Tara pareció ligeramente aliviada, pero si Axel le hubiera explicado los motivos por los que pensaba que no se iba a alargar aquella situación, no lo habría parecido en absoluto.
Porque si no encontraban a la persona, o personas, que iban detrás de su hermano lo antes posible, era posible que Sloan muriera antes de seis meses.
—Voy a supervisar los alrededores de la casa otra vez. Cierra bien la puerta.
—¿Pero qué estás buscando exactamente?
—Cualquier cosa que me parezca fuera de lugar —agarró su cazadora y salió—. Cierra —le pidió desde fuera, al no oír echar el cerrojo.
Tara obedeció y Axel suspiró, exhalando una nube de vapor que resplandeció contra la luz del porche. Después rodeó de nuevo la casa. Las únicas huellas que había en la nieve eran las que había dejado él mismo horas antes.
Un turismo paró en aquel momento justo detrás de su camioneta. Reconoció los rizos rubios de la persona que iba al volante antes de que Dee Crowder bajara la ventanilla y asomara la cabeza.
—Has desaparecido muy pronto del baile —le dijo—. ¿Va todo bien?
Axel se dirigió hacia su coche. Dee era la persona más indicada para hacer correr un rumor.
—Sí, perfectamente, pero no teníamos ganas de estar rodeados de gente.
—No sabía que conocías tan bien a Tara.
Axel miró entonces hacia la casa y vio que las contraventanas estaban ligeramente abiertas. A pesar de que le había pedido que las mantuviera cerradas, Tara los estaba observando desde el interior de la casa.
—Digamos que estamos empezando a conocernos —contestó mientras le dirigía a Dee una sonrisa.
—Ya entiendo. Bueno, será mejor que me vaya a casa. Se está haciendo tarde. No hay nada como bailar para agotar a una chica. Que os divirtáis.
—Gracias, Dee. Y conduce con cuidado, ¿de acuerdo?
—Yo siempre conduzco con cuidado —respondió despreocupadamente, y se apartó de la acera.
Axel continuó observándola hasta que la vio girar y regresó a casa de Tara.
Ésta le abrió la puerta antes de que hubiera llegado hasta ella.
—¿Cómo le has explicado todo esto a Dee?
—En realidad, después de ver mi camioneta aparcada en la puerta de tu casa a estas horas, no hacían falta muchas explicaciones.
Tara lo miró con expresión de incredulidad.
—¿Y por qué no le has dicho la verdad? Al fin y al cabo, es tu amiga.
—Es la compañera de trabajo de mi prima —la corrigió.
Se quitó la cazadora y, a falta de un sitio mejor, la dejó en el sofá.
—A mí me parece demasiado amable contigo para ser sólo la compañera de trabajo de tu prima.
—Dee es una chica muy amable.
—Y muy coqueta.
Axel apenas fue capaz de disimular una sonrisa. Tara parecía celosa, pero estaba seguro de que no le haría ninguna gracia que disfrutara de sus celos.
—Lo de menos es que sea una amiga de la familia o una coqueta. Lo nuestro tiene que ser secreto.
—¿También le mientes a tu familia?
—Sería capaz de mentirle a cualquiera para mantenerte a salvo —desvió la mirada y se sentó en el sofá.
No era muy largo, pero por lo menos parecía cómodo, lo cual ya era mucho teniendo en cuenta que el suelo era de madera. No bromeaba cuando había dicho que estaba dispuesto a dormir en el suelo, pero agradecía contar con un sofá.
Aunque la cama de Tara habría sido incluso mejor.
Ignoró inmediatamente aquel pensamiento.
—¿Qué crees que provocaría más rumores? ¿Que crean que estamos compartiendo cama o que se sepa que necesitas un guardaespaldas?
—Nadie en Weaver ha necesitado nunca un guardaespaldas.
Axel se quitó una bota y la dejó caer al suelo.
—Exactamente, por eso no queremos que se hable de ello.
—Pero mentir a tu familia… —sacudió la cabeza con gesto de desaprobación—. ¿Crees que te perdonarán cuando se enteren?
Por supuesto que le perdonarían, y también el que hubiera seguido los pasos de su tío. Era otra mentira la que encontrarían imperdonable. Lo que no le perdonarían nunca era lo de Ryan.
—Seguramente sabrán adaptarse.
—Sí, supongo que sí. Se supone que eso es lo que tienen que hacer las familias —se dirigió hacia el pasillo—. Voy a buscarte una almohada y una manta.
Teniendo en cuenta lo entusiasmada que estaba con su presencia en la casa, se alegró de aquel ofrecimiento. Por lo menos estaba haciendo un esfuerzo por ser cordial. Habían compartido la cena, le estaba ofreciendo un lecho… ¿Qué más podía pedir?
Tara se alejó en silencio y regresó con una almohada, una sábana doblada y una manta. Lo dejó todo sobre la mesita del café.
—Ya sé que la manta es vieja, pero es la más gruesa que tengo.
—Se parece a las que tiene mi madre en la granja. Creo que las hizo mi bisabuela o algo así.
Si Tara notó la repentina ronquera de su voz, lo ignoró.
—Ésa la compré hace unos años. Si la tejió alguna bisabuela, seguro que no fue la mía —respondió muy seria—. ¿Necesitas algo más?
¿Aparte de que dejara de mirarle con desprecio por haberse marchado de Braden sin despedirse de ella?
—No, gracias. Estoy bien. No estoy aquí en condición de invitado, así que no tienes por qué entretenerme. Vete a la cama si quieres.
Estaba agotado por culpa de la diferencia horaria entre Wyoming y Bangkok; Bangkok, donde había dejado a Ryan.
—Muy bien —Tara parecía incómoda, pero intentaba disimularlo—. En ese caso, buenas noches.
—Buenas noches, Tara.
Segundos después, Axel oía cerrarse la puerta de su dormitorio.
Suspiró y se reclinó en el sofá. Se pasó la mano por el pelo y se apretó después los ojos privados durante tanto tiempo de sueño. Podría dormir durante una semana incluso con la tormentosa imagen de Tara deslizándose en su cama a sólo unos metros de él.
Pero en vez de acostarse, sacó el ordenador portátil de la bolsa de lona, lo colocó sobre la mesita del café y lo abrió.
A los pocos minutos estaba enviando el informe del día a Hollins-Winword. Y estaba a punto de cerrar el ordenador cuando detuvo los dedos sobre el teclado. Aunque sabía que el mensaje que quería ver no iba a aparecer, entró en un servidor tan secreto como el de Hollins-Winword y revisó su correo electrónico. Pero no encontró ningún mensaje de Ryan.
Cerró el ordenador y se reclinó cansado contra el sofá.
Lo único que le había llevado a convertirse en agente de Hollins-Winword era demostrar que su primo estaba vivo.
Pero una vez lo había demostrado, no había otra maldita cosa que pudiera hacer, salvo ocultarle la verdad a todo el mundo.
Capítulo 6
A pesar de que pensaba que no iba a poder pegar ojo sabiendo que Axel estaba en su casa, Tara consiguió dormir.
De