• Vecinos que se ayudan unos a otros
• Los extraños que regresan billeteras perdidas.
• Los empleados que trabajan duro, incluso cuando el jefe está de vacaciones.
• Los cónyuges que reconocen cuando están equivocados.
• Mecánicos de autos que son honestos.
Cuando la bondad es nuestra respuesta a Jesús—cuando hacemos el bien por Él—también puede ser llamado “obediencia”, “fe” o una “expresión de nuestro amor hacia Dios”. Esta bondad es especialmente hermosa cuando las dificultades parecen llover sobre nosotros, y, en respuesta, nos volvemos hacia el Señor en lugar de alejarnos de Él. La bondad brilla más en la debilidad. Esta es la esencia de la fe, y es digna de admiración. Cualquier cosa que hagamos por Jesús—amor, trabajo, soportar, esperar—es muy buena.
Observar la bondad de Dios en otros es importante en la manera en que ayudamos, y debemos regresar a ella una y otra vez. La ayuda incluye ver lo que es bueno en otra persona.
Lo malo viene del corazón
No todo está bien claro está. Nuestros corazones pueden ser buenos, pero también pueden ser muy malos. Ellos son ambas cosas al mismo tiempo.
Aunque preferimos mantener esta realidad en secreto, hay poco desacuerdo sobre la maldad que reside en cada corazón. Todos sabemos que hacemos mal. Nos amamos a nosotros más de lo que amamos a los demás. El egoísmo y el orgullo son parte de nuestra vida diaria:
• Padres que degradan y destruyen a sus hijos.
• Vecinos que chismean.
• Empleados que defraudan a sus jefes.
• Hombres que aman la pornografía más de lo que aman a sus esposas.
• Contratistas que cobran trabajo innecesario.
Si bien todos reconocemos la maldad dentro de nosotros, estamos menos dispuestos a reconocerla como pecado. Pecado quiere decir que nuestra maldad es principalmente dirigida contra Dios, y la mayoría de las personas no están conscientemente agitando su puño contra Él. Ni siquiera pensamos en Él. Así que, ¿cómo es que el mal comportamiento puede ser pecado?
Aquí es donde las cosas se ponen turbias, necesitamos la luz que las Escrituras brindan. Aun cuando vivimos delante de Dios, no siempre estamos conscientes de Dios. Cuando un adolescente no cumple la indicación de un padre, no siempre lo siente como un acto de rebelión contra el padre. A menudo parece algo más sencillo—el adolescente solo quiere hacer lo que él o ella quiere hacer. La desobediencia no es “nada personal”, pero sí que es personal. Lo mismo es verdad para nosotros. Cuando pecamos, es contra Dios, aun cuando no se sienta de esa manera.
Luego está el mal comportamiento más consciente. Un hombre tenía que escoger entre la cocaína y su esposa: “Era claro para mí que no había opción. Amo a mi esposa, pero no voy a escoger nada por encima de la cocaína”.3
Aquí está el corazón en acción. Ese hombre ama su deseo más que a su esposa. Eso está claro. Tú lo sabes, él lo sabe, y está mal. Ahora mira un poco más lejos y descubrirás que él ama sus deseos por encima del Señor—él está comprometido a administrar su vida en lugar de someterla al Señor. Él no estará consciente de ello, pero pueda que lo reconozca al escucharlo.
Somos, en efecto, personas necesitadas.
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Las lealtades espirituales provienen del corazón
En el mismo centro de nuestros corazones esta nuestra conexión a Dios. Aquí están las raíces del árbol, el manantial al fondo del pozo. Sea que lo conozcamos o no, somos religiosos de principio a fin.
A eso que está ocurriendo dentro de nuestros corazones lo podríamos llamar “adoración”. Aquel a quien amamos por sobre todas las cosas es aquel a quien adoramos, y aquel a quien adoramos nos controla.
Sea que nos percatemos de ello o no, nuestros corazones conocen mucho sobre el Dios verdadero, y fijamos una postura a favor o en contra de Él. Ese conocimiento no es siempre notorio para nosotros, pero allí está. Es como si retuviéramos alguna vaga conciencia de los cantos de amor que Dios nos cantaba antes de que tomáramos nuestro propio camino, y cuando los volvemos a escuchar, evocan algo hermoso y familiar. Él es nuestro Padre; somos Sus hijos. Vivimos coram Deo, delante del rostro de Dios. No existe la independencia. Incluso si huimos, Él es nuestro Padre. Incluso si buscamos emancipación legal, no podemos escapar. A continuación algunas pocas maneras en las que sabemos esto:
• Nuestros corazones reconocen Su voz. Conocemos el amor porque Él es amor. Queremos justicia porque Él es el juez justo. Somos atraídos a la compasión y misericordia porque Él es el Dios compasivo y misericordioso (Ex. 34:6).
• Nuestros corazones tienen la “obra de la ley” escrita en ellos (Rom. 2:15), y esa ley refleja el carácter de Dios. Tenemos una consciencia que condena la maldad y aprueba lo correcto.
• Nuestros corazones jamás están completamente en paz hasta que descansamos en Él.
• Nuestros corazones están en su mejor momento cuando amamos y adoramos al trino Dios por sobre todas las cosas y seguimos Sus mandamientos.
Lo que confunde todo es que el pecado de otros, las mentiras del malvado, y nuestros propios pecados pueden distorsionar este conocimiento.
Las personas temerosas conocen a Dios, pero ellas ven primero las máscaras de aquellos quienes los han lastimado. Aquellos que se sienten culpables pudieran asumir que Dios es como un simple ser humano que perdona parcial y condicionalmente.
Quienes odian a otros han ignorado la verdad de que Dios extiende Su amor incluso a los enemigos.
Aquellos que siempre quieren más de la vida conocen a Dios, pero creen la mentira de que existe la satisfacción fuera de Dios.
Entretejido con el conocimiento del Dios verdadero encontramos nuestras mentiras y aquellas que escuchamos de los demás. El resultado es que nadie tiene un conocimiento completamente libre y preciso del Señor. Nadie. Nuestros mitos son revelados en nuestros temores, pasados, emociones perturbadas y pecados.
Debido a esta condición de la humanidad, un conocimiento preciso de Dios es la cosa más importante—la cosa más saludable y productora de gozo—que pudiéramos tener. Y eso es exactamente lo que nuestro Padre se deleita en darnos.
Observa como el apóstol Pablo ora por nosotros:
No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él (Efesios. 1:16–17; vea también 3:14–19).
Pablo comprende que la necesidad más profunda de nuestros corazones es Dios—conocerlo profundamente y seguirlo. Esto quiere decir que si queremos ser ayudados y ayudar a otros, siempre debemos aspirar a esto. Y ya que Jesús mismo es nuestra imagen completa de Dios, siempre debemos buscarlo. De alguna manera, al crecer en nuestro conocimiento y adoración a Jesús, Él alienta lo bueno, rehabilita lo malo y trae paz al corazón atribulado. Él es la Fuente de toda sabiduría, amor y esperanza. Sea o no que mencionemos el nombre de Jesús a un amigo necesitado, siempre señalamos hacia Él.
Entonces, con un conocimiento creciente de Jesús en nuestras manos, respondemos creyendo y le seguimos.
El corazón está ocupado. Es nuestro centro espiritual. La evidencia de su actividad puede ser vista día a día en la mezcla humana de bondad, maldad, miedos, frustraciones, gozos y pesares. Si sigues su pista, llegarás al mismo centro del corazón a