Culto, cultura y cultivo. Justo Gonzalez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Justo Gonzalez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Религия: прочее
Год издания: 0
isbn: 9786124252532
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que han abrazado la fe evangélica, y que le han dado a esa fe un sabor genuinamente latinoamericano.

      En todo caso, cuando se me invitó a dictar la Cátedra Ritchie en el Instituto Bíblico de Lima —prestigiosa institución surgida de una de las primeras iglesias evangélicas en el Perú— me pareció que era una oportunidad ideal para discutir un poco más sistemáticamente el tema de fe y cultura; no con la presunción de decir algo nuevo, sino más bien como un intento de resumir algunas de mis reflexiones sobre este tema, e invitarnos a todos a pensar sobre él. Lo que es más, la ocasión me parece singularmente adecuada por cuanto con esta cátedra honramos a uno de aquellos pioneros que nos trajeron la fe evangélica, y que nos la trajeron arropada en culturas nórdicas. Cuando Ritchie llegó a tierras peruanas en 1906, para dedicar los 46 años que le quedaban de vida a la evangelización del continente, traía consigo no sólo la Biblia y el mensaje del Evangelio, sino también toda una herencia cultural que a través de los siglos había ido cuajando en Escocia. Puesto que durante buena parte de esos siglos Escocia se vio repetidamente supeditada a Inglaterra y su cultura, por largo tiempo ha habido en Escocia una profunda conciencia de los conflictos culturales, y de cómo una cultura dominante tiende a imponerse sobre las que le están supeditadas. Por ello Ritchie, al igual que otros de aquellos primeros misioneros escoceses, vino a nuestras tierras entendiendo claramente que era necesario que el Evangelio echase en esta parte del continente sus propias raíces y tomara su propia forma. Pero, con todo ello, el Evangelio que predicaron, las iglesias que fundaron, las tradiciones que nos legaron aquellos primeros misioneros, siempre dieron señales de sus orígenes escoceses.

      Esto no ha de extrañarnos. La cuestión de la relación entre la fe y la cultura ha sido siempre uno de los temas fundamentales de toda teoría y práctica misiológicas. Cada vez que el mensaje del Evangelio atraviesa una frontera, cada vez que echa raíces en una nueva población, cada vez que se predica en un nuevo idioma, se plantea una vez más la cuestión de la fe y la cultura.

      Por ello, es posible recontar toda la historia de la iglesia desde el punto de vista de esa cuestión: cómo se fue planteando y resolviendo a cada paso. En el Nuevo Testamento vemos cómo el cristianismo, nacido y formado dentro de una cultura judía, fue descubriendo —a veces en medio de enormes debates— cuánto de esa cultura se debía aceptar, y cuánto rechazar. Basta con leer las epístolas de Pablo para ver que uno de los principales temas de discusión en aquellos primeros tiempos fue precisamente qué hacer con los gentiles que se convertían al cristianismo. Es decir, ¿debía exigírseles que se hicieran judíos y que adoptasen todas las costumbres y prácticas judías? O ¿había un modo de ser cristiano y de declararse por tanto descendiente de Abraham sin hacerse judío?

      Pronto el cristianismo comenzó a abrirse paso por el mundo grecorromano, y entonces la pregunta fue cómo debían ver los cristianos la cultura de ese mundo: ¿Debían rechazar todo lo que viniese de ella como producto del demonio y del error?, o sería posible ver en ella la mano y la acción de Dios? Sobre este caso particular volveremos más adelante.

      Luego vinieron las invasiones germánicas, y buena parte del cristianismo se germanizó. Al llegar la Edad Moderna, volvieron a plantearse preguntas, dudas y debates acerca de la relación entre la cultura de esa edad y la fe de la iglesia, como hemos visto al comparar la reacción católica romana con la de los teólogos protestantes.

      Con el advenimiento de los grandes tiempos misioneros —el siglo xvi para el catolicismo romano y el xix para el protestantismo— la cuestión volvió a plantearse. Cada vez que el cristianismo penetraba —o intentaba penetrar— una nueva cultura, había que preguntarse cuál debería ser su actitud ante ella. Es decir, ¿sería cuestión de destruir la vieja cultura para construir la nueva fe sobre sus escombros?, ¿sería cuestión de adaptar la predicación y la enseñanza a los modelos de la cultura receptora?, ¿sería cuestión de analizar esa cultura, dividiéndola en diversos elementos, para luego aceptar unos y rechazar otros? En resumen, la cuestión de fe y cultura es tema obligado para cualquier discusión misiológica.

      Por otra parte, en tiempos más recientes, nuevas circunstancias le han añadido otra dimensión a esta cuestión. Se trata de la presencia de una gran variedad de religiones dentro de culturas que hasta hace poco podrían considerarse cristianas, o al menos contextos en los que la fe cristiana dominaba. En regiones tales como Europa occidental, los Estados Unidos, Australia y Nueva Zelandia, hay fuertes minorías musulmanas, budistas, hindúes, etc. Esto es más notable en los viejos centros coloniales, donde se ha producido un reflujo demográfico, de modo que existen fuertes contingentes de inmigrantes procedentes de las viejas colonias. Así, por ejemplo, en Inglaterra hay una numerosa comunidad procedente de la India, la mayoría de religión hindú, pero muchos musulmanes o seguidores de otras de las religiones tradicionales del subcontinente índico. De igual modo, aunque en menor grado, comienza a haber en todas las ciudades de la América Latina mezquitas, pagodas y templos de las más variadas religiones. Por todo ello, la cuestión de la relación entre la fe cristiana y la cultura cobra una nueva dimensión, pues no se trata ya tan sólo de cómo hemos de entender la relación entre la fe cristiana y las nuevas culturas donde se predica, sino también de cómo hemos de entender la relación entre esa fe y las viejas culturas que poco a poco se han amoldado a ella, pero donde se presentan ahora nuevas religiones que compiten con el cristianismo.

      Así, si en el siglo xix la pregunta que se planteaba era cómo se podría relacionar la fe cristiana, por ejemplo, con la cultura china, hoy esa pregunta sigue planteándose, pero a ella se le añade otra: ¿Qué relación hay entre la fe cristiana y las culturas en que esa fe se ha arraigado por siglos, por ejemplo, la norteamericana?

      Si cuando yo estudiaba en el seminario, hace medio siglo, la pregunta que nos hacíamos los latinoamericanos evangélicos era cómo relacionar nuestra fe con nuestra cultura, hoy seguimos haciéndonos esa misma pregunta, pero con nuevas dimensiones. No se trata ya solamente de ser evangélicos en una cultura católica. Se trata de eso y de mucho más. Se trata también de cómo ser cristianos evangélicos en las nuevas culturas en donde el creciente impulso misionero latinoamericano está llevando nuestra fe. Se trata de cómo ser cristianos evangélicos en una cultura que va variando, que se va haciendo cada vez menos monolítica y menos católica. Y se trata de cómo ser cristianos evangélicos cuando la modernidad toca a su fin, y cuando el enorme contraste entre el catolicismo y el protestantismo que existía durante el apogeo de la modernidad va también perdiendo sus aristas. Por todo ello, dudo que haya hoy una pregunta teológica más urgente que esta, la de las relaciones entre la fe y la cultura.

      En este punto, se impone una aclaración. Lo que pretendo hacer aquí no es desarrollar toda una teoría antropológica acerca de las culturas, del modo en que funcionan, etc.; lo que intento es, al mismo tiempo, mucho menos y bastante más. Mucho menos, porque en lo que a teoría antropológica y etnogrfica se refiere, sólo sé lo que he leído en algunos libros básicos, y por tanto no creo tener nada nuevo que decir. Bastante más, pues lo que pretendo es, en buena medida, un ejercicio teológico. Digo esto porque en mi opinión la buena teología es la que concibe y vive la universalidad de Dios en las particularidades de la vida, y la eternidad de Dios en las vicisitudes de la historia. Por ello, a lo que quisiera invitar a mis lectores a investigar no es otra cosa que a eso mismo: a hacer teología; pero a nuestra manera, dentro de nuestros términos, y con pertinencia para los desafíos a que nos enfrentamos.

      Luego, lo que hemos de considerar aquí —teológicamente, pero también desde nuestro punto de vista, el de una iglesia latinoamericana que se pregunta acerca de su lugar en esta sociedad— es qué es eso de la cultura, qué significa, cómo funciona, qué lugar tiene en el plan de Dios y, por tanto, qué lugar ha de tener en la misión de la iglesia. El desafío al que hoy nos enfrentamos consiste en entender correcta y teológicamente qué es eso de la cultura, y cuál es la relación de la iglesia con la cultura, porque sólo así podremos entendernos a nosotros mismos y nuestra misión.

      El orden mismo de nuestro tratamiento del tema deberá señalar nuestro interés teológico. Por ello, en lugar de comenzar discutiendo toda una teoría acerca de las culturas —qué son, cómo se forman, cómo se relacionan entre sí, etc.— para luego pasar a una discusión teológica, seguiremos un orden teológico, y en medio de él iremos destacando algunos puntos sobresalientes