–¿Otra hamburguesa? –preguntó él, con una sonrisa que hizo que a ella se le acelerara el corazón.
–Si alguien me dice lo que puedo tomar, lo prepararé yo misma –comentó ella, incluyendo al chef en sus palabras–. No quiero causar molestias. Espero que no le importe que invada su cocina.
Luca se apartó de la pared y se colocó entre Samia y el atractivo chef.
–Sugiero algo ligero –dijo–. Y más tarde cenaremos juntos en la cubierta.
–Así podremos hablar de cuál va a ser mi trabajo –asintió ella–. ¿Debo ponerme elegante para cenar? –preguntó.
Luca apretó los labios y se encogió de hombros.
–Imagino que eso te gustará.
Era cierto, pero todos los vestidos elegantes del vestidor eran demasiado seductores y mostrarían mucho más de lo que estaba acostumbrada a enseñar. Samia decidió que ya solucionaría eso más tarde.
–¿Por qué no preparo algo para comer ahora y le damos un descanso a tu chef? –sugirió.
Se volvió a lavarse las manos, sin esperar respuesta, y cuando se giró de nuevo, él había despedido al chef.
–Tengo que empezar a pagar por mi pasaje –explicó ella–. Me sentiré mejor si hago algo. ¿Qué tal tortitas?
Luca se echó a reír.
–Estás contratada –dijo.
La miró mientras cocinaba y luego comieron juntos una pila de tortitas con azúcar y limón, en la encimera y con una botella de cerveza cada uno. La conversación fluyó sin problemas hasta que él apartó su plato.
–Te veo luego –dijo.
Acordaron verse a las ocho en la cubierta.
–Para cenar bajo las estrellas –comentó él, con ironía.
Y a continuación hizo algo que ella no esperaba. Extendió el brazo y le limpió azúcar de los labios con la yema del dedo, sin dejar de mirarla a los ojos. Samia permaneció inmóvil hasta que él se apartó.
–Estaré lista a las ocho –comentó, haciendo un esfuerzo–. Y mi informe también.
–¿Tu informe? –preguntó él.
–El informe del que hablamos. ¿El de la decoración?
–Tu única tarea esta noche es llegar a cenar a las ocho en punto –le informó él.
–De acuerdo –contestó ella.
Luca era el dueño del yate, pero ella estaba dispuesta a pagar su pasaje de algún modo.
Samia Smith estaba alterando su vida. Era difícil resistir la calidez y el humor de sus ojos, pero estaban también su fuerza y su desafío, y todo junto amenazaba con volverlo loco. Quizá había llegado el momento de admitir que echaba de menos un contacto humano franco y sincero. Samia decía siempre lo que pensaba, aunque a él no le gustara. Eso era algo que solo había tenido con Pietro.
Ella parecía estar cómoda en cualquier situación y con cualquier persona, lo que la convertía en un punto fuerte para el trono. Estaba contento con su elección, solo le quedaba convencerla de que sería un marido ideal para ella.
Se dirigió al estudio a examinar el contenido de la caja roja, donde estaban los informes que le mandaba su gente. Necesitaba más información de lo que le había contado su equipo en el email.
Capítulo 7
QUÉ SE ponía? ¿Qué se ponía?
Samia recorría el vestidor y se sentía como un galgo atrapado en una trampa. Había demasiadas posibilidades para una cena formal con Luca, y la mayoría le harían sentirse ridícula. Descartó automáticamente los vestidos que tenían poca tela. No le apetecía nada sentarse a su lado semidesnuda. Se sentiría como una tonta.
Eligió un vestido verde esmeralda y lo sacó de la percha. El color era fuerte y la prenda enseñaba más de lo que ella estaba acostumbrada, pero si iba a hacer aquello, lo haría bien. No quería que Luca creyera que era demasiado tímida. Si quería pagarse el pasaje trabajando, tenía que tomarla en serio.
Acarició la tela, fina como una telaraña, sorprendida de que alguien pudiera permitirse ese tipo de ropa. Las cuentas que adornaban el vestido llevaban mucho trabajo. Había montones de cristales minúsculos y todos parecían cosidos a mano. Ella nunca había querido gastar dinero de su esposo y había preferido mantenerse independiente. Hasta que él la había despedido con la promesa de que nunca volvería a trabajar.
«Eso ya lo veremos», pensó. Todavía no estaba destruida. Luca le había dado la oportunidad de ver un mundo nuevo y haría todo lo que estuviera en su mano por aprovecharla.
Cuando terminó de vestirse, se miró al espejo y tuvo que admitir que le sorprendió lo que vio. Solo quedaba saber la opinión de Luca.
Cerró la puerta tras de sí y echó a andar con la barbilla bien alta.
¡Qué vestido! ¡Qué noche! ¡Qué hombre!
¡Qué gran oportunidad!
Luca salió de una ducha fría, que había hecho poco por calmar su libido, se afeitó, secó y se puso unos vaqueros y la primera camiseta que encontró en el cajón. Se moría de ganas de ver el contenido de la caja roja, pero con una vida entera de cajas rojas por delante, había algo que tenía que hacer antes. Después de eso, volvería a vestirse para la cena.
Salió de su suite y se dirigió al puente a dar instrucciones. Antes de ir a Madlena, harían una parada en Portofino, una pequeña ciudad de Italia, donde hablaría con sus abogados para que prepararan bien el acuerdo prematrimonial que Samia tendría que firmar. Era un planificador y le gustaba saber que no dejaba cabos sueltos. Además, así tendrían ocasión de conocerse un poco mejor, algo esencial antes de que la llevara a Madlena.
Después de dar las coordenadas nuevas a la tripulación, entró en el estudio, donde estaba la caja roja en su mesa. La abrió con una llave que sacó del bolsillo, hurgó entre los documentos y sacó la carpeta de Samia. Cuando la abría, sonó el teléfono. Habló con un oficial del palacio, que quería confirmar algunos detalles relativos a su próxima boda… con una mujer a la que todavía no se lo había propuesto.
–¿Tiene novia, majestad? –le preguntó el hombre–. Todavía no nos ha dado su nombre.
–La discreción es siempre la mejor opción –repuso Luca–. No quiero que la acose la prensa. Pero no se preocupe, la novia existe.
Cuando terminó la llamada, miró la carpeta de Samia y decidió que la leería más tarde. Era mejor empezar a conocerla sin ideas preconcebidas. Esa noche en la cena harían eso y horas después llegarían a Portofino, donde ella podría relajarse y reflexionar sobre su velada juntos. Para entonces, él podría añadir lo que le contara ella a lo que había descubierto en su carpeta. No anticipaba sorpresas.
Pero más tarde, ya en su vestidor, cambió de idea y decidió que, si seguía con los vaqueros y se ponía una camisa abierta en el cuello, tendría tiempo de leer la carpeta en cuestión. Y quizá lo haría.
Samia se sentía de maravilla, muy segura de sí misma con aquel exquisito vestido. Eso era ya raro de por sí, pues era la primera vez que llevaba una prenda tan provocativa. De seda y gasa verde esmeralda, adornada con cristales y con una enagua de color crudo que daba la impresión de que no llevara nada debajo.
Luca la miró y ella sintió un calor repentino. Las mejillas le ardían bajo el escrutinio de él, pero estaba decidida a no vacilar.
–Buenas noches –dijo, aliviada de no tener que lidiar también con tacones altos además de con el vestido ceñido.
–Muy buenas noches