–Por cierto, os he reservado una mesa para comer en la parte antigua de la ciudad. Un restaurante típico escocés para que Fabrizzio deguste nuestra cocina. –Aquello era peor que bañarse en el mar del Norte en pleno mes de enero. Deslizó con suavidad el nudo que se había vuelto a formar en su garganta y evitó mirar a Fabrizzio–. Te aseguro que te resultará más divertido ir con Fiona que conmigo –le aseguró David mirándolo.
–No me cabe la menor duda de que aprovecharemos el tiempo –asintió convencido, mientras le lanzaba una mirada a Fiona y podía contemplar el gesto de rabia contenida en su rostro. ¿Qué le pasaba? ¿A qué venía ese mal carácter? De verdad que era como Jekyll y Hyde, el famoso personaje de Stevenson que vagó por las calles de Edimburgo. Cariñosa y apasionada por la noche. Fría y distante por el día. No iba a suceder nada entre ellos. Iban a centrarse en el trabajo de la exposición. No a flirtear y hacerse arrumacos cariñosos como dos adolescentes por High Street o la Royal Mile.
David miró a Fiona esperando su aprobación, que no tardó en llegar con una muestra de la mejor de sus sonrisas.
–Sí, claro. Será un placer –murmuró mientras trataba de controlar su respiración agitada. Pasar todo el día con él no le disgustaba, al contrario. La cuestión era la cuestión. Que entre ellos había cierta química, pero en la que por ahora prefería no pensar.
–Perfecto.
–Si no tienes más noticias estupendas que darme, prefiero regresar a mi despacho a preparar algunas cosas de la exposición para que Fabrizzio me dé su opinión después –dijo mirándolo y dándose cuenta que aquel italiano le iba a crear más complicaciones que elegir los cuadros con los que le gustaría que contara la muestra.
Fabrizzio se encogió de hombros sin mediar palabra. Como si le pareciera perfecto. Ello también le permitiría ordenar sus pensamientos y prepararse a conciencia para pasar el día con ella.
–En ese caso puedes irte. Así Fabrizzio y yo nos pondremos al día.
Fiona sonrió y, tras lanzarle una última mirada a Fabrizzio, salió del despacho. Cerró la puerta a sus espaldas y durante unos segundos se quedó allí quieta con los ojos cerrados y soltando todo el aire que podían abarcar sus pulmones.
–Criosh! –murmuró en gaélico, maldiciendo su situación. Esperaba que todo se desarrollara con normalidad y no tuvieran ningún otro encuentro íntimo por el bien del trabajo. Pero cuando escuchó las palabras que provenían del despacho de David…
–¿Verdad que no me equivocaba cuando te dije que es una gran profesional?
–Sin duda alguna. Fiona me parece una mujer inteligente y que tiene muy claro lo que quiere en cada momento –le aseguró recordando que había sido ella la que había llevado la batuta en su apartamento–. Creo percibir a una mujer apasionada y entregada.
Fiona creyó que se caería allí mismo al escucharle decir esas palabras, pero por suerte consiguió controlarse y desaparecer tras la puerta de su propio despacho. Debía tranquilizarse y tomarse aquello como un reto personal. Estaba en juego el sueño de su vida, pero para realizarlo tendría que compartir muchas horas de trabajo con el hombre que la noche pasada había hecho resurgir su pasión como si de un volcán se tratara.
El sonido de su teléfono la sacó de sus pensamientos. Era Catriona. Descolgó mientras caminaba por su despacho esperando poder disfrutar de un rato de tranquilidad.
–Hola, ¿qué tal? –dijo Fiona con voz risueña, intentando dar a entender a Catriona que todo iba sobre ruedas.
–Hola, guapa, te llamaba para saber qué tal era el director de la galería Uffizi –le dijo con un tono lleno de sarcasmo y complicidad.
Fiona frunció el ceño, desconcertada.
–¿Quién te ha contado que está aquí? ¿O tal vez Moira lo ha visto en sus cartas? –le preguntó con un toque irónico y de mal humor por su situación.
–He llamado al museo preguntando por ti y me dijeron que estabas reunida con David y con él. Dime, ¿qué tal es?
La pregunta de Catriona hizo que Fiona cerrara los ojos y resoplara al pensar en Fabrizzio y en todo lo que tenía que hacer con él. Sus pensamientos se desviaron del plano laboral al sentimental, y abrió los ojos alarmada por sus deseos más íntimos. Un torbellino de imágenes de la noche pasada la inundó como una catarata.
–Me marcho a Florencia con él pasado mañana –se apresuró a contarle mirando los documentos que estaban sobre su mesa de manera distraída.
La noticia dejó a Catriona con la boca abierta y sin saber qué decir. ¿Florencia? ¿Por qué no les había dicho nada? ¿Desde cuándo lo sabía? El silencio pareció hacerse eterno en la línea de telefónica hasta que Fiona lo rompió.
–¿Cat? ¿Cat? ¿Sigues ahí? –insistió Fiona esperando que su amiga diera señales de vida.
–Pues claro que sigo aquí. No me he ido a ningún sitio, lo que sucede es que me has dejado… –En realidad no sabría decirle cómo se sentía tras conocer esa noticia.
–Imagino que se te ha quedado la misma cara de boba que a mí cuando David me lo dijo.
–Pero, ¿cuándo lo ha decidido? Porque tú no sabías nada, ¿verdad? –le preguntó no sin cierta suspicacia en su tono. No quería pensar que su amiga les había ocultado algo tan importante como marcharse a Florencia.
–Acabo de enterarme al llegar al museo. Estoy alucinando todavía –le confesó tratando de ocultar su emoción por ello.
–Pero, ¿y el director del museo Uffizi?
Fiona se sentó detrás de la mesa de su despacho. Prefería estar sentada cuando se lo contara a Catriona.
–¿Estás sentada, Cat?
–Sí, claro. ¿Qué…?
Su voz quedó suspendida en la línea de nuevo. Fiona comenzó a asentir como si supiera lo que su amiga acababa de descubrir. Porque estaba completamente segura de que había llegado a la misma conclusión que llegaría Moira. Por suerte Cat no le soltaría las chorradas de su media naranja, ni lo de su alma gemela. Cat no era tan fantasiosa.
–No puede ser lo que estoy pensando. Dirás que soy una mente muy calenturienta pero es que se me ha venido a la cabeza.
–Pues apuesto lo que quieras a que has acertado –le dijo con ironía Fiona, mientras se reclinaba contra el respaldo de su sillón y cruzaba sus piernas en una pose algo relajaba.
–¿Por casualidad el director ese italiano de Florencia no tendrá nada que ver con tu aventurita de anoche?
Fiona cerró los ojos mientras apoyaba la cabeza sobre la pared que estaba detrás de su silla. Fue como si las manos de Fabrizzio comenzaran a acariciarle los tobillos para iniciar un ascenso vertiginoso hacia sus muslos, sembrándole la piel de cálidas y sensuales caricias. Sintió sus labios sobre la clavícula e ir en dirección a su cuello. Emitió una especie de ronroneo semejante al de una gatita cuando se dio cuenta que Cat estaba al otro lado del teléfono.
–Exacto. Se trata de él –le confesó mientras Cat dejaba escapar un silbido–. Pero lo más divertido es que seré su anfitriona durante todo el día de hoy.
Catriona entrecerró sus ojos como si le hubiera parecido entender que su amiga estaba algo molesta por este hecho.
–¿Todo el día?
–Eso he dicho.
–Bueno, al menos de la noche no te ha comentado nada, ¿no? De eso ya te encargarás tú –le dijo riendo a carcajadas, mientras Fiona se incorporaba en su sillón hasta apoyar los brazos sobre la mesa, roja de furia.
–Gracias por tu comprensión –le soltó de manera mordaz.
–Mujer,