–Fundamentalmente, que alguien se ocupe de que descanse lo suficiente y no haga tonterías –respondió Jake.
–Eso es muy fácil de decir –murmuró ella, sacudiendo la cabeza–, pero sospecho que no va a ser tan fácil de hacer.
–Haz lo que puedas. Cisco tiene que descansar para recuperarse de esa infección. Pero, si le sube la fiebre, avísame de inmediato.
–Por supuesto.
Jake la miró con expresión sombría. Easton conocía muy bien esa expresión; la preocupación por sus pacientes y por las personas que cuidaban de ellos era una de las grandes virtudes del único médico de Pine Gulch.
–Te daré el mismo consejo, East. Tómatelo con calma. Si no puedes con él, contrata a alguien del pueblo para que cuide a nuestro amigo.
Easton pensó que su idea era bastante razonable; estaba demasiado ocupada para cuidar de Francisco y de una niña pequeña. Pero, por otra parte, Cisco le había pedido ayuda; había ido al rancho porque la necesitaba. Y era la primera vez en diez años que acudía a una persona de su familia cuando tenía un problema.
–Creo que me las arreglaré. Solo serán unos días. He hablado con Burt y me ha dicho que los chicos y él podrán cuidar del rancho.
–¿Estás segura?
–Deja de preocuparte por mí, Jake. No soy tu paciente –respondió.
Easton le dedicó una sonrisa llena de cariño. Le estaba muy agradecida por su apoyo durante la enfermedad de Jo. De no haber sido por él y por la enfermera del hospital, Tess Claybourne, quien después se casó con Quinn y se convirtió en Tess Southerland, no habría sido capaz de soportar aquellos días.
–Está bien… pero no te agobies demasiado, Easton. Tienes la fea costumbre de preocuparte por todos excepto por ti misma.
Ella reaccionó con una mueca burlona.
–Oh, vamos. No me dirás que soy la única persona en esta habitación que tiene ese defecto, ¿verdad?
–Buena respuesta, East –ironizó Jake–. Pero asegúrate de que se toma sus medicinas y llámame inmediatamente si tienes alguna duda o su estado empeora.
–Lo haré.
–En tal caso, dejaré que te lo lleves. Estará contigo dentro de un minuto.
–Gracias, Jake.
Jake sonrió y la dejó en la sala de espera para atender a otros pacientes. Como era el único médico de la localidad, siempre estaba ocupado.
–Es un gran hombre, Isabela; el tipo de hombre en el que te deberías fijar cuando crezcas. Una persona encantadora y digna de confianza.
La niña sonrió y Easton sintió una punzada en el pecho. Tenía miedo de encariñarse con ella, porque Cisco la llevaría con su familia cuando se recuperara.
Segundos más tarde, la puerta de la clínica se abrió y apareció un hombre alto, uniformado y de cabello rubio. Era el jefe de policía de Pine Gulch.
Los ojos verdes de Trace Bowman se iluminaron al verla.
–¡Easton! ¡Qué sorpresa!
Trace se acercó y le dio un beso en la mejilla. Olía muy bien a jabón y a loción para después del afeitado.
–¿Qué ocurre? ¿Estás enferma? –continuó–. ¿De quién es esta maravilla?
Isabela lo miró con fascinación y se rio cuando Trace empezó a hacer el tonto para ganársela.
–Oh, es una larga historia… Pero no te preocupes, no estoy enferma –respondió ella–. ¿Y tú? ¿Qué haces en la clínica?
Trace se encogió de hombros.
–He venido a hablar con Jake sobre uno de sus pacientes de la semana pasada. Nuestro amigo sospecha que era víctima de abusos y quiero informarle del estado de la investigación –respondió.
Easton maldijo a Cisco para sus adentros por haberse presentado justo entonces. Estaba empezando a salir con Trace y era evidente que los dos deseaban llegar más lejos.
Le gustaba mucho; más que ninguno de los hombres con los que había salido. Tenía conversación, escuchaba sus opiniones y era fiable. Todo el mundo se llevaba bien con Trace y con su hermano Taft, que ejercía de jefe de bomberos.
Pero no estaba enamorada de él. Por mucho que lo intentaba, no conseguía enamorarse.
Su corazón pertenecía a Cisco.
–Me alegra que nos hayamos encontrado… precisamente te iba a llamar porque no podré salir el viernes que viene –le informó–. Lo siento mucho, Trace. Tenía ganas, pero estoy demasiado ocupada.
Él pareció decepcionado.
–No te preocupes; nos veremos otro día. El cine no va a dejar de proyectar películas, y en cuanto a la reserva en el restaurante Jackson Hole, se puede anular… Pero ¿qué ha pasado? ¿Va todo bien?
Easton pensó que todo iba mal. Trace era el hombre que le convenía; un hombre seguro y muy atractivo que se preocupaba sinceramente por ella y por la comunidad en la que vivían. Sin embargo, ya no se podía engañar a sí misma. Nunca se enamoraría de él.
Justo entonces, Cisco apareció. A pesar de estar pálido y de tener ojeras, se las había arreglado para parecer tan rebelde y peligroso como de costumbre, con el pelo revuelto y su barba de tres días. El contraste con Trace, tan rubio y tan repeinado, no podía ser mayor.
–Hola, Bowman…
Trace no se alegró de ver a Cisco.
–Hola, Del Norte –dijo con frialdad–. ¿Qué haces aquí? Me habían dicho que estabas encerrado en una cárcel de Guatemala.
Easton se llevó una sorpresa. No sabía nada de ninguna cárcel de Guatemala.
–Me soltaron por buen comportamiento –ironizó.
La animosidad que se profesaban los dos hombres era tan obvia que hasta la pequeña Isabela lo sintió.
–Ya he terminado, East. ¿Nos vamos a casa? –dijo Cisco.
Easton no era tan ingenua como para no darse cuenta de que la mención de la casa tenía la intención de molestar a Trace.
–Sí, claro… Pero antes tengo que recoger las cosas de Isabela.
–Te esperaré en el coche.
Cisco salió de la clínica. Caminaba con aparente normalidad, pero Easton se dio cuenta de que sus movimientos eran más precisos de lo normal.
Cuando se quedaron a solas, Trace frunció el ceño.
–Veo que no bromeabas al decir que la historia es larga de contar. Los asuntos concernientes a Francisco del Norte suelen estar tan retorcidos como una escala de cuerda en mitad de un vendaval –afirmó.
–Lo siento.
Easton ni siquiera supo por qué se disculpaba. Ella no tenía la culpa de lo sucedido; a decir verdad, ni siquiera era culpable de haberse enamorado de Cisco durante su adolescencia y de seguir enamorada de él.
Trace la acompañó a la salida y le abrió la puerta. La tarde olía a lilas y a primavera.
Mientras caminaban hacia el aparcamiento, Trace comentó:
–Ten cuidado con Cisco. Siempre se mete en problemas.
Ella asintió, pero no dijo nada.
–¿Se va a quedar en el rancho?
Easton volvió a asentir.
–Sí, pero solo durante unos días. Está convaleciente de una herida y va a llevar a la niña con su familia, que vive en Boise –respondió–.