El guardián de la heredera - Las leyes de la atracción - Ocurrió en una isla. Margaret Way. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Margaret Way
Издательство: Bookwire
Серия: Omnibus Jazmin
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788413489407
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miró a Carol, no estaba seguro del todo de que ella no fuera a agarrar el pisapapeles de cristal que tenía a mano y fuera a tirárselo a la cabeza del novio.

      –¡No, no! –gritó Tracey, que por fin parecía haber recuperado la voz.

      El tono de voz de Tracey le provocó un escalofrío. ¿Cuántas veces había oído esa clase de tono de voz?

      Carol, con expresión de no dar crédito, se acercó a su amiga.

      –¿Qué demonios te pasa, Trace? ¿Es que no te das cuenta de lo que es capaz este hombre?

      –¿Por qué no se sienta, señorita Emmett? –le aconsejó Damon, tratando de calmar la situación–. Deje que yo haga las preguntas.

      Carol arqueó las cejas.

      –Adelante –dijo Carol con voz seca–. Usted es mi nuevo abogado, ¿no? Aunque eso es una novedad, ya que yo no tengo abogado.

      El novio de Tracey lanzó una carcajada desdeñosa.

      –¡Te han pillado, amigo!

      –Bradfield Douglass –Damon le dio su tarjeta de visita a Carol Emmett–. Damon Hunter a su servicio. Y también al de esta joven, ya que es evidente que necesita ayuda.

      En ese momento, Tracey se enderezó y volvió la cabeza, y fue cuando Damon pudo ver el alcance de las lesiones, que incluía magulladuras alrededor del cuello.

      –¡Dios mío! –exclamó él en tono bajo–. Carol, haga lo que le he dicho. Llame a la policía.

      –Ahora mismo –se acercó al teléfono del piso sin mirar a su amiga.

      Después de que Carol hiciera la llamada, Tracey pareció salir de su trance.

      –¡Menos mal! –Tracey suspiró, tenía la voz ronca por las lesiones del cuello–. He sido una estúpida.

      –¡Y que lo digas! –contestó Carol–. Pero no te preocupes, Trace, saldremos de esta. Voy a meter tus cosas en una bolsa y luego te llevaré a casa. Aquí ya no puedes seguir.

      Entonces, mirando a Damon, añadió:

      –Puede conseguir una orden de alejamiento contra él, ¿verdad? Es imperativo que Tarik no pueda acercarse a ella.

      Damon asintió.

      –Me encargaré de ello.

      Entonces se oyeron fuertes pisadas en las escaleras y todos volvieron la cabeza.

      –Debe de ser la policía –anunció Carol con una mezcla de alivio y satisfacción.

      Tarik lanzó un gruñido.

      –Voy a denunciarte por agresión –dijo Tarik a Damon.

      Damon lanzó una carcajada.

      –Adelante.

      –Tengo testigos.

      Carol lanzó un silbido.

      –No digas estupideces, Tarik. Eres tú quien ha agredido a Tracey.

      –Policía –anunció una voz delante de la puerta.

      Carol Emmett sonrió ampliamente.

      –¡Vaya, qué rapidez!

      Al final, después de que les tomaran sus declaraciones, Damon siguió a Carol, en su pequeño coche plateado, hasta la casa de ella. Tracey, tras negarse a ir al hospital para que la examinaran, iba en el asiento posterior del vehículo.

      –¡Estoy bien! –había insistido Tracey, como si tuviera miedo de ir al hospital.

      –¿Y eso cómo lo sabes? –le había preguntado Carol.

      –Lo sé.

      Fin de la discusión.

      Casi una hora más tarde, después de una ducha, ropa limpia y analgésicos, Tracey se dejó acompañar a la cama de Carol, donde se acostó. Carol le había asegurado que no le importaba pasar la noche en el sofá del cuarto de estar.

      Cuando Carol, por fin, volvió al cuarto de estar, encontró a Damon mirando unas fotos con las que ella había hecho un collage, lo había enmarcado y lo había colgado de la pared.

      El piso de tres dormitorios, cuarto de estar y cocina americana había sorprendido a Damon por el buen gusto con que estaba decorado. El tresillo de cuero color crema era muy bonito, lo mismo que la mesa de cristal de comedor con cuatro sillas de caña. Había una estantería de madera en un rincón con libros variopintos. Una pintura abstracta china colgaba de la pared encima de una consola también china. Unas cortinas amarillas adornaban las puertas de cristal que daban a una pequeña terraza en la que se veían cuatro maceteros amarillos cada uno con un ave del paraíso.

      –Parece interesarle mucho –dijo ella con un tono casi burlón.

      –Apreciaba el gusto en la decoración. Me encanta la consola china.

      –Sí, a mí también. En cuanto a la decoración… merece la pena hacer un poco de esfuerzo. Y costearla.

      –Estoy seguro de que sus amigas se lo agradecen.

      –Bueno… –Carol dejó pasar el comentario–. ¿Le apetece un café? ¿Una copa de vino? ¿Una ensalada? Podría cenar conmigo, llevo el día entero sin probar bocado.

      De repente, Damon se dio cuenta de que tenía hambre.

      –Te lo agradezco, Carol. ¿Puedo tutearte?

      –Llámame Caro –respondió ella.

      –Carol es un nombre precioso.

      –¿A qué has venido exactamente, Damon? –Carol se colocó detrás del mostrador de granito–. ¿Se trata de algo relacionado con la familia?

      Carol no parecía preocupada, así que decidió no andarse con rodeos.

      –Tu abuelo ha fallecido este mediodía, Carol. En Beaumont, en su casa de campo.

      Los maravillosos ojos azules de Carol se clavaron en los suyos.

      –¿Estás seguro?

      –Sí –respondió Damon.

      –Entonces… se acabó –comentó ella, y se volvió para sacar unos platos.

      –No, Carol, te equivocas –declaró él con seriedad–. Tu abuelo te dejó una importante herencia.

      Carol le miró con expresión perpleja.

      –¡Debes estar bromeando!

      –No, en absoluto. Y soy tu abogado.

      Carol le clavó la mirada. Ese hombre no podía tener más de treinta años, aunque su comportamiento demostraba madurez. Se notaba que era inteligente y muy atractivo. Lo tenía todo: alto, moreno y guapo. De rasgos clásicos, cabello ondulado negro azabache, y ojos oscuros y profundos.

      De repente, tuvo la impresión de conocerle. ¿Lo había visto en alguna parte? No era posible. ¿Habría visto su foto en alguna revista? Y el nombre también le sonaba. Damon Hunter… Damon Hunter… ¡Claro, el alumno aventajado del profesor Deakin!

      Al verla algo ensimismada, Damon preguntó con una nota de humor:

      –¿Qué, he pasado la prueba?

      –Das la impresión de ganar mucho dinero –respondió ella con voz tensa, tratando de disimular una instantánea excitación sexual. Al fin y al cabo, ¿cómo iba a interesarle a ese hombre una joven estudiante de veinte años?

      –¿Qué importancia tiene eso?

      Carol sacudió la cabeza y sus rizos se balancearon.

      –Ninguna. Pero yo creía que el abogado de mi abuelo era Marcus Bradfield.

      –Lo fue durante muchos años –respondió Damon–. Pero tu abuelo me designó para que