Tara quería que Axel saliera de casa cuanto antes porque tenía miedo de terminar vomitando a pesar de tener el estómago vacío.
—Nada, pero tengo hambre y me gustaría comer un poco de pan —se dirigió a la cocina sin esperar respuesta.
Afortunadamente, un segundo después oyó que se abría y se cerraba la puerta principal. Se inclinó hacia delante, apoyó la cabeza contra la pared y cerró los ojos, esperando que cedieran las náuseas.
Las últimas semanas se había sentido mucho mejor. Continuaba teniendo el estómago revuelto por las mañanas, pero la sensación no era tan fuerte como al principio. Sin embargo, aquella mañana no había tenido suerte.
Se metió en el cuarto de baño, cerró la puerta y agradeció al cielo que Axel estuviera fuera y no pudiera oírla vomitar.
Para cuando Axel regresó a la casa, ya estaba poniéndose el abrigo y se sentía infinitamente mejor, aunque seguía sin hacerle ninguna gracia el plan de actividades del día.
No volvió a pronunciar palabra hasta que llegaron a la iglesia.
—¿A qué hora tenemos que ir a comer? —le preguntó a Axel.
—Alrededor de las dos o las tres —contestó Axel con mucho más entusiasmo del que ella sentía.
Aparcó en la acera, cerca de la puerta, en un lugar en el que nadie podía impedirles la salida. Tara recordó que su padre siempre aparcaba así.
Tara abrió la puerta de la camioneta y salió. Axel estuvo inmediatamente a su lado. Cuando llegaron a la puerta de la iglesia, le dio la mano y contestó con amables saludos a las miradas especulativas de las que eran atención.
Se sentaron en el último banco de la iglesia, el único en el que todavía quedaba espacio. Y era tal la preocupación de Tara por la imagen que estaban dando que apenas oyó una sola palabra del sermón del reverendo Stone. Para cuando quiso comenzar a concentrarse en lo que decía, ya estaban cantando el himno final y la gente se dirigía hacia la parte de atrás de la iglesia, empujada por la seductora fragancia del café.
No tardó en acercarse la familia de Axel, y aunque Tara estaba desesperada por escapar de allí, sabía que no tenía ningún lugar al que ir.
Jefferson, el padre de Axel, fue el primero en alcanzarlos.
—Cuánto tiempo, hijo —lo oyó musitar Tara mientras le palmeaba la espalda a su hijo. Se volvió casi inmediatamente hacia ella—. Tara, me alegro de verte.
—Gracias —consiguió contestar con lo que esperaba fuera una amable sonrisa.
Estaba temblando de la cabeza a los pies, y no porque le tuviera miedo, sino por el importante secreto que guardaba.
—Hola otra vez, cariño —Emily Clay le dio un beso a su hijo—. Eres un regalo para los ojos. Ya era hora de que pudiéramos verte en un mismo lugar durante varios minutos.
Si no le hubiera estado mirando con tanta atención, a Tara le habría pasado desapercibida la expresión que por un momento reflejó el rostro de Axel. Una expresión casi de tristeza. Por un instante, olvidó sus propios sentimientos y se concentró en dominar las ganas de posar la mano en la espalda de Axel para mostrarle su apoyo.
Tara permaneció en medio del alegre círculo que les rodeaba, sonriendo hasta que las mejillas le dolieron. Jefferson y Emily fueron los primeros en salir. Cuando por fin pudieron llegar a la camioneta, Tara estaba tan aliviada de haber podido escapar que tardó algunos segundos en darse cuenta de que Axel parecía tener tanta prisa como ella por marcharse.
—Tienes prisa.
—Prefiero que no estemos en un espacio abierto durante mucho tiempo.
Tara tragó saliva al oírle. ¿Cómo era posible que hubiera podido olvidar ni por un segundo que Axel sólo era su guardaespaldas?
Miró hacia la ventanilla y parpadeó intentando controlar las lágrimas.
—Tengo que pasar por la tienda. Con lo de la feria he dejado pendientes algunas tareas.
—Y no puedes dejarlo para otro momento.
—No todos nos podemos arreglar con una bolsa de lona como la que tienes tú en tu casa. El caos no está hecho para todo el mundo.
Axel la miró con expresión divertida.
—Últimamente no he tenido ningún lugar en el que hacer una buena colada. Y me temo que mis boxer comienzan a echar de menos una plancha.
Tara recordó inmediatamente la suavidad de los boxers grises que llevaba bajo los vaqueros la noche que había coincidido con él en Braden. Una vez más, sintió un calor intenso en el rostro.
—En el sótano de mi casa tengo una lavadora y una secadora que puedes utilizar. Pero no quiero que mezcles tu ropa con la mía.
—No soportas la idea de que tu ropa interior de vueltas junto a la mía, ¿eh? —preguntó Axel, sonriendo.
Tara se cruzó de brazos y se volvió hacia la ventanilla mientras recorrían la poca distancia que los separaba de la tienda. Axel estaba intentando sacarla de sus casillas, pero no tenía intención de hacerle saber que lo estaba consiguiendo.
Lo que tenía que hacer era poner distancia entre ellos, y punto.
—Lo que no soporto es que un hombre dé por sentado que la colada y la cocina son responsabilidad de la mujer.
Axel detuvo la camioneta en el callejón que había detrás de la tienda.
—Así que, además de no cocinar nunca, tu padre tampoco sabía cuándo había que echar lejía a la lavadora —aventuró—. Y una vez más, tú estás intentando ponerme la misma etiqueta que a él, aunque no me la merezca —se echó a reír—. Aunque en este caso, reconozco que puedes tener parte de razón. Suelo preferir enviar la ropa a la lavandería. Siempre me ha parecido un dinero bien gastado. Sobre todo porque nunca he sabido planchar la raya.
A pesar de sí misma, Tara no pudo evitar una sonrisa.
—Si eres capaz de planchar la raya de todos tus pantalones y los calzoncillos, me comeré el sombrero.
—Palabras peligrosas —Axel se detuvo tan cerca de la puerta trasera de la tienda que Tara apenas tenía espacio para salir. Apagó el motor y bajó la voz para decir—: ¿O es que ya no te acuerdas?
Tara salió rápidamente de la camioneta y entró precipitadamente en la tienda, pero no consiguió alejarse del sonido de su risa, de la misma forma que tampoco parecía posible alejarse de la electricidad que fluía entre ellos, que no había perdido un solo vatio de potencia desde su primer encuentro.
Capítulo 7
Estábamos empezando a preguntarnos si aparecerías.
El padre de Axel fue el primero en advertir su llegada cuando Tara entró siguiendo a un silencioso Axel en la enorme casa del rancho Double-C.
Todos los familiares que no habían estado en la iglesia se acercaron a saludar a Axel, pero en aquella ocasión, Tara tuvo la habilidad suficiente como para quitarse de en medio y se encontró frente a la hermana de Axel.
—Puede resultar un poco intimidante vernos a todos en la misma habitación —le dijo Leandra con una sonrisa.
Leandra no llevaba a su hijo Lucas en brazos, como en el gimnasio, pero Tara pudo ver al pequeño, que era la viva imagen de su padre, subiéndose a una mecedora. ¿Se parecería su hijo a Axel?
—Sí, sois un montón —se mostró de acuerdo Tara, intentando apartar aquel pensamiento de su mente, y fracasando de forma miserable.
—Yo ya he aprendido a dejar que pase la estampida antes de acercarme a mi hermano —tenía los ojos muy parecidos a los de Axel y en aquel