El guardián de la heredera - Las leyes de la atracción - Ocurrió en una isla. Margaret Way. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Margaret Way
Издательство: Bookwire
Серия: Omnibus Jazmin
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788413489407
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Maurice… cuánto tiempo. ¿Quince años? Ha tenido que fallecer el abuelo para que nos veamos. Por favor, acepta mi más sentido pésame.

      Maurice Chancellor la miró fijamente.

      –Sí, un momento muy triste –reconoció Maurice–. Muy triste.

      –Lo único que puedo decir es lo mucho que eché de menos no haber podido ver a mi abuelo –contestó Carol, consciente de que la responsable de ello era su propia madre.

      Como Carol había temido, Maurice le puso las manos en los hombros y se inclinó para besarla en ambas mejillas. Olía a cigarro puro y a agua de colonia.

      –Venid, sentaos –el amable anfitrión, incluyendo a Damon–. ¿Habéis tenido un buen viaje?

      –Sí, muy bueno, gracias –respondió Damon, tratando de interpretar correctamente lo que estaba pasando.

      Maurice Chancellor estaba representando un papel, de eso no le cabía la menor duda. El comportamiento de Carol le enorgullecía, y él estaba completamente de su parte, lo había estado desde el principio. Con el tiempo, Carol se convertiría en una mujer excepcional. No le quedaba otro remedio, iba a tener enormes responsabilidades.

      –Voy a llamar a la señora Hoskins para que os traiga… ¿qué queréis, café, té…? –Maurice Chancellor miró a uno y a otro al tiempo que les indicaba dos impresionantes sillones.

      –Ya le he pedido café a la señora Hoskins, tío Maurice –dijo Carol–. ¿Cuánto crees que van a tardar Dallas y Troy en reunirse con nosotros? Nosotros tenemos que volver a Sídney después de la lectura del testamento. El señor Hunter, como puedes imaginar, está muy ocupado –había una nota de censura en el tono de voz de ella.

      –Sí, claro, claro –la indulgente sonrisa de Maurice se disipó.

      En el mundo de Maurice Chancellor, nadie le censuraba ni le trataba como a un igual. Su sobrina lo estaba haciendo en ese momento, aunque con educación. Pero él se había dado cuenta, igual que se había dado cuenta de que ella era más lista que su hijo.

      Maurice se volvió a Damon Hunter, que cada vez se reconocía más su valía en el mundo de los negocios. Marcus Bradfield se deshacía en elogios respecto a él, a pesar de que aún no le había hecho socio del estudio de abogados. Aún era joven, pero Hunter representaba todo lo que su hijo Troy no era. Vio a Hunter esperar a que Carol se sentara para ocupar el asiento contiguo al de ella.

      –¿Por qué no me dijo mi padre que tú te encargaste de redactar el último testamento y no Marcus Bradfield? –preguntó Maurice arrugando el ceño.

      –Supongo que fue porque demostré serle útil con otros asuntos –contestó Damon a modo de explicación.

      –Mi padre siempre hacía cosas inesperadas –comentó Maurice con cierta nota de preocupación en su voz–. ¡Ah, Dallas, por fin!

      Una mujer de mediana edad acababa de entrar en la biblioteca. Tanto Carol como Damon se pusieron en pie.

      Nada más verla, Carol se dio cuenta de lo estropeada que estaba su tía, a pesar de haber sido una mujer atractiva. Una pena que no se hubiera cuidado un poco más.

      Dallas Chancellor les miró fríamente y asintió.

      –Buenas tardes –dijo, dando la impresión de no querer pronunciar una palabra más.

      «¡Vaya, qué interesante! Al menos sé a qué atenerme con Dallas», pensó Carol.

      Carol y Damon le saludaron.

      –¿Aún no ha llegado Troy? –preguntó Dallas a su marido.

      –Querida, ¿cuándo ha sido Troy puntual? –respondió Maurice en tono burlón y hostil al mismo tiempo.

      Justo en el momento en que Dallas iba a decir algo, el ama de llaves entró en la biblioteca con un carrito. Dallas, que se había sentado al escritorio, le hizo un gesto indicándole que entrara. Al mover el brazo, tiró accidentalmente uno de los libros encuadernados en piel que había encima del escritorio.

      Cuando Damon se agachó para recogerlo, vio que una foto, que se había salido del libro, había quedado tirada debajo del escritorio. La foto era de una bonita chica, quizá de unos dieciséis años, vestida con el uniforme de un conocido colegio. ¿Quién había tomado la foto y la había metido en el libro? Pensó que a Carol le gustaría saberlo.

      Carol había visto caer la foto, pero solo había visto el reverso. Le lanzó una rápida mirada y él respondió con un imperceptible movimiento de cabeza.

      Mientras tomaban café y unas deliciosas pastas, Dallas Chancellor hizo un esfuerzo por asumir, a medias, el papel de anfitriona.

      –Te has quedado bastante bajita, Carol.

      Carol pensó que podía hacer un comentario respecto a los kilos que Dallas había acumulado con los años, pero era demasiado educada.

      –Querida, Carol está preciosa –declaró Maurice Chancellor al instante, como avergonzado del comentario de su esposa–. No es alta, mi madre tampoco lo era.

      –Esperemos que no acabe como ella –observó Dallas, siempre empeñada en tener la última palabra.

      El ama de llaves había vuelto para recoger y se estaba marchando con el carrito cuando entró Troy.

      Después de saludar a sus padres, se acercó a Carol, bajó su oscura cabeza y la besó en la mejilla.

      –Estás guapísima, como de costumbre, Caro –entonces, se volvió a Damon–. Hola, Damon, ¿qué tal? Vaya, parece que el éxito profesional te persigue.

      –No me va mal –a Damon no le había gustado el beso que Troy le había dado a Carol–. Bueno, y ahora que ya estamos todos, me gustaría realizar la lectura del testamento.

      Los ojos de todos se volvieron hacia él.

      –No te preocupes, no vamos a impedírtelo –dijo Troy guasonamente.

      Troy se había sentado al otro lado de Carol y la había tomado del brazo, y no exactamente como primo.

      –Vaya, el viejo por fin se acordó de ti, Caro –murmuró Troy inclinándose sobre ella.

      –¿Por qué no te callas, Troy? –respondió Caro.

      Damon decidió asumir plenamente su papel como abogado y dijo en tono profesional:

      –Les voy a pedir que guarden silencio mientras leo el testamento. Y ahora, si me lo permiten…

      * * *

      Fue una tragedia. Carol, la persona a la que la familia había dado la espalda, era la principal beneficiaria.

      –Te quedas con todo prácticamente –Troy, al igual que sus padres, se mostró estupefacto.

      –¡Esto es horrible, horrible! –Dallas se puso en pie bruscamente, parecía un volcán a punto de entrar en erupción–. Es una pesadilla, una auténtica pesadilla. ¿En serio Selwyn ha dejado el grueso de su fortuna a Carol? Pero si Carol no sabe nada de nada –Dallas dio un puñetazo en el escritorio–. Maurice, no te quedes ahí sentado con la boca abierta, di algo. Tenemos que luchar. Es evidente que Selwyn no estaba en su sano juicio.

      –Mi padre tenía la cabeza perfectamente –declaró Maurice con amargura.

      Su padre nunca le había hecho caso, nunca le había tenido en cuenta. Sin embargo, le había dejado en herencia una considerable fortuna. No le extrañaba que a Dallas no le hubiera dejado nada, ni él compartiría nada con ella de poder borrarla de su lista. Pero Dallas sabía muchas cosas sobre él. Ni su hermano Adam ni él habían sabido elegir a las mujeres. Y su hijo Troy, que se daba tantos aires, ahora tenía que agachar la cabeza… aunque también iba a recibir una considerable herencia.

      Pero Troy no lo creía así.

      –Esto es inconcebible, es un insulto