No todos los piratas estaban dispuestos a cortar por lo sano con sus lealtades nacionales, por supuesto. (La tensión originada entre la rebelión abierta y la lealtad a la patria condicionaría muchos de los acontecimientos que marcaron la breve carrera delictiva de Henry Every). No obstante, la voluntad de los piratas de desafiar los límites legales y geográficos del poder estatal y, desde luego, su afición al pillaje, los convirtió en enemigos habituales de la autoridad de las metrópolis. Los ágiles piratas disfrutaban de muchas ventajas sobre sus grandes antagonistas, pues no se atenían a restricciones legales ni morales y no tenían que vérselas con la burocracia estatal. No eran invulnerables, sin embargo, a los esfuerzos orquestados por un gobierno metropolitano para derrotarlos. En 1179 a. C. los Pueblos del Mar lanzaron un ataque contra las fuerzas de Ramsés en el delta del Nilo. Anticipándose a su ataque, el faraón había construido barcos diseñados específicamente para igualar la ventaja naval de los Pueblos del Mar. Estableció una red de reconocimiento que vigiló los barcos invasores y ancló su nueva flota fuera de la vista, en los muchos esteros que recorrían el delta. Los jeroglíficos de Medinet Habu muestran a los Pueblos del Mar gobernando galeras sin remos, lo que da a entender que fueron emboscados. Esas escenas traen a la mente el desembarco de Normandía: una masa dispersa de embarcaciones que arriban a la costa y hombres corriendo entre las olas para ser recibidos por los distantes arqueros egipcios. Muchos se desangraron hasta morir en las someras aguas.
Por una vez, les tocó a los Pueblos del Mar sentir la ira de una fuerza militar despiadada. “Fueron arrastrados y arrojados boca abajo en las playas; asesinados y apilados sus cuerpos en montones que se levantaban desde la popa hasta la proa de sus galeras, mientras que todas sus pertenencias eran arrojadas al agua”, ordena inscribir Ramsés III en las paredes del Medinet Habu.6 “Su Alteza arremetió como un torbellino contra ellos, luchando en el campo de batalla como cualquier otro soldado –atestiguan otros jeroglíficos grabados en su tumba–. Ha invadido sus cuerpos el miedo al faraón; quedan aterrados en sus lugares, tumbados boca abajo. Sus corazones fueron arrancados y sus almas se las llevó el viento”.7
Aquella inscripción era más profética de lo que sus autores habrían imaginado en ese momento. Tras su derrota en el delta del Nilo, los Pueblos del Mar desaparecieron casi inmediatamente del escenario histórico mundial. Los especialistas se muestran tan divididos sobre su destino último como sobre sus enigmáticas raíces. Los que no fueron ejecutados tras la batalla del delta del Nilo al parecer se dispersaron por la frontera oriental del reino egipcio y algunos de ellos se instalaron en la costa palestina. Como grupo cohesionado, aunque itinerante, dejaron de existir para cuando Ramsés murió (asesinado, al parecer, en 1155 a. C.). A este respecto, además, los Pueblos del Mar establecieron una tradición que todos los piratas emularían en los siglos siguientes. Algunos tienen un final fulgurante y glorioso, otros terminan colgando en el patíbulo, otros simplemente desaparecen.
El legado de los Pueblos del Mar incluye asimismo otro elemento clave que vendría a definir la cultura pirata del tiempo de Every: el despliegue táctico de una violencia tan espectacular como terrorífica. Asediado por los Pueblos del Mar, el rey Ammurapi de Ugarit –en la actual Siria– envió una misiva desesperada a otro gobernante en Chipre: “Mis ciudades arden y los Pueblos del Mar han cometido atrocidades en mi país. […] Los siete barcos del enemigo que han arribado a nuestras costas nos han infligido un tremendo daño”. La inscripción que aparece en el templo de Ramsés III describe de manera parecida las incursiones que desde la costa hacían los Pueblos del Mar: “Todas las tierras se vieron sacudidas por la refriega. […] En Amor levantaron campamento. Diezmaron a sus habitantes y parecía que esa tierra no hubiera existido jamás”.
La carnicería desatada por los Pueblos del Mar fue tan extrema durante el apogeo de esta cultura, entre los siglos xiii y xii a. C., que provocó una crisis generalizada entre las civilizaciones mediterráneas que habían florecido durante la Edad del Bronce. Hoy conocemos a este periodo como el “colapso de la Edad del Bronce tardío”, uno de esos lapsos históricos en los que la marcha del progreso tecnológico se invierte. Después de que los Pueblos del Mar asolaran sus capitales costeras, las grandes sociedades palaciegas de Grecia y el Levante mediterráneo se desintegraron en culturas aldeanas vagamente organizadas. Esos primeros piratas tiñeron de una destrucción casi apocalíptica sus interacciones con las comunidades con capital en el interior, una violencia que parecía casi arbitraria en su intensidad. Los Pueblos del Mar no invadían las tierras del interior para reclamarlas como propias o para pillar tesoros y esclavos que llevar consigo a su patria: arrasaron a sangre y fuego las grandes capitales de la Edad del Bronce solo por verlas arder y desangrarse. No contaban con los ejércitos y las fortalezas de sus enemigos en tierra firme, pero el uso estratégico del terror les permitió sacar provecho de lo que hoy llamaríamos estrategias “asimétricas”: una fuerza muy pequeña que planta cara con éxito a otra mucho mayor.8
Desde sus inicios, la piratería ha compartido muchos rasgos clave con el moderno concepto de terrorismo, tanto por el lugar ocupado en el imaginario colectivo como por su definición jurídica. Una de las primeras veces que se usó en lengua inglesa el vocablo terrorismo fue en una carta remitida en 1795 por James Monroe, entonces embajador estadounidense en Francia, al presidente Thomas Jefferson. Escribiendo desde París el año anterior a la ejecución de Robespierre, Monroe se refería al intento jacobino de reinstaurar “el terrorismo y no la realeza”.9 El término al parecer se propagó rápidamente entre la élite política estadounidense. En efecto, en una carta escrita apenas unas semanas después de la de Monroe, John Quincy Adams tildaba a los “partisanos a cargo de Robespierre” de “terroristas”.10
El sentido del terrorismo como herramienta para llevar a la práctica valores políticos radicales a través de la aplicación de la violencia sobre objetivos públicos específicos corresponde tanto a su uso original como a la realidad del terrorismo hoy. En un sentido también vital, sin embargo, la definición contemporánea no se ajusta ya al sentido original. Hasta el siglo xx, la idea de terrorismo viene determinada por las acciones del llamado Comité de Salvación Pública y otras ramas del gobierno revolucionario francés. El terror, en otras palabras, era una táctica política que se adscribía al aparato estatal. No fue hasta la aparición del anarquismo, un siglo más tarde, cuando la idea de terrorismo quedaría asociada a actores no estatales, fundamentalmente pequeños grupos que irrumpieron en la vida pública con bombas y pistolas; una guerra intermediaria contra el gigantesco poder gubernamental y militar. El terror de Robespierre llevó el monopolio de la violencia, legalmente ejercido por el Estado, hasta extremos devastadores. El terrorismo contemporáneo hace lo contrario: dota de un poder desproporcionado a pequeños grupos y redes insurgentes en la sombra. La noción de “guerra asimétrica” que caracteriza a tantos conflictos militares actuales –en ella, la superpotencia se ve enfrentada sobre el campo de batalla a un enemigo mil veces menor en lo referido a efectivos y poderío militar– se enraíza en este sentido inverso de “terrorismo”. El terrorismo moderno es un multiplicador de fuerzas. No es necesario un ejército enorme ni tampoco una flota completa de portaviones para infundir un pánico cerval en el corazón de millones de personas. Bastan dos explosivos estratégicamente colocados –o incluso un par de cúteres, sin más– y unas cuantas cadenas de noticias dispuestas a amplificar el alcance del atentado.
Si bien el término como tal se retrotrae al mandato de Robespierre, los primeros practicantes del terrorismo como lo entendemos hoy –una violencia extrema ejercida por actores no gubernamentales que ejerce un impacto desproporcionado gracias a la difusión por parte de los medios– fueron los piratas. La