–Escapa a toda lógica –repitió él en voz baja.
Antes de que Cali pudiera decir o hacer nada, él posó los ojos de nuevo en Leo, apartó la mano y salió del dormitorio.
Ella lo siguió, despacio, asaltada por un torbellino de pensamientos contradictorios.
¿Qué le pasaba a ese hombre? ¿Qué significaba su comportamiento? ¿Y su sobrecogedora reacción al ver a Leo? ¿Acaso sufría algún trastorno bipolar que le hacía cambiar de actitud sin razón aparente? ¿Era la razón por la que la había abandonado de pronto y, luego, había vuelto?
Maksim detuvo sus pasos en el salón, con mirada oscura y ausente.
–No sé qué problema tienes y no quiero saberlo –señaló ella, mirándolo a la cara–. Has venido sin haber sido invitado, te has librado de mis preguntas dándome un par de besos y has visto a Leo. ¿Ya has terminado lo que venías a hacer? Quiero que te vayas y no vuelvas nunca o yo…
–Vengo de una familia de maltratadores.
Cali se quedó boquiabierta.
–Creo que es algo que ha estado pasando durante generaciones –continuó él con gesto inexpresivo–. Mi tatarabuelo lo era y sus descendientes siguieron sus pasos. Mi padre fue el peor de ellos, el más violento. Yo pensaba que lo llevaba en la sangre, que sería como ellos. Por eso nunca pensé en tener una relación, hasta que te conocí a ti.
Cali no pudo hacer más que mirarlo. Se había vuelto loca durante todo un año buscando respuestas. Pero ya no quería una explicación, sobre todo, si iba a ser peor que el abandono en sí mismo.
De todas maneras, él parecía absorto en su confesión, incapaz de detener las palabras que fluían de su boca como una cascada.
–Desde el primer momento, te deseé tanto que me asusté. Por eso, cuando me pediste que tuviéramos una relación sin ataduras, fue un alivio para mí. Creía que estarías segura conmigo mientras nuestro acuerdo fuera temporal y superficial. Pero las cosas no salen como uno espera y mi preocupación fue creciendo al mismo tiempo que mi deseo por ti. Vivía temiendo cuál sería mi reacción si decidías dejarme antes de que yo estuviera listo. Sin embargo, te quedaste embarazada.
Cali siguió embobada mirándolo, sintiendo que le temblaban las piernas.
–Mientras Leonid crecía en tu interior, cada día estaba más seguro de que había hecho bien en decirte que no entraría en vuestras vidas. Cada vez que no estábamos juntos, me invadía el desasosiego y tenía miedo de ir a buscarte con demasiada ansiedad y asustarte. Por eso, intentaba contenerme, espaciar las visitas. Pero solo me servía para volver a verte con más hambre de ti. Pensé que era cuestión de tiempo que tanta ansiedad acabara manifestándose con violencia. Por eso me obligué a desaparecer antes de que tuvieras a Leo, antes de terminar haciendo lo que hizo mi padre cuando nació mi hermana.
¿Tenía una hermana?, se preguntó Cali, sorprendida.
Maksim siguió hablando, ofreciéndole la horrible respuesta a su pregunta.
–Mi padre se había vuelto más y más irritable. Todos los días nos golpeaba a mi madre y a mí. Entonces, una noche, cuando Ana tenía seis meses, se volvió loco. Nos mandó a todos a urgencias. Mi madre y yo tardamos meses en recuperarnos. Ana se debatió entre la vida y la muerte una semana… hasta que murió.
Cali sintió como si una avalancha de rocas cayera sobre ella con las palabras de Maksim.
¿Y si Maksim perdía el control en ese momento? ¿Y si…?
Pero aquel hombre que tenía delante y que conocía tan bien no parecía estar a punto de un estallido de violencia. Más bien, parecía preso de la angustia más insoportable.
–¿Alguna vez has golpeado a alguien? –preguntó ella.
–Sí.
Su amarga admisión pudo haber despertado de nuevo los miedos de Cali, pero no fue así. No podía ignorar su intuición. Nunca se había equivocado cuando había escuchado su instinto.
Desde el primer momento que había visto a Maksim, se había sentido segura con él, protegida, a salvo. Era un nombre noble, estable y, por eso, había confiado en él desde la primera noche juntos, sin reservas.
Cuando Cali comenzó a acercarse, él se puso tenso. Estaba claro que no quería su contacto, que se avergonzaba de lo que acababa de contarle. ¿Cómo había podido vivir pensando que había un maltratador en potencia dentro de él?
Ella quería hacerle saber que siempre lo había creído digno de confianza. Por eso le había sorprendido tanto que se marchara. No había sido capaz de digerirlo ni de entenderlo. Y le había roto el corazón pensar que se había equivocado respecto a él.
Pero no se había equivocado. Aunque sus razones hubieran sido erróneas, él solo había querido protegerlos a ella y a Leo.
Maksim dio dos pasos atrás, implorándole con la mirada que no se acercara más.
–Deja que te cuente esto. Me ha estado pesando desde que te conocí. Pero si te acercas más, lo olvidaré todo.
Entonces, Cali se detuvo y se dejó caer en el sofá donde él la había besado y señaló el lugar a su lado. Él se sentó.
–Aquellos a quienes golpeaste no eran más débiles que tú, estoy segura –afirmó ella.
–No.
–Eran tan fuertes como tú –adivinó ella–. Y tú nunca fuiste quien dio el primer golpe.
Él asintió.
–En mi pueblo natal, no siempre se acudía a las fuerzas del orden público para resolver un conflicto. Casi nunca había policía y la gente de a pie teníamos que resolver nuestros conflictos solos. Con frecuencia, mis vecinos acudían a mí para que los defendiera. Y se me daba bien, pues mi padre me había enseñado a usar la fuerza para resolver los problemas.
–Estoy segura de que no hiciste daño a nadie que no se lo mereciera.
–Era demasiado violento.
–¿Y perdías el control? –insistió ella.
–No. Sabía muy bien lo que estaba haciendo.
–Muchos hombres son como tú… soldados, defensores… Son capaces de utilizar la violencia para defender a los débiles contra sus agresores. Pero esos mismos hombres son los más gentiles con aquellos que dependen de su protección.
–Eso pensaba yo. Pero, con mi historia familiar, temía que tuviera debilidad por la violencia. Mi pasión por ti se intensificaba por momentos, pero cuando más miedo tuve fue una noche en especial –confesó él–. Sucedió cuando te estaba esperando en la cama y te acercaste a mí con un salto de cama color turquesa.
A ella se le cerró la garganta. Recordaba a la perfección aquella noche. Había sido la última que habían pasado juntos. Cuando se había despertado por la mañana, él se había ido.
–Nunca te había visto tan hermosa. Tu vientre estaba hinchado con nuestro hijo y te lo estabas acariciando mientras te acercabas. Lo que sentí en ese momento fue una ferocidad tan increíble que me aterrorizó. No podía arriesgarme a que mis pasiones tomaran una dirección equivocada y acabar haciéndote daño.
A Cali se le saltaron las lágrimas.
–Lo ocultaste muy bien.
–No tuve que ocultar nada. Nunca tuve ganas de agredirte. Aunque la posibilidad de perder el control de mis pasiones me daba demasiado miedo –explicó él–. Pero créeme, en ningún momento estuviste en peligro de que te lastimara.
Ella meneó la cabeza para tranquilizarlo.
–Quiero decir que ocultaste bien esa pasión que sentías –repuso ella–. Yo no noté nada distinto de los demás días.
–Eso