Sólo es posible disfrutar de los proyectos alternativos a la vida actual, si se asume que la pérdida de un determinado grado de poder es el costo a pagar, y si se acepta que ese costo vale la pena.
Para quien concluye que el poder le resulta constitutivo de su personalidad, y que no está dispuesto a delegarlo, ni a entregarlo, ni a compartirlo de manera alguna, ninguna alternativa de exiting ha de resultarle atractiva, y mucho menos ejecutable.
Bajo ciertas condiciones de relación con el poder, el exiting no es posible.
Para entender qué significa el poder en la vida de algunas personas, podemos tomar el caso de dirigentes políticos que, aunque su hora haya pasado, se empecinan en seguir en sus cargos, o con aspiraciones electorales alejadas de la realidad.
Esa relación con el poder tiene características adictivas, ya que cristaliza a alguien en una posición determinada, y no le permite evolucionar ni relacionarse con las personas de una manera diferente.
El poder, cuando no se lo dosifica, invita a acumular más poder, aunque eso vaya en detrimento de otros valores, o de otras personas, incluso queridas.
Es recomendable que, quien padece ese tipo de relación con el poder, afronte, de ser necesario, un proceso de cambio similar a la salida de cualquier adicción, como paso previo a encarar un proceso de exiting.
Para el entorno (familia, asesores, etc) ser capaces de identificar a una persona que prioriza su relación con el poder frente a cualquier otra alternativa debe servir para entender con más claridad por dónde es posible avanzar, y por qué caminos, cualquier intento de cambio está condenado al fracaso.
Es recomendable que, si el ejercicio del poder por parte del titular de la empresa no permite el crecimiento de quienes lo rodean, éstos no se queden paralizados a la espera de la decisión del Gran Jefe, sino que se organicen y funcionen como un “poder en las sombras”. Sólo de esa manera podrán adquirir la práctica, y establecer las relaciones que el poderoso les está negando.
El riesgo de perder
En las antípodas de quien no quiere largar un ápice de su poder, está el que entrega todo, con la idea de que, de esa manera, se saca problemas de encima.
Sin embargo, el tener una relación flexible con el poder no es equivalente a abandonarlo totalmente.
Alternativas tales como la donación del patrimonio a los hijos (aun con reserva de usufructo), o no asistir, incluso, a las asambleas de accionistas, se convierten, en muchos casos, en un arma de doble filo, dado que, después de ponerlas en práctica, el que lo hace puede sentir que ya no ocupa un lugar tan importante en la vida de los seres queridos.
Es probable que estas conductas manifiesten, también, una resistencia al exiting, ya que detrás de cierta exageración en la prescindencia se esconde, muchas veces, la tentación de borrar los cambios de un plumazo, y hacer que todo vuelva a ser como era en los buenos viejos tiempos.
Por lo tanto, resultan aconsejables las conductas moderadas: ni un apego patológico al poder, ni un desapego y abandono de tal magnitud, que enfrente a una persona con la sensación de que ya no influye en sus seres queridos, ni resulta importante para ellos, y que ha perdido el control de su patrimonio y su empresa.
Misión imposible: el exiting de los imprescindibles
Quizás Ud. haya dicho, alguna vez, alguna de estas frases.
Lo que es seguro, es que más de una vez las escuchó:
“Después de mí, el Diluvio.”
“De aquí me van a sacar con los pies para adelante.”
“Yo voy a morir con las botas puestas.”
“Yo no trabajo full time. Yo trabajo full life.”
¿Qué es lo que tienen en común?
Si el anuncio del Diluvio denota falta de preocupación por lo que puede ocurrir cuando uno ya no esté, las tres últimas frases implican un apego a un lugar determinado o a una función operativa que, bien visto, es otra manera de no preocuparse por el futuro, más allá de uno mismo. Es, en definitiva, otra forma de invocar el Diluvio.
Porque si a alguien lo van a sacar con los pies para adelante, ello significa que su empresa o la institución en la que ocupa un lugar, queda expuesta a la eventualidad de su deterioro, y, en ese caso, se va a resentir durante todo el tiempo (muchas veces, indeterminado) que transcurra entre el comienzo de la decadencia y el momento en que, finalmente, ya no dirija la orientación de sus propios pies.
Lo mismo ocurre con quien no es capaz de sacarse las botas ni siquiera para morir.
O cuando alguien toma su trabajo como algo que no le demanda sólo un determinado tiempo del día, sino que le abarca toda la vida, y, por lo tanto, no se ejerce full time sino full life.
Generalmente, comentarios de este tipo, propios de quien se considera imprescindible, son el antecedente inmediato de empresas o instituciones que quedan huérfanas cuando ocurre la muerte o la incapacidad irreversible de quien se empecinó en actuar como inmortal.
Porque quien se cree inmortal no prepara una estrategia de salida, y eso significa que los posibles sucesores quedarán privados de la información o la formación necesarias para ocupar su lugar. Con esta actitud se priva a la empresa, al negocio, al estudio profesional o a la institución, de la posibilidad de una renovación menos traumática.
“Antes creíamos que papá era inmortal. Ahora, definitivamente, lo sabemos”, dice el hijo mayor de un empresario que, a los 87 años, sufrió un grave accidente automovilístico, en el que murió su chofer, pero del que él salió caminando por sus propios medios.
Y ojalá que esa inmortalidad manifestada tan jocosamente sea cierta, porque este hombre, tan ocupado en sobrevivir, no ha tomado un minuto de su tiempo para preparar a quienes deberían continuarlo en la empresa: los hijos no han asumido ninguna posición de responsabilidad y no tienen un espacio de diálogo ni un sistema de toma de decisiones para las cuestiones de la empresa. Todo depende de la voluntad y el criterio de papá, quien, más allá de su lucidez intelectual, tiene un evidente problema de comunicación con sus hijos, con sus empleados, y también con los proveedores y los clientes. Por eso, circula por el mundo refunfuñando y añorando “los viejos buenos tiempos”.
Este cuadro de situación permite imaginar peleas devastadoras entre hermanos no acostumbrados a organizarse por sí, ni a asumir roles de responsabilidad, ni a liderar la empresa, pese a que se encuentran en las edades en que muchos ya están preparando su propio retiro.
Porque, mal que le pese al padre, estos hijos que hoy actúan como secretarios de lujo, tarde o temprano deberán asumir el control de la empresa. Y, lamentablemente, nadie los ha preparado para ello.
Al no existir una preparación adecuada de la sucesión, todo puede suceder… y ese nivel de imprevisión no es bueno para una empresa que debe subsistir en mercados que resultan, de por sí, cambiantes y desafiantes.
Exiting: una película, no una fotografía
Estamos muy acostumbrados a pensar las situaciones de la vida como si fueran fotografías, y no películas.
Las cosas ocurren en un determinado momento, y, en muchos casos, resulta difícil entender qué es lo que lleva hacia ellas. Concentrarnos en situaciones puntuales, en eventos y no en procesos, nos priva en muchos casos de entender nuestro enorme protagonismo, y también las causas que llevan a un resultado determinado.
Albert Einstein definía a la locura como “hacer las mismas cosas y esperar resultados diferentes”.
Por lo tanto, si queremos un cambio, no tenemos más remedio que comprometernos, y cambiar nosotros, para posibilitar que ese cambio ocurra.
El exiting y el manejo de los tiempos
Un sabio manejo de los tiempos permitirá