—¿Prefieres que rumoreen sobre una supuesta relación o que sepan la razón por la que estamos juntos?
—¡Prefiero que no hablen de mí!
—Ya hablan de ti.
—Eso no es verdad.
—Claro que sí, pero a lo mejor no tendrían tanto interés en hacerlo si no te mostraras tan distante.
—¡No me muestro distante! —replicó indignada—. Hablo con todos mis clientes y asisto a todos los actos que se organizan, como cualquier otro comerciante.
—Pero todo eso está relacionado con tu trabajo. ¿Qué me dices de los amigos? Sé que no has salido con nadie.
Tara se puso roja como la grana. Aparte de un matrimonio fracasado a los dieciocho años, no había salido con nadie, salvo con Axel, en toda su vida; una información que, estúpida de ella, había compartido con él durante el famoso fin de semana.
—Esta noche he ido al baile —le recordó—. Y, por cierto, no creo que ni mis amistades ni mis amantes sean asunto tuyo.
—Son asunto mío cuando necesito saber quién forma parte de tu vida —alzó la mano, intentando sofocar un posible estallido de indignación—, pero eso no importa. Estoy al tanto de lo más básico. Dejando de lado el baile de esta noche, no tienes vida social, Tara. Ni siquiera te quedas a tomar un café o a quejarte del sermón del pastor cuando vas los domingos a la iglesia.
—¿Y por qué estás tan seguro de que no tengo vida social? ¿Te crees todo lo que dicen sobre mí?
—Tara, fue Hollins-Winword la agencia que te trajo aquí. ¿Crees que nadie ha estado vigilándote desde entonces?
Tara lo miró boquiabierta.
—¿Tú… has estado… has estado espiándome?¿Sabías todo esto cuando yo… cuando nosotros? —se interrumpió. La indignación le impedía articular palabra.
—Nadie te ha estado espiando, Tara, y cuando estuvimos juntos en Braden, la única información que tenía sobre ti era la que tú me diste. Pero la agencia ha estado ocupándose de tu seguridad desde que volviste a Weaver. Eso incluía investigar a cualquiera que se acercara a ti, pero nadie se ha acercado.
La humillación ardía dentro de ella, haciendo compañía a una cada vez más acusada preocupación por su hermano.
—¿Y las personas que me han estado investigando, también te han investigado a ti?
—Si eso es lo que te preocupa, nadie está enterado de lo nuestro, algo preferible dadas las circunstancias —se levantó—. Sé que esto te va a resultar difícil de aceptar, pero si no fuera por las últimas amenazas contra tu hermano, no habría ningún motivo para que estuvieras al tanto de lo que está pasando.
—¿Ah no? ¿No habría ningún motivo para que supiera que hay alguien vigilándome?
—Considéralos como ángeles de la guardia.
—Palabras bonitas para una situación intolerable. ¿A ti te gustaría enterarte de que han estado espiándote?
—No —admitió Axel—, pero continuar debatiendo sobre el tema no nos va a servir de nada, así que será mejor que entremos en detalle. Abres la tienda todos los días menos los domingos, ¿no?
—Sí, y todavía no he dicho que esté dispuesta a permitir que seas mi guardaespaldas.
—No necesito mucho espacio mientras esté en tu casa —continuó Axel, como si ella no hubiera dicho nada—. Puedo dormir en el suelo si es necesario.
—Si esperas que te invite a compartir mi cama, ya puedes ir olvidándote.
—Soy tu guardaespaldas, Tara. No estaría bien que me acostara contigo.
Tara se cerró la bata con fuerza.
—En ese caso, me alegro de que estemos de acuerdo en algo.
—No he dicho que esté de acuerdo. Sólo he dicho que no estaría bien.
Para su propia irritación, Tara sintió que se ruborizaba hasta la raíz del cabello. Algo que la enfadó todavía más. Agarró la taza de la infusión y se dirigió a la cocina.
—La situación no es tan terrible como crees —replicó Axel mientras la seguía a la cocina.
No, la situación era mucho peor de lo que él se podía imaginar.
Se volvió y se reclinó contra el mostrador.
—¿Cuánta gente sabe que en realidad no te dedicas a la cría de caballos?
—Ya te he dicho que también me dedico a la cría de caballos.
—Muy bien, entonces, ¿cuánta gente sabe que también eres agente secreto?
Ella odiaba los secretos. Pero lo más irónico del caso era que en aquel momento estaba manteniendo el secreto más grande de su vida.
—Muy poca, y es importante que lo siga sabiendo muy poca gente.
—¿Por qué?
—Hollins-Winword está haciendo un buen trabajo, pero en el proceso, se ha forjado muchos enemigos.
—De modo que no te viene nada mal que todo el mundo piense que estás pegado a mí como una lapa porque en realidad te has encaprichado de una mujer mayor.
—Sólo tienes dos años más que yo, no creo que eso te convierta en una asalta cunas, querida.
—Me llamo Tara.
La débil sonrisa de Axel amenazaba con ensancharse y Tara deseó haber mantenido la boca cerrada.
Se volvió hacia la nevera y la abrió. Necesitaba comer algo, pero no había nada que le apeteciera, y además, tenía el estómago revuelto.
—En ese caso, supongo que tu conducta de esta noche en el baile se debía a que querías que todo el mundo pensara que hay algo entre nosotros.
—Y lo hay.
Axel posó la mano en su espalda. Tara se apartó bruscamente de la nevera y la cerró.
—No, no hay nada —estalló—. En cualquier caso, ¿no crees que esto también puede resultar sospechoso a ojos de todo el mundo? Como tú mismo has observado, mi vida social hasta ahora ha sido un auténtico desierto, y de pronto, apareces en el pueblo y resulta que ya estamos saliendo juntos. ¿Quién se va a creer una cosa así?
—Ya me conocen —contestó Axel con una sonrisa.
—¿Y qué saben de ti? ¿Que eres un mujeriego?
—En absoluto. Pero la gente que me conoce sabe que cuando pongo el ojo en algo, o en alguien, no hay nada que me detenga, y tú deberías saberlo mejor que nadie.
Tara cortó cualquier posible reacción por su parte antes de que pudieran comenzar a fluir en su mente las imágenes eróticas de la noche que habían compartido en el hotel, imágenes que tantas veces había reprimido.
—Preferiría no hablar sobre eso.
—No hablar de algo no significa que no exista, querida.
No había nadie más consciente que Tara de la verdad de aquellas palabras.
—Ese fin de semana fue algo… anormal. Evidentemente, no es algo que vaya a repetirse.
—Tienes razón, sobre todo ahora que soy tu guardaespaldas.
Desgraciadamente, Tara no sabía cómo tomarse aquellas palabras. Lo único que sabía era que sentía mariposas revoloteando por sus venas y que no podía atribuir su aparición al miedo que tenía por su hermano.
Pasó por delante de Axel y se acercó el mostrador.
—Muy