Espero que este tipo extraño siga divirtiendo a muchos (que no lo vieron con su sencilla kurtka de 1814) con su nuevo y refinado traje. Por lo demás, unos y otros pueden encontrarse sorprendidos al reconocer en el historiógrafo del célebre Peter Schlemihl también al botánico, navegante alrededor del mundo, antiguo y bien retribuido oficial prusiano del rey y a la vez poeta lírico.9 Él, cantando en versos al estilo lituano o malayo, hace saber a todos que tiene un poético corazón en su sitio.
Por eso, querido Fouqué, a pesar de todo y a fin de cuentas, te doy las gracias cordialmente por haber hecho la primera edición y recibe, con nuestros amigos, mi felicitación por la segunda.
EDUARD HITZIG
Berlín, enero de 1827
5 George Cruikshank (1792-1878), caricaturista inglés, hizo ocho grabados para la edición inglesa (1823 y 1838), los cuales contribuyeron mucho a la popularidad del relato en Alemania e Inglaterra. [N. de la T.]
6 Península de la Siberia Oriental, entre el mar de Ojotsk y el de Bering. [N. de la T.]
7 Tameiamaia es Kamehameha I, rey de Hawái (O'ahu en hawaiano), muerto en 1819. [N. de la T.]
8 Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (1776-1822), autor de reconocidos y famosos cuentos, como “Don Juan” o “La señorita de Scuderi”, conoció a Von Chamisso a través de Hitzig en 1807 y se vieron luego varias veces. Von Chamisso colaboró con Hoffmann en La novela del señor de Vieren (1814) y dio a Hoffmann la idea para el relato “Datura fastuosa”. En el relato de Hoffmann “La aventura de la noche de san Silvestre”, en el último capítulo, Giulietta, la amante del héroe, Erasmus Spikher, le pide que, ya que tiene que abandonarla, le deje por lo menos su imagen en el espejo, y al instante la imagen de Spikher en el espejo empieza a moverse independientemente de él y lo abandona. Como no puede ser un “honorable” padre de familia sin su imagen en el espejo, se va a recorrer el mundo en busca de la perdida imagen. [N. de la T.]
9 Por entonces, Von Chamisso había conseguido fama de poeta. [N. de la T.]
I
DESPUÉS DE UNA FELIZ pero para mí muy molesta travesía, llegamos por fin al puerto. En cuanto llegué a tierra con el bote, cargué yo mismo con mi pequeña propiedad y, abriéndome paso entre el gentío, entré en una casa cercana, la más insignificante sobre la que vi un rótulo. Pedí una habitación, el muchacho me midió con una ojeada y me condujo a la buhardilla. Hice que me subieran agua fresca y que me dijeran detalladamente dónde podría encontrar al señor Thomas John.
—Enfrente de la puerta Norte,10 la primera casa de campo a mano derecha. Una casa nueva, grande, de mármol rojo y blanco con muchas columnas.
—Bien.
Como era todavía temprano, deshice mi paquete, saqué mi práctico abrigo negro nuevo, me vestí con mi mejor traje, cogí mi carta de recomendación y me puse rápidamente en camino, en busca del hombre que debía favorecer mis modestas esperanzas.
Después de haber subido toda la larga calle Norte y llegado a la puerta, vi brillar enseguida las columnas entre la arboleda.
Aquí es, pensé.
Quité el polvo de mis zapatos con el pañuelo, me arreglé el que llevaba al cuello y tiré de la campanilla en nombre de Dios. La puerta se abrió de golpe. Tuve que soportar un interrogatorio a la entrada, el portero al fin avisó que yo estaba allí y tuve el honor de ser llamado al parque, donde el señor John se encontraba con unos amigos. Me recibió bien, como un rico a un pobre diablo, hasta se volvió hacia mí, pero sin apartarse desde luego de los otros, y tomó la carta que tenía en la mano.
—Vaya, vaya, de mi hermano… Hace mucho tiempo que no sé nada de él. ¿Está bien? Allí —continuó dirigiéndose a los otros sin esperar mi respuesta y señalando con la carta una colina—, allí voy a hacer el nuevo edificio.
Rompió el sello, pero no la conversación, que era sobre dinero, y soltó:
—Quien no tenga, por lo menos, un millón, y perdonen la palabra, es un golfo.
—¡Eso es verdad! —exclamé con gran entusiasmo.
Debió de gustarle. Me miró sonriendo y me dijo:
—Quédese, querido amigo, quizá tenga después tiempo para decirle lo que pienso de esto.
Y señaló la carta, que se guardó en el bolsillo, y se volvió hacia los otros. Ofreció el brazo a una joven, los demás se preocuparon de otras beldades, cada uno encontró lo que le convenía y se dirigieron a una colina con rosales floridos. Yo me deslicé detrás de ellos sin molestar a nadie, porque maldito si alguien volvió a ocuparse de mí. Los invitados estaban muy alegres, coqueteaban y se gastaban bromas, a veces hablaban seriamente de frivolidades, y las más de las veces, frívolamente de cosas serias; con gran tranquilidad se hacían en especial chistes sobre amigos ausentes y sus historias. Yo era demasiado extraño allí para entender mucho de todo aquello y estaba demasiado preocupado conmigo mismo para captar el sentido de semejantes misterios.
Ya habíamos llegado a los rosales. La bella Fanny,11 según todas las apariencias la reina del día, se empeñó en cortar ella misma una rosa de una rama florida y se pinchó con una espina. Como si fuera de la oscura rosa, corrió púrpura por la suave mano. Este hecho puso en movimiento a todos los acompañantes. Alguien pidió emplasto inglés. Un hombre alto, más bien viejo, delgado y seco, siempre callado, que pasaba junto a mí, y en el que no me había fijado antes, metió enseguida la mano en el estrecho bolsillo del faldón de su levita gris, al antiguo estilo de Franconia,12 sacó una carterita, la abrió y ofreció a la dama con una devota inclinación lo que se pedía. Ella lo recibió sin fijarse siquiera en quién lo daba y sin dar las gracias. Vendada la herida, todos siguieron colina arriba. Querían gozar desde lo alto de la amplia vista sobre el verde laberinto del parque hasta el infinito océano.
La vista era verdaderamente amplia y magnífica. Un punto luminoso apareció en el horizonte entre las oscuras olas y el azul del cielo.
—¡A ver, un catalejo! —gritó John.
Y antes de que la caterva de criados que atendió a su llamado pudiera ponerse en movimiento, ya se había inclinado humildemente el hombre de gris, había metido la mano en el bolsillo del abrigo, sacado un hermoso Dollond,13 y se lo había puesto en la mano al señor John. Éste, llevándoselo inmediatamente a un ojo, notificó a sus acompañantes que era el barco que había salido el día anterior y al que el viento contrario tenía detenido todavía a la vista del puerto. El catalejo pasó de