–Lo que me preocupa no es que me guste. Es que me gusta.
–Es un gran paso reconocerlo. ¿Entonces?
–Me ha descolocado su comportamiento. Sabes que mis aventuras nocturnas por lo general se marchan de puntillas en mitad de la noche, sin dejar rastro. Lo cual es de agradecer. Bien, pues Fabrizzio no lo ha hecho.
–Tal vez no sea de esa clase de hombres. ¿Te has parado a pensarlo?
–¿Y qué pretende con su actitud? Es absurdo pensar en algo más allá de un revolcón. Al menos yo lo pienso. Ya sabes que no quiero atarme todavía.
–Lo sé. Y lo respeto. Pero te diría que no depende de ti, Fiona. No se trata de que no quieras atarte, como dices. Se trata de que tu felicidad puede estar ahí delante, mirándote con esos ojos claros e invitándote a una romántica semana en Florencia. ¿Piensas dejar escapar la oportunidad de intentarlo?
–Pero… es una completa locura lo que dices. ¿Semana romántica en Florencia? Por favor, Cat, voy a trabajar en una exposición de retratistas italianos del Renacimiento. No a pasear cogida de la mano de un apuesto italiano por los jardines de Boboli.
–No seremos ni tú ni yo las que digamos lo que sucederá entre vosotros. Aunque imagino que no estaréis trabajando todo el día.
–No me vengas con la chorrada del destino. Si quisiera escuchar eso llamaría a Moira –le recordó algo crispada, porque en su mente acababan de deslizarse románticas imágenes de Fabrizzio y ella besándose en el Ponte Vecchio bajo un cielo estrellado y una luna redonda–. Tampoco creo que estemos de fiesta.
–¡Por San Andrés, te vas a Italia! ¡Florencia, la capital de la Toscana! Un sitio maravilloso. ¿Por qué no piensas en disfrutar un poco? Déjate llevar como anoche.
Fiona se quedó con la mirada fija en la mesa mientras su dedo trazaba figuras sobre ella. Sonrió al escuchar las últimas preguntas de su amiga. Quería dejarse llevar, pero en parte temía las consecuencias. ¿Y si acababa enamorándose de manera perdida de Fabrizzio y después cada uno seguía con sus vidas? Él en Florencia y ella en Edimburgo.
–Yo disfruto con mi trabajo, y con mi estilo de vida. Cat, me ha costado mucho ser una mujer libre, independiente y con un trabajo respetado. Estoy bien como estoy, por ahora. No quiero dejarme llevar más de lo necesario.
–Cambiando de tema, ¿qué piensas hacer con él esta tarde? Podrías llevarlo a la taberna y…
–¡No! –la interrumpió de manera tajante mientras golpeaba la mesa–. ¡Ni hablar!
–Entiendo. Lo quieres todo enterito para ti –le comentó entre risas que encendieron aún más a Fiona.
–No se trata de tenerlo para mí. No quiero miradas suspicaces, ni comentarios con doble sentido delante de él. Prometo quedar con vosotras cuando acabe de enseñarle la ciudad –le dijo muy segura de sus palabras.
–¿Eso significa que no piensas llevártelo a tu guarida esta noche?
Fiona se quedo con la boca abierta al escuchar aquel comentario. Quiso responderle a Catriona, pero sus palabras parecieron quedarse atascadas una vez más en su garganta. Como si se tratara de una señal a la que tal vez debiera prestar atención.
–Esperaré impaciente tu llamada. Se lo diré a las chicas.
–Os llamaré.
Cortó la comunicación y dejó el teléfono sobre la mesa, mientras se recostaba contra su silla, cerraba los ojos y pedía en su mente cinco minutos de paz para recapacitar sobre todo lo que le estaba sucediendo. ¿Era ella, o le parecía que todo estaba yendo demasiado rápido para su gusto? No quería pensar en nada que tuviera que con Fabrizzio, pero cada vez que lo intentaba fracasaba. Estaba ligado a la exposición, de manera que, aunque intentara escapar de él, no lo conseguiría y lo que más la enfurecía era que en el fondo él le gustaba. Y mucho.
3
Fabrizzio pasó gran parte de la mañana recorriendo las instalaciones del museo para tener una idea aproximada de lo que querían de él. Visitó la planta baja, donde se encontró con obras de Rubens, Veronés o Tiziano. Quería alejarse del influjo que Fiona causaba en él. A pesar de que sentía enormes deseos de estar con ella charlando sobre su proyecto, había decidido pasar un rato a solas contemplando las pinturas. Como si buscara en ellas la respuesta a lo sucedido desde su llegada a la capital escocesa. Tal vez pensaba que los grandes maestros de la pintura europea podrían ilustrarle y decirle qué era lo que debía hacer. Sin duda que Fiona era una mujer atractiva, con un carácter digno de admirar y un cuerpo… bueno, se detuvo al pensar en su cuerpo desnudo mientras esgrimía una sonrisa socarrona. Pero debía admitir que aquella mujer lo había atrapado de manera inexplicable. Decidió subir a la primera planta para contemplar más obras de los pintores italianos como Boticelli y de paso echar un vistazo a los impresionistas franceses. Se detuvo a admirar la belleza de los cuadros, ajeno a la gente que en esos momentos visitaba la sala. Dejó su mente en blanco mientras su mirada se fijaba en las pinturas. Quería abstraerse de todo lo que ella representaba, pero cómo podría si mirar la belleza de esas obras de arte le recordaba a ella.
Fiona se fijó que él estaba allí contemplando un cuadro de Van Gogh. Se detuvo de repente para quedarse oculta entre varias personas y poderlo estudiar. Quería saber qué sentía al contemplar un cuadro. Observar detenidamente sus gestos, la expresión de su rostro. Sin darse cuenta estaba sonriendo tímidamente al sentirse como una mirona.
–Es un hombre muy apuesto –le susurró una mujer a su lado, mientras hacía un gesto hacia Fabrizzio, quien ahora apoyaba las manos sobre sus caderas y se acercaba más al cuadro para observarlo más de cerca.
–Oh, no… No es… –Pero no acabó de negar lo que ella le comentó. Se alejó con una amplia y reveladora sonrisa, al tiempo que le guiñaba un ojo.
Fiona se sintió como una adolescente a la que habían pillado mirando al chico que le gustaba. Por favor, era mayorcita para hacerlo. Se giró para contemplar de manera disimulada una pintura de Renoir y tratar de calmarse. No podía estar comportándose así. Además, ¿a qué venía espiarlo de aquella manera? Iba a pasar todo el día con él. Y una semana en Florencia. No había motivos para mirarlo a hurtadillas. Sin embargo, al parecer, los deseos por ver qué hacía podían más que su sentido común, si es que aún lo conservaba después de conocerlo. En varias ocasiones lanzó un par de miradas por encima de su hombro para ver dónde estaba. Sonreía embobada mientras lo contemplaba de nuevo. Le gustaba. Sí.
Fabrizzio sabía que estaba allí observándolo. La había visto aparecer de repente en la sala, pero no había querido hacerse notar. No quería ponerla más nerviosa de lo que estaba ya. Lo había percibido en el despacho de David cuando se vieron, y más aún cuando este le pidió que pasara el día con él. Pero la guinda del pastel llegó con la semana en Florencia. Entonces sí la vio ponerse atacada, aunque supo disimularlo muy bien. Sonreía mientras la contemplaba mirar sin mucho interés un cuadro de Renoir. ¿Qué pretendía? No tenía nada que ver con su exposición. Entonces, se dio cuenta de que tal vez no quisiera acercarse a él. ¿Tanto miedo le daba? Estaban en un lugar público. No iba a hacerle nada, aunque nada le gustaría más que volverla a besar. Despojarla de aquella blusa ceñida a su cintura que resaltaba sus pechos y aquel par de pantalones que se ajustaban a sus piernas levantando su trasero. Sonrió como un cínico al recordar cierto momento en el que ella… No, desterró sus recuerdos de su mente en ese momento. No era el sitio apropiado. Se fue aproximando a ella de manera lenta y bien estudiada. La sorprendería antes de que se diera cuenta.
Fiona pareció confundida cuando al intentar localizarlo no lo vio por ningún lado. Ello pareció relajarla. Ahora podría trabajar tranquila en la sala. Además, parecía haberse quedado completamente sola.
–El color no está bien definido. Los trazos del pincel no