–Deja que me sacie de tu placer. Ábrete para mí, Caliope.
Al instante, ella obedeció, dejando caer las piernas como pétalos de flor, rindiéndose a él. Maksim la devoró, saboreando su esencia más íntima y, como si hubiera intuido con exactitud el momento justo para hacerlo, la penetró con su lengua, haciendo que ella gritara mientras un interminable orgasmo la inundaba.
Antes de que Caliope tuviera oportunidad de recuperar el aliento, él se tumbó encima y la besó, entrelazando sus lenguas, mezclando el sabor de ambos cuerpos, que eran solo uno.
Entonces, él levantó los ojos hacia ella, al mismo tiempo que su erección buscaba la entrada, y con un rugido de deseo, la poseyó.
Caliope gritó al sentir la enormidad de su posesión. Él también gimió de placer y, agarrándola de las caderas, la penetró con más profundidad, llegando a su punto más sensible.
Sabiendo a la perfección lo que hacía, Maksim salió y entró de nuevo, una y otra vez, hasta que, jadeante, Caliope se retorció contra él, pidiéndole que terminara con aquella exquisita tortura. Solo entonces él se entregó por completo, dándole lo que le pedía, al ritmo y la cadencia que ella ansiaba.
Sus arremetidas fueron cada vez más rápidas, hasta que ella gritó y se arqueó en un espasmo, apretándose contra él mientras el clímax explotaba en su interior.
En medio de su delirio, Caliope lo oyó rugir, sintió su enorme cuerpo sacudiéndose y su semilla llenándola. Instantes después, se desplomó sobre ella, saciado, satisfecho.
Ella se volvió hacia él, admirando sus labios hinchados de tantos besos. Tenía un aspecto muy viril y vital y era… suyo.
Caliope nunca había pensado en ello, pero era la verdad. Desde que lo había conocido, Maksim Volkov había sido suyo y solo suyo.
Maksim, magnate del acero, era uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo. Y, en cuanto lo había visto cara a cara en una cena benéfica hacía un año, había tenido la certeza de que aquel hombre era capaz de poner cabeza abajo su mundo. Y ella se lo había permitido.
Caliope recordó con viveza cuando le había dado permiso para besarla a los pocos minutos de conocerlo. Recordó cómo su boca la había poseído con fiereza, la había llenado de la ambrosía de su sabor y la había dejado sin aliento. Nunca antes se había sentido tan embriagada por un beso. Ni había creído necesitar que un hombre la dominara.
En menos de una hora, aquel día, Caliope se había dejado llevar a la suite presidencial de Maksim, sabiendo que no sería capaz de negarle nada. Aunque, de camino al hotel, había tenido la claridad mental suficiente como para informarle de que era virgen. Ella nunca olvidaría su reacción. Él la había mirado con fuego en los ojos y la había besado con pasión, sellando así su posesión.
–Será un honor para mí ser el primero, Caliope. Y haré que sea inolvidable para ti.
Maksim había cumplido su promesa. Su encuentro había sido tan abrumador para ambos que no habían podido dejarlo como una aventura de una noche. Pero, por el desastroso ejemplo de sus propios padres, ella había pensado que el compromiso solo podía conducir a la decepción y a la destrucción del alma. Y no había tenido ganas de arriesgarse.
Sin embargo, no había podido resistir la necesidad de estar con Maksim. La intensidad de su deseo le había obligado a asegurarse de nunca hacer nada que pudiera poner en peligro su relación.
Para ello, Caliope le había pedido que observaran ciertas reglas siempre que estuvieran juntos. Para empezar, solo estarían juntos siempre que los dos sintieran la misma pasión y las mismas ganas de verse. Después, cuando el fuego se hubiera extinguido, se despedirían como amigos y continuarían con sus vidas.
Maksim había aceptado sus condiciones, aunque había añadido una de su propia cosecha, no negociable. Exclusividad.
La propuesta había dejado perpleja a Caliope, pues era un hombre con nutrida reputación de mujeriego, y le había hecho desearlo aun más. Sin embargo, nunca había dejado de preguntarse cuánto tiempo les quedaría juntos. Ni siquiera en sus fantasías más ambiciosas se había atrevido a soñar con que lo suyo fuera a durar para siempre.
Aun así, había pasado un año y su pasión no había dejado de crecer.
Caliope no estaba dispuesta a perderlo. No podía… Pero tenía que decírselo…
–Estoy embarazada.
Con el corazón acelerado, se sorprendió a sí misma con aquellas palabras claras y directas. Acto seguido, se hizo el silencio.
Maksim se quedó de piedra. Solo sus ojos parecían tener vida. Y su expresión era inequívoca.
Si Caliope había tenido alguna esperanza de que su embarazo hubiera sido bien acogido, se hizo pedazos en ese mismo instante.
De pronto, le faltó el aire y se apartó de él. Temblorosa, se incorporó en la cama, tapándose con la sábana.
–No tienes por qué preocuparte. Este embarazo es mi problema, igual que es asunto mío el haber decidido tener el niño. Solo creí que tenías derecho a saberlo. Igual que tienes derecho a sentirte y actuar como quieras respecto a ello.
Con rostro lleno de amargura, Maksim se incorporó también.
–No me quieres cerca de tu hijo.
¿Cómo había podido sacar esa conclusión?, se preguntó ella.
–Es tu bebé también –acertó a decir ella–. Estoy dispuesta a darte un lugar en su vida, si es que tú lo quieres.
–Quiero decir que no te conviene que esté cerca del bebé. Ni de ti, ahora que vas a ser madre. Pienso darle al niño mi apellido, hacerlo mi heredero. Pero nunca tomaré parte en su crianza –le espetó él y, antes de que Caliope, confusa, pudiera encontrarle sentido a sus palabras, continuó–: Pero quiero seguir siendo tu amante. Siempre que tú quieras. Cuando ya no me quieras, me iré. Los dos tendréis siempre mi apoyo sin límites, pero no podré formar parte de vuestras vidas –aseguró, y la miró a los ojos con vehemencia–. Esto es todo lo que puedo ofrecerte. Así soy, Caliope. Y no puedo cambiar.
Ella le sostuvo la mirada y supo que debería rechazar la oferta. Lo mejor para ella sería echarlo de su vida en ese momento y no después.
Sin embargo, no fue capaz de hacerlo. A pesar del daño que sabía que sufriría en el futuro, no era capaz de sacrificar lo que tenían en el presente para evitarlo. Por eso, aceptó sus nuevas condiciones.
A lo largo de las siguientes semanas, Caliope continuó preguntándose si había hecho mal en aceptar. Por una parte, notaba que él estaba más distante. Pero, por otra, siempre volvía a ella más hambriento que la vez anterior.
Entonces, justo cuando cumplió siete meses de embarazo y estaba más confundida que nunca acerca de su relación, Maksim… desapareció.
Capítulo Uno
En el presente
–¿Y nunca volvió?
Cali se quedó mirando a Kassandra Stavros, anonadada. Necesitó unos segundos para comprender que su amiga no podía estar hablándole de Maksim.Después de todo, Kassandra no sabía nada de él. Nadie sabía que era el padre de su hijo.
Cali había mantenido en secreto su relación. Incluso cuando no había tenido más remedio que comunicarle a su familia y amigos que estaba embarazada, se había negado a confesar quién era el padre. Aun cuando había albergado esperanzas de que él se hubiera quedado en su vida después del nacimiento del bebé, su situación había sido demasiado inestable como para explicárselo a nadie. Y menos a su conservadora familia griega.
La única persona que sabía que no la habría juzgado era su hermano Aristides. Aunque lo más probable