Emily la miró ligeramente sorprendida.
—¿Por qué?
—Mi madre jamás hizo nada como esto. Mi padre no permitía ese tipo de mimos.
—Cariño, a veces hasta los adultos necesitamos que nos mimen —se sentó con el libro en el regazo y se inclinó hacia delante—. Has dicho que no tienes a tu hermano, pero es él el que está insistiendo en que te protejan. Esté a tu lado o no, es evidente que está preocupado por ti. Y al parecer, con razón.
Tara negó con la cabeza.
—Llevo demasiado tiempo viviendo con las paranoias de Sloan. Estoy segura de que ese incendio no ha tenido nada que ver con él.
—Quizá tengas razón. Probablemente mañana Axel tendrá alguna respuesta. Ahora, intenta dormir.
Tara cerró los ojos y cuando volvió a despertarse, ya entraba luz por la ventana. Miró a su alrededor. La mecedora estaba vacía y la luz apagada. La puerta del dormitorio estaba semiabierta y se oía un murmullo de voces. Pero la única que reconoció fue la de Axel.
Miró por la ventana que estaba enfrente de la cama. Vio un paisaje nevado bajo el sol y, un poco más allá, unas rocas escarpadas.
Además de la puerta que conducía al cuarto de estar, el dormitorio tenía otras dos puertas, y las dos estaban cerradas. Abrió una y descubrió que era un armario. La otra, afortunadamente, era la del baño.
Una de las paredes la ocupaba un enorme espejo con un marco de madera. Sintiéndose un poco fisgona, abrió los armarios del baño, pero estaban prácticamente vacíos. No había más toallas que las que colgaban al lado de la ducha, pero encontró pasta de dientes.
Se desnudó, se metió en la ducha, se lavó el pelo para quitarse el olor a humo y salió. Se envolvió en una toalla y abrió la puerta del baño. Prefería ponerse alguna prenda de Axel a tener que vestir aquella ropa con olor a humo.
Pero al ver a Axel en la cama con una bolsa de plástico a su lado se detuvo en seco.
—Yo… —farfulló—, acabo de ducharme. Espero que no te parezca mal.
—Llevo más de una semana utilizando tu ducha, ¿a ti qué te parece?
—Pareces cansado. No has dormido nada, ¿verdad?
—Alguna que otra hora ayer por la noche. Esta mañana hemos ido a buscar entre los escombros —Tara no se dio cuenta de que llevaba una bolsa más pequeña entre las manos hasta que Axel se la tendió—. Me temo que esto es lo único que hemos podido salvar.
Tara tomó la bolsa y la abrió. Además de otros objetos, en el interior había un espejo de mano que había sido de su madre.
—Lo hemos revisado todo lo mejor que hemos podido.
Tara apretó los dientes para no dejar escapar un sollozo.
—¿Quiénes?
—Mis primos, mi madre. Hemos ido todos allí.
Tara lo miró en silencio. Tenía el pelo revuelto y la ropa cubierta de hollín. Se aferró con fuerza al espejo.
—Deberías haberme despertado.
—Necesitabas dormir, y no dedicarte a remover cenizas —suspiró profundamente—. Y a lo mejor yo necesitaba no verte removiendo las cenizas.
Tara sintió un nudo en la garganta. Volvió a abrir la bolsa y sacó un álbum de fotos. Acarició con el pulgar la cubierta negra que en otro tiempo había sido de cuero.
—Lo guardaba en el armario del vestíbulo.
Lo abrió con mucho cuidado. Las páginas crujían a medida que iba pasando las hojas, pero, por alguna especie de milagro, no se habían pegado.
—Gracias —susurró emocionada mientras lo cerraba.
—No me des las gracias. Si hubiera estado… —dijo, se interrumpió y respiró con fuerza por la nariz.
—Nada de esto ha sido culpa tuya.
—No ha sido un fuego provocado. Al parecer ha sido un accidente. Un fallo en la instalación eléctrica —apretó los puños—. Yo quería cambiar tu rutina, que no volvieras a casa cada día al salir de la tienda. Pero si hubiéramos estado en tu casa, nos habríamos dado cuenta de que…
—O a lo mejor no nos habríamos dado cuenta —le recordó Tara—. Tú mismo lo has dicho, Axel. Pero podrías haberme dicho que era eso lo que pretendías —hizo un gesto con la mano—, cambiar la rutina, quiero decir.
—Lo de hacer el amor contigo no tenía nada que ver con mi trabajo —volvió a resoplar—. Toma —le tendió la bolsa que tenía a su lado—. Mi madre te trajo esto ayer.
—¿Ayer? Pero si el incendio fue ayer por la noche.
—No, Tara, has dormido todo un día entero. Es lunes. De hecho, son casi las doce.
—Pero… Jamás en mi vida había dormido tanto.
—Pues esta vez lo has hecho. Incluso he llamado a mi tía Rebecca para que viniera a ver lo que te pasaba.
Tara se quedó paralizada. Su tía, Rebecca Clay, era la directora médica de la clínica de Weaver.
—¿Qué…? —tuvo que interrumpirse para aclararse la garganta—. ¿Y qué ha dicho ella?
—Que estabas agotada. En estado de shock, y que te dejáramos dormir —miró de nuevo hacia la bolsa—. Sarah va a traerte todo lo que Dee y el resto de los vecinos han ido recogiendo. Pero de momento, aquí tienes ropa y un neceser por si necesitas algo.
Tara sintió un cosquilleo en la nariz. Y los ojos le ardían. Dejó el álbum, abrió la bolsa y sacó una blusa perfectamente doblada.
—Tu madre compró esta blusa en mi tienda hace unos meses.
—Ella es un poco más alta que tú, pero ha pensado que te quedaría bien. Leandra te manda las botas y las zapatillas de deporte.
Tara volvió a abrir lentamente la bolsa. Además de algunas prendas que reconoció de la tienda, había otro paquete con calcetines y ropa interior.
—Todo esto es nuevo.
—Eso ha sido cosa de Leandra. Ha dicho que lo que tú tenías en la tienda era mucho más bonito, pero esto te servirá durante algunos días.
—¿Por qué está haciendo esto todo el mundo por mí?
—¿Por qué no lo iban a hacer?
—No me lo merezco —dejó caer la bolsa—. No me merezco nada de esto.
—No, no te mereces que se incendie tu casa mientras yo estaba mirando hacia otra parte.
—No es eso lo que quiero decir. Me refiero a todo esto —señaló todo lo que había sacado de la bolsa—. Todo el mundo ha sido muy generoso conmigo y yo… —lo miró, comprendiendo que no podía continuar ocultándole la verdad—. Axel… Dios mío, lo siento. Lo siento mucho.
—¿Qué es lo que sientes?
Pero las palabras y los pensamientos se agolpaban en su mente en una carrera destinada a descubrir su triste verdad.
—Debería habértelo dicho. Debería haber encontrado la manera de decírtelo, pero…
Axel se levantó y la agarró por los brazos.
—Tranquilízate. ¿Qué deberías haberme dicho? Dime lo que te pasa, Tara, seguro que encontramos la manera de solucionarlo.
Al borde de la histeria, Tara tomó su mano y la posó sobre su vientre hinchado.
—¿Cómo crees que se puede arreglar esto?
Axel permaneció en silencio durante unos segundos interminables.
—Estás