–Lo recuerdo. ¿Tiene una mesa o un escritorio donde pueda dejar mi portafolios?
La mujer que tenía delante no se parecía en nada a la que había estado hablando con Oz. Mucho se temía que después de once meses, ocho horas y veinte minutos, Jack Taylor estaba perdiendo su magia con las mujeres, estaba claro que ya no caían rendidas a sus pies. O se trataba de eso o quizá ella aún estuviera enfadada con él por lo que pasó en el instituto. Pero no le parecía posible, al fin y al cabo, el baile de fin de curso había sido diez años atrás.
–Bueno, creo que será mejor que antes te muestre el sitio –le dijo–. El cine necesita un montón de reparaciones antes de empezar a pensar en la decoración. Pero quería que un diseñador se implicara cuanto antes en el proyecto para ver qué podemos conservar de los elementos de época. Si no sales corriendo, deduciré que quieres el trabajo.
Hasta la más leve de las sonrisas lo dejó temblando. Quizá fuera porque llevaba casi un año sin tocar a una mujer, pero el caso era que aquélla le pareció la más bella que había visto nunca… Al menos en la realidad.
Para empezar, su pelo era más vívido de lo que recordaba. Su color era cálido y parecía estar lleno de vida. Algunos mechones se habían escapado de las horquillas y se enroscaban alrededor de su cara y su blanco cuello.
En cuanto a su cuerpo… Recordaba que en el instituto era mona pero estaba claro que se había desarrollado desde entonces. Iba vestida de forma seria, pero el traje no escondía sus curvas. Sus hombros eran delicados y entre las solapas de las chaquetas asomaban delicadas clavículas cubiertas de pecas. Tenía un escote generoso, cintura estrecha y unas caderas por las que cualquier hombre perdería el sentido. Sus piernas eran largas y terminaban en zapatos color crema de tacón alto.
Pensó que se parecía a Nicole Kidman y en peinarlo con los dedos, hundir en él la cara e inhalar su perfume. Olería a vainilla y canela. Se lo imaginó sobre su pecho desnudo, esparcido sobre su piel, con cada tirabuzón acariciándolo…
–Esa cartera parece pesada. Deja que lo lleve yo, Kitty –se ofreció Oz devolviendo a Jack a la tierra.
Éste lo miró fastidiado. Acababa de aconsejar a su amigo que se buscara una novia y parecía estar siguiendo su consejo. Oz, su atractivo, soltero y considerado amigo Oz, estaba adelantándose a él. Parecía que el encanto de Jack estaba más que oxidado.
–Gracias –contestó ella sonriéndole.
–Bueno –comenzó con voz temblorosa Jack aclarándose la garganta y mostrándole la habitación a Kitty.
–Bueno –lo intentó de nuevo–. El cine Delphi. Fue construido en 1926, en principio como sala de conciertos. Pasó a ser sala de proyecciones en los años treinta y estuvo mostrando películas hasta que cerró en 1996. Desde 1999 se convirtió en el cine X más grande de Portland. He dado vueltas por todo el edificio buscando reliquias de esos años pero no he encontrado nada aún.
Oz rió su comentario pero Kitty se quedó callada. Jack siguió hablando, sintiéndose algo estúpido.
–Éste es el vestíbulo. Aún puedes ver detalles de la decoración art decó en las paredes y en el techo. Me han dicho que las manchas negras son de un pequeño fuego que hubo el año pasado. Algunos chicos celebraron aquí una fiesta y se les fue la mano. Tendrías que haber visto las bolsas y bolsas de latas de cerveza que Oz y yo sacamos de este sitio en cuanto lo compré.
Jack cruzó la espaciosa sala mientras señalaba los distintos aspectos. Kitty lo seguía.
–Ésta es la taquilla y ahí está la tienda de palomitas y refrescos. El alicatado original está casi intacto aunque en algunos sitios tendrá que ser reemplazado –dijo pasando su mano por los azulejos azules del mostrador de la tienda–. Allí está el lavabo de hombres y al otro lado el de mujeres. Y en el centro del vestíbulo está la trampilla rota que da al sótano. Que he estado examinando muy de cerca, como ya sabes.
Jack la miró a la cara, pero seguía sin expresar nada y sin mirarlo a los ojos. Reanudó la marcha y llegó hasta unas puertas de madera. Las abrió. Daban a un corto y oscuro pasillo al final del cual había otras puertas.
–Esto se llama una trampa de luz. Es para que la luz no entre en la sala donde se está proyectando la película cada vez que pasa un cliente. Las puertas principales del cine tienen vestíbulos como éste pero creo que es para que no entre el frío en invierno.
Abrió las otras puertas para que pasaran Kitty y Oz.
–Y éste es el verdadero corazón del Delphi –dijo.
El orgullo, la ilusión y la expectación hicieron que sonriera mientras encendía las luces. Puede que Kitty Giroux no se dejara impresionar por él, pero ese sitio seguro que la dejaba sin palabras.
Y así fue.
Las filas de butacas creaban un complicado diseño, como las escamas de un pez de terciopelo rojo. Bajaron por el pasillo hacia el escenario, donde una gran pantalla blanca estaba flanqueada por enormes pilares de oro. Hojas doradas, frutas doradas, flores doradas y llamas doradas adornaban las paredes allá donde miraba, trepando por los paneles de caoba hasta un techo pintado en azul y con miles de estrellas plateadas.
Era el templo de ilusiones. Un palacio de visiones. El mejor sitio del mundo.
–Es precioso –murmuró ella, de nuevo con dulzura en su voz.
Jack la miró a la cara, buscando asombro en su expresión. Y allí estaba. Tenía la boca ligeramente abierta, los ojos enormes, sin querer perderse un detalle. Dio un paso adelante y acarició el terciopelo de una de las butacas, después hizo lo propio con la siguiente.
Viéndola, Jack no pudo evitar fijarse en la sensualidad de sus caricias, en cómo sus dedos tocaban el suave tejido, el sitio donde cientos de cabezas habían descansado, perdiéndose en las fantasías que ofrecía la pantalla un sábado por la tarde.
Podía imaginarse cómo sería tener esos dedos sobre la piel, cómo recorrerían su cara y después su cuerpo.
No pudo evitarlo y le tocó el brazo, justo por encima del codo, hablándole muy cerca del oído.
–Este sitio hace que sientas que tus sueños pueden hacerse realidad, ¿verdad? –le susurró.
Kitty se contrajo al instante. Se movió para zafarse de su mano.
–Así es –repuso ella con la misma dureza del principio–. Pero necesita mucho trabajo.
Esas palabras hicieron que la ilusión se desvaneciera en el aire y Jack pudo ver de nuevo los desgarros en el terciopelo rojo, las sospechosas manchas, la raja en la pantalla y las pintadas de graffiti en una de las paredes. El aire olía a moho y humedad y probablemente hubiera ratones.
Sabía que Kitty también veía todo eso o incluso más.
Llenó sus pulmones de aire y lo soltó poco a poco. De repente se sintió muy cansado. Ese sitio no era una película, era la pura y dura realidad. Tenía mucho trabajo. Iba a tener que invertir mucho dinero en ese proyecto y probablemente dejarse la piel en él.
Y aunque Kitty Giroux era preciosa y despampanante, había estado equivocado. No era la mujer de sus sueños, sólo era una antigua amiga del instituto, con la que ni siquiera se había llevado bien antes de graduarse.
Lo único que le pasaba era que llevaba demasiado tiempo sin estar con nadie. Era frustración sexual. Pensó que tendría que darle la razón a Oz.
–Sí –repuso él por fin–. Necesita mucho trabajo. ¿Sigues interesada, Kitty?
–Ahora prefiero que me llamen Katherine –dijo ella saliendo de nuevo al vestíbulo–. Entonces, quiere restaurarlo y dejarlo más o menos como estaba, ¿no? Quiere que compre los muebles y accesorios que faltan, ¿verdad?
Jack asintió. Aún estaba recuperándose de su contestación. No sabía por qué le importaba tanto. Si no era la mujer de sus sueños, no iba a