El trabajo altamente especializado que se necesita para producir una buena copia de preservación requiere un grado enorme de habilidad y capacitación, algo que resulta, obviamente, muy costoso. Hace unos años se hablaba de, aproximadamente, unos 300 dólares por un rollo de diez minutos en 35 mm, sin contar los muchos gastos adicionales. No sé cuánto valdrá en este momento.
Ahora bien, ustedes pueden preguntarse si es un trabajo que vale la pena hacer y por qué. Se preguntarán por qué pueda valer la pena restaurar los antiguos noticieros de valor histórico y sobre todo, por qué merezca la pena el esfuerzo en pro de una película como Bajo el cielo antioqueño, que, obviamente, no es una obra maestra del cine. Sabemos que estamos en el momento adecuado para rescatar este que es el único testimonio completo (o casi), que sobrevive del pequeño cine colombiano del período mudo. ¿Es importante esforzarse por preservarlo? ¿O se va a permitir que sucumba en llamas o sobreviva un tiempo en rollos babosos y malolientes, una bomba de tiempo permanente e inservible? La respuesta no es de naturaleza nostálgica ni capricho de coleccionista de vejestorios. Hay razones más profundas e importantes para emprender este trabajo y para buscar apoyo económico para su realización.
Con las consideraciones técnicas anteriores he intentado crear una base de información que permita discutir con conocimiento de causa la urgencia y la necesidad de rescatar la única película colombiana argumental de la época del cine mudo que ha llegado hasta nosotros casi completa, y que resulta ser una cinta antioqueña y medellinense, con ligámenes estrechos con personajes importantes, con la historia y la imagen de esta tierra. Voy a intentar esbozar algunas de las razones que exigen este esfuerzo de restauración.
La primera razón de urgencia tiene que ver con el hecho técnico: hoy todavía existe esta película, llena de imágenes de Medellín y sus alrededores en los años veinte, de informaciones indirectas sobre el modo y ritmo de vida de la época, como un álbum de personajes y de lugares, pero con la sobrecogedora presencia que confiere el movimiento. Ver una foto de la Avenida La Playa con su quebrada abierta y sus puentes es una impresión distante y lejana. Recibir esta imagen en una gran pantalla, con gente que se desplaza, automóviles que pasan y con la profundidad que da el cine, es como entrar a una máquina del tiempo e introducirse en esa realidad que se fue para siempre. Mañana, y cada día que pase, ese material existirá un poco menos, porque el inflexible proceso de disolución química no se puede detener. Las dudas, las incertezas, las demoras no harán otra cosa que dejar que siga su curso un proceso irreversible. Dejar el trabajo para después puede implicar que, en determinado tiempo, esas imágenes desaparezcan para siempre.
Se preguntarán ¿por qué concentrar el esfuerzo económico en el rescate de Bajo el cielo antioqueño y no en el de materiales más valiosos? ¿Por qué no restaurar primero antiguos noticieros de valor histórico, político y social?, ¿por qué dedicarse a esta especie de precursora de nuestras telenovelas, realizada por la “jai” de Medellín y en la que no se habla de la vida de la gente ordinaria sino de la de los que todo lo tienen, hasta la posibilidad de divertirse haciendo cine?
Primero que todo es importante saber que el material de los años veinte es escasísimo en el país y que, cabalmente, la restauración de los pocos materiales documentales existentes fue la primera prioridad de la Fundación Patrimonio Fílmico y el esfuerzo de la empresa que los tuvo en su poder durante años: Esso-Intercol. Gracias a ese esfuerzo, desgraciadamente muy poco conocido y alabado, hoy es posible ver en material de seguridad momentos culminantes de nuestra historia de las primeras décadas de este siglo y esperamos que nuestros historiadores (buenos colombianos aferrados a la palabra y la retórica y sin tradición visual) comiencen a descubrir todo lo que se puede leer en estos documentos fílmicos. Quisiera poner un sencillo ejemplo. Durante años las biografías, la tradición, los testimonios de los que lo oyeron mencionaban a un famoso prelado colombiano como orador irrepetible y electrizante y decían que su mímica era hipnótica y su timbre de voz como una trompeta vibrante. Una de las películas restauradas nos lo muestra en esa su actividad tan alabada, es decir haciendo uso de la palabra, en los comienzos mismos del cine sonoro en el país. Abonándole la insuficiencia tecnológica, es posible decir, frente a esta película, que el abismo entre mito y realidad es desconcertante, debido a que los testimonios cinematográficos son particularmente insobornables y ricos en información irrefutable. De ahí que cualquier imagen mal lograda de un noticiero de hoy (por eso hay que preservarlas desde ya), será una fuente maravillosa de información en veinte, treinta o cincuenta años. De ahí también que cualquier mala película de diversión de hace medio siglo nos diga más sobre la gente, las costumbres y el modo de vivir de la época que muchos libros de antropología descriptiva. De ahí que Bajo el cielo antioqueño...
Hay otros materiales esperando restauración, entre ellos muchos noticieros de los años cincuenta en adelante, pero ellos, por estar en cinta de seguridad, no tienen la prisa de los nitratos. Y si se sopesa la importancia, el estado en que se encuentra el material, la urgencia de ser sometido a tratamiento, el valor cinematográfico e informativo, hay que sacar la conclusión de que el “divertimento” pionero de don Gonzalo Mejía, en el mismo año en que se hizo una de las cumbres del cine universal, El acorazado Potemkin, es la pieza de nuestro escaso cine nacional que merece más el turno de salvación y preservación.
1925 es un año en que el cine mudo universal había producido ya obras geniales, algunas irrepetibles. El nivel de nuestra película colombiana está, si se quiere, una década o más en retraso sobre la evolución del lenguaje cinematográfico. Sin embargo, no se trata de un bodrio inepto, como se han hecho tantos aquí, incluso muchas décadas más tarde. Los bogotanos Acevedo, a quienes don Gonzalo les confió la realización de su película, poseían una confiable profesionalidad y la cinta, por lo que puede verse por los fragmentos de prueba, tiene elementos narrativos que la hacen interesante y que cuentan bien su historia. Pero lo más importante es el marco de esa historia, las imágenes de muy buena calidad de la ciudad y su gente, de las antiguas calles y edificaciones, de fábricas, almacenes y clubes sociales, de iglesias, de las fincas de los alrededores y de Fredonia, del río Medellín, limpio y escoltado por una interminable fila de hermosos árboles, de un beneficio de café, de la actividad comercial, de los bancos de la época, del Hotel Magdalena en Puerto Berrío, del gran río y el barco David Arango, de los charcos de Barbosa, de los paseos y los absurdos trajes de baño, de las costumbres morales y sociales, de la vestimenta, de los cafetines. Y esta enumeración la hago pensando solo en los 20 minutos de imágenes de prueba que se han mostrado. Es, un poco, como quitarle a Pompeya sus capas de lava y ceniza para encontrar debajo los frescos luminosos, los impluvium, los templos y burdeles y hasta los soldados y los perros de guardia inmovilizados para siempre. Solo que aquí, en nuestra modesta ciudad sumergida, se siguen moviendo.
Y después de que esta película se haya hecho accesible seguiremos buscando otras que puedan existir todavía y haciendo lo posible por crear un archivo abierto, una memoria visual que ayude a la conciencia, a la identidad, a conocer nuestras raíces, nuestra evolución, lo bueno y lo malo que tenemos. Sabemos, ya lo hemos dicho, que un altísimo porcentaje de esas imágenes, particularmente las más antiguas, están perdidas definitivamente. Pero estas existen y son patrimonio de todos, como son tantas otras cosas que botamos por la borda con pasmosa facilidad y negligencia. Es un trabajo costoso, dispendioso, difícil. Ciertamente que no lo puede hacer uno solo, tenemos que hacerlo entre todos. Las razones que he mencionado son solo unas pocas. Hay muchas más.
Primera parte: El Colombiano, 14 de mayo de 1989 Segunda parte: El Colombiano, 4 de junio de 1989
Cine y televisión para hombres libres
Los medios y el mal espíritu del país
El crítico británico Jonathan Rosenbaum citó recientemente, en un análisis sobre la situación actual del cine, un texto escrito