Allegra lo encontró tan deseable que apartó la vista y se intentó concentrar en sus notas. Sin embargo, su mirada volvió una y otra vez al cuerpo de Max; sobre todo, cuando le quitaron los pantalones y lo dejaron en calzoncillos.
Al cabo de unos minutos, Dickie chasqueó los dedos y la sacó de sus confusos y algo tórridos pensamientos.
–¿Allegra? ¿Qué te parece?
Max llevaba un traje precioso, con una camisa oscura y una corbata a rayas que, a pesar de ser algo extravagante, hacía juego. Si no hubiera sido por su expresión de enfado, habría estado realmente fantástico.
–Me encanta. La camisa le queda muy bien.
Max se estremeció.
–Me siento ridículo –protestó.
–Pues no lo estás.
–Tendremos que cortarle el pelo –dijo Dickie.
Allegra echó un vistazo a su lista.
–Sí, ya lo había previsto. Es lo siguiente.
–Y hacerle la manicura.
–Oh, no –Max dio un paso atrás–. ¡No, no, no!
–Sí –replicó Allegra con una sonrisa helada–. Y deja de protestar, que no te va a doler. Aunque no estoy segura de que se pueda decir lo mismo del depilado.
Max la miró con horror.
–¿El depilado?
–Claro, de la espalda y otras zonas…
–Pero…
Max no terminó la frase. Por la expresión irónica de Allegra, supo que le estaba tomando el pelo y soltó un suspiro de alivio.
Ella se rio y dijo:
–Bueno, será mejor que te quitemos el traje. Nos vamos a la peluquería.
Max se llevó una mano al cuello. Si le hubieran puesto una simple camisa oscura, no le habría molestado; pero era una camisa oscura con estampado de flores, y se sentía inmensamente ridículo. Por suerte, la experiencia con el peluquero no había sido tan desagradable para él. Se limitó a lavarle el pelo, cortárselo y, por último, afeitarlo.
En ese momento, varias horas después, se encontraba en el interior del elegante club Xubu, sentado a una mesa en compañía de Allegra y del fotógrafo, Dom. Max echó un vistazo a los clientes y pensó que no se parecían nada a los ingenieros con los que salía a tomar copas. La mayoría eran más jóvenes que él, y todos llevaban una ropa tan extravagante como la suya.
–Es un lugar fabuloso, ¿verdad? –dijo Allegra.
Max guardó silencio.
–Increíble… Chris O’Donnell está sentado detrás.
–¿Quién es Chris O’Donnell?
Allegra lo miró con asombro.
–¿Es que no lo sabes?
–¿De dónde has salido? ¿De Marte? –intervino Dom.
–Chris O’Donnell es una estrella del rock –explicó Allegra, aún desconcertada con la ignorancia de Max–. Lo acaban de nombrar el hombre más sexy del país. Se eligió por votación popular, y confieso que yo misma lo habría votado.
Max arqueó las cejas.
–No sabía que te gustaran tanto los roqueros, Piernas. ¿Estás segura de lo que dices? Tu madre no lo aprobaría.
Allegra se ruborizó.
–Bueno, no estoy diciendo que quiera tenerlo de novio –comentó–. Pero debes admitir que está muy bueno.
Max cambió de conversación porque no quería hablar de los gustos de Allegra en materia de hombres.
–¿Flick ya sabe que te han hecho un encargo en la revista?
Ella asintió.
–Sí, la llamé anoche y se lo dije.
–¿Y cómo reaccionó?
Allegra soltó un suspiro.
–Ya conoces a mi madre. Se limitó a felicitarme con frialdad cuando le dije que puede ser importante para mi carrera. Supongo que es natural. Cuando te dedicas a escribir sobre asuntos económicos y políticos, te parece que los artículos de Glitz son superficiales. Creo que lo encuentra un poco estúpido.
Max siempre había compartido la opinión de Flick; pero, por alguna razón, le molestó que despreciara el trabajo de su hija.
–Tendrías que habérselo explicado como me lo dijiste a mí. Puede que no sea el artículo del siglo, pero vas a escribir algo que interesa a muchas jóvenes y que, además, las puede ayudar en su vida diaria.
Allegra se encogió de hombros.
–No habría servido de nada. Los problemas amorosos con los hombres no se pueden comparar con los grandes problemas de la economía y la política. En realidad, creo que mi madre tiene razón. Me debería preocupar más por esas cosas.
Max maldijo a Flick para sus adentros. Su hija le era absolutamente leal y ella, en cambio, era incapaz de dedicarle el menor reconocimiento. La pobre Allegra habría dado cualquier cosa por conseguir la aprobación de Flick.
Justo entonces, Allegra lanzó una mirada a una chica que acababa de pasar por delante de la mesa.
–Dios mío… ¿Habéis visto eso? Qué maravilla de mujer. Está absolutamente preciosa con ese look de vampiro chic.
Max arqueó una ceja.
–¿Vampiro chic? –preguntó con sorna.
Allegra lo miró con recriminación.
–¿Se puede saber qué te pasa, Max? Te traemos al mejor club de la ciudad y tú te comportas como si prefirieras estar en un vulgar pub.
–Porque preferiría estar en un vulgar pub –alegó.
–Anda, bebe un poco. Está visto que necesitas animarte –Allegra le pasó la carta de bebidas–. Y no, ni lo pienses. No te puedes tomar una pinta de cerveza.
Max estuvo a punto de sufrir un infarto cuando vio los precios.
–¡Esto es un atraco a mano armada!
–No sufras tanto, que no vamos a pagar nosotros –le recordó Allegra–. Y relájate de una vez, por favor. Se supone que tienes que estar encantado ante la perspectiva de conocer a Darcy; pero cualquiera diría que te han arrastrado a una sala de tortura.
–Umm…
Max se intentó aflojar la corbata. Allegra se inclinó hacia delante y le dio un golpe en la mano, para impedírselo.
–¡Relájate! –repitió.
Max se quedó inmóvil. El aroma del perfume de Allegra lo había embriagado por completo.
–Darcy llegará de un momento a otro –continuó ella–. Haz un esfuerzo por estar a la altura de las circunstancias y caerle bien. Esa es tu primera tarea. La segunda, conseguir que acepte tu invitación a cenar.
–Ya lo sé –dijo, enfurruñado.
–Solo te lo recuerdo para que no cometas ningún error. Esto es tan importante para mí como lo es para ti. Si quieres que te acompañe a esa cena, claro.
Max se volvió a arrepentir de haberle dado la idea de que lo extorsionara con su jefe. Por lo visto, había creado un monstruo.
–Recuerda que te interesa Darcy, no la modelo de lencería. Hazle preguntas, pero no la interrogues. Y no esperes que todo el