro de desacompasados porqués, síes y acasos, que la encierran en su cuerpo y la martillean, Minnie pierde de vista el autobús que acelera por la avenida y se convierte en un puntito tembloroso al borde del horizonte carmesí, y Luisa respira hondo, se agarra el pecho y se desploma, porque su corazón ya no quiere habitar ese cuerpo, y su puño apretado y levantado es el vestigio de la última y vana batalla.

      1Nick Virgilio. [La versión de los haikus es de la traductora. A no ser que se indique lo contrario, todas las notas son de la autora, aunque algunos detalles, como la versión de los poemas o las referencias a elementos culturales, pueden haber sufrido una pequeña modificación por parte de la traductora en caso necesario. (Nota de la Traductora, en adelante, N. de la T.)].

      2El nombre de un misterioso salvador de la patria polaca en la composición poética de Mickiewicz Djady (1822).

      3Adam Mickiewicz (1798-1855): Poeta nacional de Polonia y defensor de la idea mesiánica. Sus poemas contribuyeron en gran medida a la lucha nacional de liberación polaca contra alemanes y rusos.

      4El terrier, de nombre Nipper, adornaba el logotipo de la compañía de gramófonos RCA Victor, así como el de la compañía discográfica homónima. El cuadro del pintor Francis Barraud con el terrier y el gramófono lleva por título His Master’s Voice.

      5El llamado busing, en Estados Unidos, consistía en realizar intercambios de alumnos entre escuelas, con el objetivo de dar oportunidades a los menos favorecidos y llevar una cierta diversidad a la homogeneidad basada en la raza, el origen y los ingresos familiares que se observaba en los conjuntos escolares.

      II

      Aprieta los dientes de dolor, el sudor frío le surca las palmas, de esta no sale, y sin embargo las balas han pasado rozándolo, no han dado en el blanco, no han maculado la carne, intenta tomar