La nación de las bestias. Leyenda de fuego y plomo. Mariana Palova. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mariana Palova
Издательство: Bookwire
Серия: La nación de las bestias
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9786075572406
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       —Anda. Date prisa —me apresuró Nashua con un bufido, pero yo tenía tanto frío que ni siquiera me tomé la molestia de responderle.

       Esa tarde, el pantano croaba a lo lejos y el viento comenzaba a soplar con más fuerza en el llano desnudo donde habíamos decidido acampar. No me estaba siendo nada fácil apilar la leña; el aliento invernal del páramo me mordía los huesos y la mirada burlona del moreno sobre mí, sentado cómodamente sobre un tronco caído, tampoco me facilitaba las cosas.

       Me había mandado a preparar la fogata, pero yo no pensaba en otra cosa que no fuera matar a Tared por su brillante idea de enviarme solo con Nashua a pasar la noche a la intemperie.

      “También es tu hermano, después de todo.”

       Su idea de una hermandad ideal no me terminaba de convencer, pero no es que pudiese negarme, así que después de colocar la leña, construí un círculo con piedras grandes a su alrededor y me giré hacia el errante, quien me observaba con una media sonrisa burlona.

       —Bueno, ¿esperas a que nos congelemos el trasero o qué? Enciéndela.

       Saqué los fósforos y la yesca y durante casi diez minutos intenté prender la fogata, pero resultaba inútil. El viento apagaba el fuego cada vez y mis dedos estaban tan entumecidos que me costaba mucho siquiera sostener los malditos fósforos.

       Nashua llevó los ojos hacia el cielo y se puso en pie de un movimiento.

       —Sí que eres estúpido —dijo, para luego ir hacia mí y tumbar el círculo de piedra de una patada.

       —¡Oye! —exclamé, indignado—. ¿Qué diablos te…?

       —Escúchame bien, renacuajo —espetó. Echó las piedras y la leña a un lado y, con las manos desnudas, comenzó a cavar—. El viento sopla, el aire es frío y tu leña no durará mucho por más piedras que pongas a su alrededor; la corriente encontrará rendijas por donde colarse y será peor porque provocará el efecto de un silbato. Si estás en un páramo, en un desierto o en un sitio donde haya mucho viento, hacer una fogata sobre la superficie es una imbecilidad. Pero si cavas un agujero y colocas tu fogata allí dentro, tal vez puedas mantenerla. ¿Me entiendes?

       Abrí y cerré la boca como un idiota.

       —Hum, sí. Eso creo —contesté por fin en voz baja. Me puse en cuclillas y observé con atención cómo terminaba de cavar y ponía la leña dentro. Encendió sin problemas la fogata y, poco a poco, ésta comenzó a avivarse.

       Escondí mis puños en mi regazo para buscar un poco de calor, avergonzado de haber exhibido mi inexperiencia una vez más.

       Humillado, no me atreví a acercar las manos al fuego a pesar de que me helaba. El calor era una de las poquísimas cosas que a veces echaba de menos de la India, así que siempre bastaban unos pocos grados menos para que me dieran ganas de revolcarme entre el carbón caliente.

       —¿Qué diablos crees que haces? Mamá Tallulah me dará una tunda si te enfermas —bufó Nashua de pronto. Ante mi estupefacción, tomó mis manos y las acercó a la fogata.

       Creo que me quedé inmóvil varios segundos, sin respirar. Parpadeé más veces de las que pude contar y el calor me inundó con rapidez, pero no a causa del fuego. Eran sus manos tibias manchadas de tierra que sostenían las mías frente a las llamas. Eran sus ojos que se negaban a fijarse en mí, pero que parecían complacidos al ver que mis dedos empezaban a calentarse.

       Era extraño, casi antinatural, poder vislumbrar esa pizca de preocupación en su mirada oscura.

       Siempre me pregunté por qué a Nashua le costaba tanto ser gentil, qué era aquello que lo tenía siempre tan molesto y le impedía comportarse como una persona normal.

       Él jamás me dirigía una palabra amable, pero a veces hacía cosas como éstas, cosas que le fastidiaban, pero que eran tan auténticas que me demostraban que, en el fondo, no se trataba de una mala persona. Que incluso, tal vez, yo le importaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

       Y para mí, eso era más que suficiente.

       Pronto comprendí que el haber ido allí, a ese páramo desolado, no había sido una idea tan mala después de todo.

      Dejo caer mi mochila contra un largo muro de piedra y me lanzo a recoger algunas plantas rodadoras. Una vez que me he espinado con ellas más de lo que debería, meto la improvisada leña en un agujero que he cavado en el suelo, tal como me enseñó Nashua.

      A pesar de que estoy sudado de arriba abajo, sé que la temperatura no tardará en descender, así que acuno un poco de hierba seca entre mis manos y soplo sobre ella despacio hasta que brota una delicada voluta de humo. En un parpadear se convierte en una llama. La meto en el agujero y el fuego se extiende poco a poco para convertirse en una pequeña fogata.

      La lumbre pinta un suave perímetro de luz anaranjada a mi alrededor, mientras el azul oscuro y violeta del cielo se mezcla con el fuego en un vaivén de colores que me permite, por fin, relajarme un poco.

      Pero en cuanto recargo la espalda contra el muro, todos mis huesos reclaman al unísono. Al diablo con mi anhelada noche en una cama en verdad.

      Rendido, abro mi mochila y saco mi viejo morral, del cual extraigo el libro rojo de Laurele para anotar lo ocurrido en el motel:

       29 de julio. Lunes…

       Al llegar al lugar esta mañana, desesperado por haber acampado a la intemperie durante más de dos semanas, lo primero que sentí fue la presencia de un portal hacia el plano medio en una de las habitaciones. Como buen idiota escogí el cuarto donde se encontraba el vínculo con el fin de deshacerme de él, y así dormir con la seguridad de que nada me asaltaría por la noche. Mi error fue creer que dicho portal era la puerta del baño, por lo que desatornillarla para evitar que algo cruzara a través de ella me pareció la solución más acertada. Lástima que ignoré mi instinto, porque aun después de haber retirado la puerta, me parecía sentir que la inquietud persistía en el ambiente.

       Modificar físicamente los portales que conducen al plano medio —tumbar arcos, quitar puertas o romper ventanas— siempre me es suficiente para destruirlos, pero nunca me había topado con uno que fuese un espejo. Tal vez, la idea resultaba tan delirante que no se me pasó por la cabeza.

       Por suerte, esta vez sólo fui visitado por un fantasma, un espíritu de una practicante de vudú que debió haber viajado bastante para encontrarme.

      Anoto al lado de la descripción de la mujer un número nueve que significa, según la numerología vudú, un aborto inducido: la posible causa de su muerte. Continúo:

       Y aunque la llegada de la pobre mujer provocó que me echasen del motel, agradezco a los Loas que ella haya sido lo único que haya podido alcanzarme hoy. De lo contrario, estoy seguro de que habría tenido que pagar un precio muy alto por mi error…

      Dejo de escribir y sonrío con ironía. Hoy, gracias al aumento de mi magia, tengo más capacidad que nunca para ver fantasmas o espíritus, pero todos, hasta mis pesadillas, siempre huyen de mí, y tengo la bien fundamentada sospecha de que es gracias al monstruo de hueso que llevo dentro. Pero los que fueron adeptos de Barón Samedi en vida suelen seguir un patrón distinto: la lengua que le arranqué al Loa parece atraerlos como polillas a la luz, lo cual hace que me persigan incansables, muy