Esta idea de que el nacimiento es más propicio a los 7 meses de gestación ya había sido planteada por los griegos cuando se relatan los nacimientos de Apolo y Dionisio, que se produjeron a los 7 meses de embarazo (Gélis, 1983: 107). Otra opinión semejante la planteaban Las leyes Hebraicas, que establecían que los nacidos a los 8 meses de edad gestacional (como opuesto a los 7 y 9 meses) no alcanzaban el reconocimiento legal de su nacimiento hasta que el individuo cumpliera los 30 años (Harrison, 1946).
Esta presunción acerca de la fragilidad y vulnerabilidad de aquellas personas nacidas a los 8 meses de edad gestacional puede encontrarse aún en nuestros días.
La antigua medicina y la prematurez: la naturaleza decide
Según el historiador Jacques Gélis (1983), la mayoría de los manuales de ginecología de los siglos XVII y XVIII consideran que el niño puede nacer entre los 7 y los 11 meses de embarazo.
Françoise Mauriceau en su Traité des maladies des femmes grosses et accouchées publicado en 1668, considera que la fecha de la concepción debe ser calculada a partir del último día de la menstruación de las mujeres, y aclara que es el momento justo “cuando ha cesado por completo el color”; determinando la duración de la gestación entre 7 meses y 9 días a 11 meses y 10 días (citado por Gélis, 1983:106).
Por otra parte, oponiéndose a las ideas de Hipócrates, Mauriceau (1668, citado por Gélis,1983) plantea que el recién nacido puede sobrevivir fuera del útero solamente pasados los 7 meses de gestación, y aclara que los que lo hacen a los 8 meses tienen más fuerza para sobrevivir, y expresa la opinión general de que no hay “una fecha fija de término del embarazo; la naturaleza decide, ella solo elige el momento para liberarse de una fuerza que la oprime” (Mauriceau, 1668, citado por Gélis, 1983: 107)
En los siglos anteriormente mencionados, muchos nacimientos eran considerados prematuros, ya que las madres no sabían con precisión la fecha de concepción porque ellas se guiaban por sus propios cálculos, tomando como referencia el mes lunar, que es más corto. Esto traía cierta confusión en relación a la fecha establecida por los médicos, quienes se basaban en meses de 30 días. En esa época, la atención de un nacimiento prematuro o tardío podía plantear ciertas confusiones; por ejemplo, comprometer el honor de una familia o perturbar una sucesión.
Los juristas franceses, por ejemplo, necesitaban conocer con precisión el tiempo fijo de la concepción. Uno de ellos, Nicolás Venette sostenía, en 1686 (citado por Gélis, 1983), que un niño ilegítimo no podía participar en el reparto del patrimonio de una herencia.
Los textos de esta época (siglos XVII y XVIII) se refieren a los prematuros como pequeños maravillosos (Gélis, 1983: 109). Si pensamos que la mortalidad infantil era del 85 por 1000 para los niños a término, lógicamente que estos niños eran vistos como muy especiales; las malas condiciones de vida durante el embarazo, las enfermedades, infecciones, la fiebre puerperal, y la alta mortalidad perinatal que reinaban en esos días llevaban a pensar que la supervivencia de un niño prematuro tenía algo de milagroso.
Por ello, las matronas que se ocupaban del parto tenían siempre la tendencia a preservar la vida de la madre. Así, cuando el parto presentaba ciertas complicaciones, ellas se esforzaban por cuidar al recién nacido vivo, pero si la madre sufría luego de varias horas, si la cabeza del bebé no podía pasar por el canal de parto, o se presentaban otras dificultades, no dudaban en sacrificar al recién nacido.
Mauquest de la Motte, en su Traité des accouchemens naturels non naturels et contre nature (París,1765 citado por Gélis,1983) planteaba que si el bebé prematuro que lograba sobrevivir se prendía al pezón de la madre o nodriza luego del parto, era un buen signo.
Una de las preocupaciones de los cuidadores de estos bebés era evitar, como en todo recién nacido, la pérdida de calor. Así eran ubicados cerca del hogar de leña, envueltos en mantas. Plaquet en 1748 describe así este hecho: “Es tan pequeño que uno piensa que los pañales y ropa que sirven para otros bebes son inútiles para él. Es ubicado en un pequeño cesto, rodeado de muchas hebras de lana o cuando se trata de un bebé de buena familia es rodeado de algodón” (Gélis, 1983: 112).
Brouzet, en 1748, cuenta la historia de Marseillan, un niño que su madre dio a luz a los 5 meses de embarazo: “De recién nacido tenía la forma de un feto. Durante los primeros 4 meses posteriores a su nacimiento permaneció sin llorar, sin succionar, sin hacer ningún esfuerzo aparente para alimentarse, sin ningún movimiento de brazos y piernas. Luego de los 4 meses hasta los 9 meses de vida, él emergió de golpe de esa especie de letargo. Comenzó a llorar, succionar, tomar el pecho. Movió sus extremidades a tal punto que a los 16 meses era tan fuerte como un bebé de su edad” (Gélis,1983: 110)
Las nociones de “nacimiento antes de tiempo”, “vulnerabilidad”, “fragilidad” y “discapacidad” se expresan a través de obras teatrales como Ricardo III, de Shakespeare, quien hacía referencia a su nacimiento prematuro como causa de su defecto físico (cojera). “Una vez que los obstetras comenzaron a salvar a las parturientas de los peligros del parto y de las infecciones, con los procedimientos antisépticos, como lavado de manos con alcohol, esterilización de instrumentos, usos de guantes, (asepsia preconizada entre otros por Pasteur, en 1878), y los nacimientos comenzaron a realizarse en los hospitales, nuevos avances e instrumentos para salvar la vida de las embarazadas y los recién nacidos surgieron. Entre ellos los fórceps, cesáreas y el empleo de las incubadoras para asegurar la sobrevida de recién nacidos prematuros” (Rollet, 1996).
1.3 Una incubadora para neonatos
Se denomina en la actualidad incubadora a un aparato cerrado para que los prematuros completen su desarrollo, y cuya temperatura, humedad del aire y aporte del oxígeno se regula con precisión. Los cuidados aportados al prematuro se realizan a través de aberturas.
El prototipo de la incubadora fue la “cuna de Ruehl”. Johann Georg von Ruehl (1769-1848, médico personal de la zarina rusa y médico del hospital principal imperial de San Petersburgo) creó, en 1835, la bañera de doble pared de chapa, para calentar a los recién nacidos de riesgo; contaba con un espacio hueco que se llenaba con agua caliente la que se cambiaba cada dos horas y su temperatura se controlaba de modo permanente.
Los recién nacidos que necesitaban calor permanecían tumbados en la bañera como si fuera una cuna cubierta con un paño de batista, permitiendo así un baño de aire caliente.
La “cuna de Ruehl” se consideraba muy apta para poder salvar la vida a muchos recién nacidos. Sus beneficios se asocian con los esfuerzos que se realizaban en esos tiempos para mantener la temperatura de los recién nacidos prematuros.
Esta invención fue perfeccionada por el médico francés Denucé, de Burdeos, quien la denomina “incubadora para prematuros”, y por Credé, en Leipzig, en 1864 (Ceriani Cernadas, 1999).
Según Jacques Gélis (1983), en la segunda mitad del siglo XVIII, los médicos, la Iglesia y el Estado manifiestan su voluntad de salvar a los recién nacidos. Así es cómo surgen en Francia, por ejemplo, una serie de manuales y artículos consagrados al parto y la pediatría, y se comienza a pensar en el prematuro como un recién nacido que demanda una atención especial. Comienza, también, la observación del estado físico de las madres y su relación con el nacimiento de niños vigorosos.
Helen Harrison (1946) relata en su libro The premature baby book, luego de la guerra Franco-Prusiana, cómo la población francesa había quedado diezmada. Los médicos, entonces, se abocaron al cuidado y protección de los recién nacidos, y a la posibilidad de incrementar su sobrevida.
Fue así cómo un ginecólogo y tocólogo francés, Stéphane Tarnier, se interesó, en 1878, en una incubadora empleada en el zoológico para incubar huevos. Comenzó entonces a idear la posibilidad de crear una semejante para los recién nacidos prematuros.
En 1881 es usada la primera incubadora de aire caliente en la Maternidad de París. En este modelo, la temperatura del aire se podía mantener