—No sé dónde está Sloan. Ni siquiera me lo ha dicho a mí. Pero ha puesto demasiadas cosas en juego en este caso como para no hacer todo lo posible por ponerle un punto y final. Y seguro que no va a fallar en el último momento negándose a testificar —se acercó a la puerta y la abrió—. Creo que yo también voy a almorzar. ¿Vienes conmigo?
—No, quiero volver con Tara.
Lo que no sabía su tío era que su deseo era mucho más profundo que su profesionalidad.
En cuanto entró en la tienda, Tara se volvió hacia la puerta, para, inmediatamente, girar de nuevo la cabeza hacia el hombre al que estaba atendiendo junto a uno de los percheros de ropa del rincón de la lencería.
—¿Qué te parece éste? —preguntó mientras le mostraba un camisón de seda—. Tu esposa lo mira cada vez que viene a la tienda. Creo que sería un gran regalo.
Axel se reclinó contra el mostrador y estuvo ojeando una revista que no estaba allí cuando había salido. Era la revista para la que Tara había trabajado. Pero en realidad no tenía ningún interés en la decoración de interiores. Y tampoco estaba especialmente interesado en el rubor que cubrió el cuello de Tom Griffin mientras miraba el camisón.
—Me lo llevo, Tara —vaciló un instante—. Pero Janie siempre lleva camisones de franela…
—Es vuestro aniversario —le animó Tara con delicadeza—. Estoy segura de que le encantará ponerse para ti un camisón de seda.
Tom le dirigió a Axel una mirada que éste fingió no notar.
—No es por el precio —le susurró Tom a Tara—. Pero es… muy sexy, ¿no te parece? ¿Qué dirán los niños cuando vean a su madre así por la mañana?
—Con la bata que lleva a juego, es perfectamente discreto —le aseguró Tara suavemente—. Pero no pienses en el desayuno de los niños. Piensa que es un regalo de aniversario. Confía en mí, a Janie le va a encantar. Y también le va a encantar ponérselo para ti.
Tom giró bruscamente la cabeza hacia Axel. Éste pasó una página de la revista intentando disimular su diversión.
—Muy bien —Tom sacó la cartera—. Pero creo que lo querrá devolver en cuanto lo abra.
—En ese caso, siempre puedes echarme la culpa a mí —dijo Tara mientras se metía detrás del mostrador—. Pero si al final le gusta, espero verte por aquí antes de su cumpleaños. Hay un corpiño que también le encanta. Es ése de color azul que está dentro de la cabina.
Tom parecía ligeramente horrorizado mientras miraba hacia la cabina.
—Si quieres, te lo envuelvo en papel de regalo.
—Normalmente le doy lo que le he comprado sin más.
Tara vaciló un instante sin dejar de sonreír, y comenzó a guardar la caja con el camisón en una de las bolsas de la tienda. Tom volvió a mirar precipitadamente a Axel.
—Yo lo envolvería —le aconsejó Axel.
—Sí, será mejor que lo envuelvas —le pidió Tom a Tara.
—Como tú quieras —sacó la caja y se la llevó a la trastienda.
—Buena elección —le susurró Axel a Tom.
Tom esbozó una mueca.
—Janie va a pensar que me he vuelto loco al comprarle una cosa así —respondió.
—A lo mejor se alegra de que pienses que todavía es suficientemente excitante como para poder ponerse algo así.
—¿Tú crees?
—No sé, al fin y el cabo, eres tú el que llevas quince años casado.
—Pues sí, es una mujer muy excitante. Incluso con un camisón de franela —cerró la boca cuando Tara regresó con el paquete envuelto.
—¿Qué te parece? —le preguntó Tara.
—Es muy bonito, Tara —farfulló Tom.
Tara le sonrió mientras guardaba el camisón en la bolsa.
—Dáselo después de una cena agradable. Con velas. Y sin niños.
—Eh, sí, claro.
Tom agarró la bolsa y salió de la tienda como si le persiguiera el mismísimo diablo. En cuanto cerró la puerta tras él, Tara se llevó la mano a la boca y comenzó a reír.
—Ese hombre no tiene ni idea de lo que le espera —dijo cuando por fin cesaron las carcajadas—. Janie pasa por la tienda todas las semanas y se queda maravillada mirando ese camisón, pero tiene miedo de que Tom se ría de ella si la ve con algo así —se echó a reír otra vez y sacudió la cabeza—. Ese tipo de situaciones son constantes en la tienda.
—Retiro lo que dije sobre que no estás implicada en la vida de la gente del pueblo.
—¿Perdón? —preguntó Tara con extrañeza.
—No te limitas a vender. Probablemente eres la responsable de que muchos matrimonios de aquí no caigan en la rutina.
—No sé si tienes razón, pero te aseguro que vendo una gran cantidad de lencería. Tu madre…
—No, por Dios, no quiero que me digas que mi madre se ha comprado ninguna de las prendas de esa esquina.
Las carcajadas de Tara volvieron a resonar en la tienda.
—De acuerdo, no lo haré.
Axel la siguió con la mirada mientras Tara se dirigía a la trastienda. Era la primera vez que la oía reír después de aquellos cuatro meses. Reír de verdad. Y se juró que Tara jamás tendría una razón para dejar de hacerlo.
Capítulo 10
Al día siguiente, Tara estaba sentada en la cama con la mirada fija en una página del periódico.
Comienza el juicio contra el jefe de los Deuce’s Cross.
Había leído el artículo más de cien veces desde que aquella mañana, Axel le había tendido el periódico, pero necesitaba leerlo una vez más. Era como si pudiera averiguar algo sobre Sloan a partir de aquellas setenta palabras.
Por supuesto, en ningún momento mencionaban a su hermano. Lo único que decían era que aquel juicio esperado durante tanto tiempo, por fin iba a tener lugar.
¿Pero estaría Sloan allí? ¿Estaría a salvo? Cuando todo acabara, ¿podría ella volver a Chicago? ¿Y querría hacerlo?
Aquellas preguntas llevaban todo el día agolpándose tras sus labios cerrados. A pesar de la manzanilla que acababa de tomarse, seguía con el estómago revuelto. Dejó el periódico a un lado y apagó la luz de la mesilla de noche. Ya eran casi las doce. Debería estar durmiendo.
Pero continuaba despierta, intentando luchar contra las náuseas que la habían acompañado durante todo el día.
Al cabo de unos minutos, se sentó en la cama y se llevó las manos al vientre.
—Vamos, bebé —susurró—, dale un descanso a tu mamá.
Pero el descanso no llegaba. No podía dejar de pensar en Sloan, en Axel y en el bebé. Al final, se levantó de la cama, abrió la puerta del dormitorio y salió al pasillo. Era la cuarta noche que Axel dormía en su casa. Se dirigió hacia la otra habitación y cerró la puerta antes de encender la luz.
Si no iba a dormir, por lo menos podía trabajar algo, aprovechando además que no tenía a Axel pegado a su espalda.
Desde que se había presentado en su casa, nunca la había dejado durante más de una hora. Tara sabía que en el pueblo comenzaba a hablarse de su relación porque se había duplicado el número de clientes.