—¿Qué te parece?
Le encantaba. Todo.
—El sofá queda muy bien.
La hiperactiva imaginación de Tara no tenía ningún problema para imaginarse junto a él compartiendo aquel espacio delante del fuego de la chimenea.
Recordó entonces las palabras de Axel: «tú y yo vamos a hacer el amor en ese sofá», y desvió rápidamente la mirada.
—A mí también me gusta —dijo Axel, permaneciendo en el centro de la habitación, con los brazos en jarras y mirando a su alrededor—. El resto de la cabaña todavía está muy vacío.
Personalmente, Tara pensaba que «cabaña» era una palabra demasiado sencilla para describir aquel espacio.
—¿Qué más necesitas?
Tara se acercó a la mesa de billar. Una lámpara colgaba del techo justo sobre ella, pero imaginó que sólo de noche utilizaban la luz artificial, puesto que la mesa estaba situada enfrente de un enorme ventanal que iba desde el suelo hasta el techo.
—¿Por qué? ¿Quieres añadir más compras a tus arcas?
—Una vendedora es siempre una vendedora —contestó Tara con una sonrisa.
—Necesito un cabecero para mi cama.
—Lo tendré en cuenta —tragó saliva.
Había una caja abierta en una esquina, debajo de una ventana. Tara se acercó y sacó una de las fotografías enmarcadas que contenía. En ella aparecía un Axel sonriente flanqueado por sus padres y llevando la túnica y el birrete de su facultad. Tara continuó mirando el resto de las fotografías, eran cerca de doce instantáneas que reflejaban diferentes momentos de la familia Clay.
—Aquí tienes una respuesta para tus paredes desnudas —le mostró una de las fotografías—. Todas tienen marcos muy parecidos. Quedarían preciosas colgadas en una pared.
—A lo mejor si las cuelga alguien que tenga gusto para ese tipo de cosas.
—No intentes convencerme de que tu madre, tu hermana o alguna de tus primas no se han ofrecido ya a ayudarte.
—¿Estás bromeando? Si las dejara, me llenarían la casa.
—Pero tienen un gusto excelente.
—Sí, pero sería una cabaña decorada a su gusto.
—Sin embargo, quieres que te ayude yo.
—Porque no me importa disfrutar de tu gusto.
Tara sintió que se derretía por dentro y por la mirada de Axel, supo que era perfectamente consciente del efecto que habían tenido en ella sus palabras.
Tragó saliva, levantó la caja y la dejó sobre la mesa de billar. Una vez allí, sacó las fotografías y las fue colocando sobre la mesa. Al cabo de unos minutos, Axel se acercó.
—¿Qué estás haciendo?
—Ver cómo podrían quedar mejor. ¿Quién es este chico? —señaló a un joven que aparecía en una fotografía junto a Axel y otros hombres bebiendo cerveza.
—Ryan, el hijo mayor de Rebecca y de Sawyer.
Tara dejó la fotografía entre las demás. No había conocido a Ryan Clay, pero había oído hablar de su muerte.
—¿Estabais muy unidos?
—Sí —respondió Axel sombrío—. Me llevaba varios años, pero éramos muy amigos.
Tara alzó la mirada hacia él y observó la oscuridad que de pronto inundaba sus ojos. Antes de ser consciente de lo que estaba haciendo, posó la mano en su pecho.
—Lo siento. Tuvo que ser muy doloroso.
Axel posó la mano sobre la de Tara.
—Preferiría que habláramos de otra cosa.
Tara se humedeció los labios.
—¿Qué te parece que hablemos de si tienes clavos y un martillo?
—De acuerdo. Ahora te los traigo.
Tara cerró la mano en un puño cuando Axel salió de la habitación y se volvió de nuevo hacia las fotografías, pero ya era incapaz de verlas. Axel regresó antes de que hubiera tenido tiempo de dominar las emociones que aquella conversación había despertado en ella.
—Clavos —dijo Axel, colocando una cajita frente a ella—. Y un martillo. Ve diciéndome dónde quieres que me ponga.
Tara se mordió la lengua hasta que estuvo segura de que no iba a contestar «en el sofá». Tomó entonces la fotografía más grande y la colocó en la pared que había al lado de la puerta. Era una fotografía de los padres de Axel el día de su boda.
—Pon un clavo aquí.
—Está un poco bajo.
—Pensaba que confiabas en mí.
Axel sonrió con ironía, pero hizo lo que le pedía.
—¿Tienes un lápiz y un nivel?
—No fui boy scout, pero estoy preparado para cualquier imprevisto.
Axel sacó ambas cosas del bolsillo.
Tara se volvió hacia la pared y utilizó el nivel para marcar el lugar en el que tenía que poner los clavos. También estaba preparado la noche de Braden y aun así, se había quedado embarazada, pensó mientras lo hacía. La caja de preservativos que habían comprado en la misma tienda en la que habían encontrado la tarta de chocolate decía que tenían una fiabilidad de un noventa y nueve por ciento.
—Hay unos ganchos que son preferibles a los clavos, pero supongo que no…
—No tengo, pero los traeré la próxima vez que vengamos y podrás cambiarlos.
¿La próxima vez? ¿Iba a haber una próxima vez?
Terminó de hacer las marcas y después de que Axel clavara los clavos, colgó las fotografías.
—A mí me parece que quedan muy bien —dijo Axel mientras retrocedía para observar el efecto.
—Todavía no hemos terminado —le mostró otras dos fotografías.
—No me habías dicho que íbamos a pasarnos la tarde colgando fotografías.
—Y tú dijiste que no tenías prisa por volver a Weaver —colgó rápidamente las dos fotografías que quedaban—. Ya está. ¿Qué te parece ahora?
Axel posó la mano en su espalda y la subió lentamente hasta su nuca.
—Me parece que ya va siendo hora de que dejemos de fingir.
Tara se quedó completamente paralizada. Cerró los ojos y se aferró al borde de la mesa mientras Axel le acariciaba la nuca con el pulgar.
—Axel yo… quiero… No, quiero decir, no quiero…
—Chss —él acercó los labios a su oreja.
Tara sentía el calor de su cuerpo en la espalda, traspasando la gruesa lana de su jersey.
—Te diré lo que yo quiero —continuó susurrando Axel mientras deslizaba la mano para terminar posándola sobre su vientre.
Tara tomó aire, repentinamente alarmada. ¿En dónde tenía la cabeza? No debería dejar que la tocara. No debería estar allí contemplando la posibilidad de hacer el amor con él.
—Lo que llevo días queriendo hacer —Axel bajó la voz todavía más, hasta convertirla en un ronco rumor—. Llevo semanas pensando en esto, meses, por mucho que haya