Fabrizzio se conectó a Internet a través de la red Wifi que le ofrecía el hotel, para comenzar con su trabajo para la exposición. Quería centrarse en este y tratar de olvidarse de ella, pero nada le costaba más que prestar atención a los cuadros. Buscaría a aquellos retratistas italianos más relevantes del Renacimiento y vería si entre sus obras más representativas había algún retrato. Comenzó a garabatear algunos nombres en su libreta mirando de reojo su teléfono como si esperara que ella pudiera llamarlo. Inspiró hondo y se levantó de su silla y cogió el teléfono para hacer una llamada. A esas horas Carlo estaría aún despierto. Necesitaba que comenzara a prepararlo todo para cuando ellos llegaran a Florencia, dos días después.
–Pronto.
–¿Carlo?
–Sí, soy yo.
–Soy Fabrizzio. ¿Cómo va todo?
–Ah, jefe, ¿cómo estás? ¿Cómo marcha todo en Escocia?
–Marcha bien. Escucha, necesito que mañana mismo te pongas desde primera hora con los retratistas italianos del Renacimiento.
–Claro. Dime lo que necesitas.
–Aquí quieren montar una exposición sobre ellos. Entonces, mi colega David y la encargada de dicha exposición van a necesitar obras de ese período y de esas características. Necesito que saques un listado con las obras de las que disponemos en la galería que tengan que ver con los retratos. ¿Comprendes?
–Claro. ¿Solo retratos?
–Eso es. Y de paso pregunta en las galerías privadas de la ciudad si alguna contiene algo de Rafael, Tintoretto, Forabosco. No sé. Tú sabes lo que hay que hacer.
–Entiendo.
–Estaremos en Florencia pasado mañana. Espero poder contar con algo de información al respecto.
–Sin duda. ¿Has dicho estaremos? ¿Quién te acompaña? –El tono de curiosidad no pasó desapercibido para Fabrizzio, pero no le dio demasiada importancia.
–La encargada de la exposición –respondió sin pararse a pensar que se había referido a ella.
–¡Una mujer! –exclamó un tono divertido–. ¿Es guapa la escocesa? ¿O es la típica pelirroja pecosa? –le preguntó con curiosidad e ironía.
Aquella pregunta pareció molestarlo. Sintió una punzada de celos porque Carlo estuviera considerando a Fiona una mujer atractiva. En verdad que lo era, pero ¿por qué se había sentido así de repente?
–Carlo. De lo único que tienes que preocuparte es de echarle una mano en su trabajo.
–¡Bravo! Pero imagino que no pasará nada por preguntar si es atractiva.
–¿Qué importancia puede tener el hecho de que sea más o menos atractiva? Tú céntrate en colaborar con ella en todo lo que te pida.
–¿En todo, todo? –insistió Carlo entre risas que no le agradaron a Fabrizzio. Agarró el teléfono con fuerza, como si fuera a estrujarlo.
–Carlo. Ella no va a Florencia en busca de una aventura –le rebatió apretando los dientes y empleando un tono de clara advertencia–. No queremos que la señorita se lleve una mala imagen de nosotros.
–Entiendo, amigo. No, te preocupes. Pienso encargarme personalmente de que no se lleve una mala experiencia –insistió en un tono jocoso.
–Es intocable –le recordó enfurecido por la risita irónica de Carlo al otro lado de la línea–. Nos veremos pasado mañana y procura tener todo esto preparado.
–No te preocupes. Estará. Buen viaje.
–Ciao.
–Ciao. Ciao.
Fabrizzio colgó y dejó caer el teléfono sobre la cama, mientras en su interior se sentía crispado por los comentarios de Carlo respecto a cómo era Fiona. Aunque, por otra parte, tampoco tenía por qué importarle. Entre Fiona y él no había nada serio. Tan solo se habían acostado una noche y esa mañana se habían besado, pero no había nada más serio entre ellos. Volvió a sentarse frente a la pantalla de su tablet y siguió buscando información en la red. Trataría por todos medios de centrarse en su cometido, y que lo sucedido con Fiona no enturbiara su trabajo. Confiaba de pleno en Carlo para que encontrara los cuadros que le había solicitado. Era el mejor en su campo de investigación. Le dabas el nombre de un pintor y el título de un cuadro y en un plazo corto de tiempo sabía dónde se encontraba expuesto. Pero tenía un defecto, si podía llamársele así a su pasión por las mujeres, y a Fabrizzio le preocupaba con respecto a este trabajo. Sería conveniente no pensar más en Fiona por esa noche. Debería centrarse en no traicionar la confianza de su colega David. Lo había llamado para que le prestara su ayuda y eso iba a hacer.
4
Fiona empujó la puerta de la taberna y al momento el sonido de la música y las voces de los clientes la envolvieron. No hizo falta que buscara a sus amigas, ya que fue Catriona quien agitó su mano en alto para hacerle ver dónde se encontraban.
–Vaya, sí que estabas cerca. Ni diez minutos –exclamó Eileen mirando su reloj y moviendo las cejas en señal de asombro.
–Ya os dije que no tardaría mucho.
–¿Qué quieres tomar? –le preguntó Catriona levantando la mano para llamar al camarero.
–Una copa de vino –le respondió tratando de no darle mucha importancia a este hecho. Eileen y Moira se quedaron mirándola interpretando que algo le sucedía. Su dejadez a la hora de pedir la bebida, el tono empleado y ese gesto en su rostro no presagiaban nada bueno.
Fiona se sentó sin hacer caso a las miradas de sus amigas, más preocupada por sacarse de la cabeza a Fabrizzio y todo lo sucedido. No quería que sus amigas notaran que la presencia de él le estaba afectando más de lo normal, pero le parecía que eso era algo que no podía controlar. Y por otra parte, era consciente de que la conversación iba a derivar hacia una sola persona.
–Cat, nos ha contado que te marchas a Florencia –soltó Moira sin poder aguantar mucho más tiempo sin saber la verdad. Sintió el codo de Eileen en las costillas haciéndole ver que no era lo más oportuno en ese momento. Y Moira le lanzó una mirada desconcertada por ese gesto. ¿Qué sucedía? Las tres sabían lo que había entre Fiona y Fabrizzio. Y que se irían juntos a Florencia a trabajar en la exposición. No había nada malo en preguntar.
Fiona se quedó mirando a Catriona como si fuera a fulminarla. Y esta se limitó a sonreír, al tiempo que se encogía de hombros a modo de disculpa.
–No has podido resistirte ¿eh? –comentó con ironía mientras esbozaba una sonrisa llena de melancolía.
–Oye, ¿a qué viene esa cara? –quiso saber Eileen mientras observaba detenidamente a su amiga.
–¡Te vas a Florencia una semana! ¡Yo en tu lugar estaría dando saltos de alegría! –exclamó Moira abriendo los ojos al máximo reflejando lo que ello suponía.
–No, si eso está bien. Siempre he deseado visitarla. Pero… –les confesó con un tono de voz que dejaba entrever que, pese a todo, no parecía muy convencida en querer ir.
–Vas con Fabrizzio, ¿no?
La pregunta de Eileen la dejó clavada. La miró fijamente mientras su copa de vino quedaba a mitad de camino de la mesa. Y a continuación inspiraba profundamente y sus hombros se relajaban en clara señal de abatimiento.
–Vaya, parece que no es un buen plan –sugirió Catriona al darse cuenta del estado de ánimo de su amiga.
–Pero, ¿qué ha pasado entre vosotros? –preguntó Eileen desconcertada por la actitud de su amiga.
Fiona sonrió mirando a Moira y pensando en lo que iba a preguntarle.
–¿Podrías