–¡Eh! –gritó enarbolando su bolso vacío contra el coche–. ¡Imbécil! ¡Acabas de aplastar mi móvil!
Corrió tras el coche, pero éste no paró. El conductor ni siquiera miró por el retrovisor.
–¡Espero que compres el coche y te estafen! –exclamó exasperada mientras se agachaba para recoger el resto de sus cosas.
Miró lo que había sido su teléfono. Estaba claro que había muerto y no podía permitirse comprarse otro. Ahora tenía que concentrarse en otras cosas, como en conseguir el contrato para la restauración del Delphi y hacerlo muy bien.
Su madre le había dicho que podía simplemente pasarse por el cine y hablar con el dueño. Así que eso era lo que iba a tener que hacer.
Afortunadamente, llevaba con ella su portafolios a todas partes. Siempre preparada por si aparecía una oportunidad. Además, estaba vestida adecuadamente, llevaba su mejor traje, uno de marca en seda de color marfil. Su intención había sido impresionar al vendedor de coches. Su pelo tampoco estaba mal.
Kitty había aprendido que las apariencias eran importantes. Sabía que una diseñadora de interiores tenía que tener una apariencia elegante. También era esencial que pareciese tener éxito. El llevar ropa cara y conducir un coche lujoso daba confianza al futuro cliente. Al menos eso creía. No siempre le había ido bien. Desde luego no había ayudado con su matrimonio ni había hecho que consiguiera trabajo en Maine hasta el momento.
Pero Kitty entró en su Mercedes convencida de que eso estaba a punto de cambiar. Y si su nuevo cliente era Jack Taylor, tendría que aceptarlo, por mucho que le costase la idea.
Pero sabía que no lo sería. Había cientos de Taylors y Tailors en la guía telefónica. Había muy pocas posibilidades de que su nuevo cliente fuera el chico del que estaba enamorada en el instituto. Sabía que era imposible.
–Jack, ¿no has considerado la posibilidad de que te estés embarcando en un proyecto tan complejo sólo para distraerte de tu frustración sexual? –le preguntó Oz.
Jack gruñó y arrancó el último trozo de la vieja moqueta.
–Te equivocas. Sabes que hace años que quería hacer esto. Recuerda que siempre que pasábamos por aquí pensábamos en cómo habría sido cuando era nuevo.
–Tú lo pensabas. Yo sólo decía: «Tío, este sitio es una ruina».
Jack ignoró el comentario de su amigo.
–¿Y recuerdas lo que escribí en el anuario sobre nuestros proyectos futuros? Yo quería tener mi propio cine y que mi vida fuera una película. Bueno, ya he cumplido la primera parte y sólo he tardado diez años –dijo mientras arrastraba la moqueta a un lado dejando al descubierto los suelos de parqué–. Si a alguien le interesara hacer una película sobre lucha libre con moquetas malolientes también podría cumplir la segunda parte de mi sueño de juventud.
–No creo que tuviera mucho éxito –contestó Oz mientras estudiaba el suelo.
–Por otro lado, eso de frustración sexual que has dicho parece implicar que no puedo tener relaciones sexuales, y sí que puedo. De hecho, anoche me encontré con Sally McKenna y parecía muy interesada en revivir experiencias pasadas conmigo.
–¿Sally quiere acostarse contigo de nuevo? ¿Después de que la rechazaras? ¿Le diste mi teléfono?
–Búscate una novia sin mi ayuda, Oz. La cuestión es que si quisiera acostarme con alguien podría hacerlo. Pero he decidido no hacerlo. Hasta que llegue el momento apropiado.
Oz pasó su mano por el parqué y empujó con fuerza.
–Espero que tu cuerpo esté resistiendo la desatención mejor que este suelo. ¿Cuánto tiempo hace que elegiste el camino de la castidad? ¿Un año?
–Once meses, seis días y ocho horas. Aproximadamente –contestó Jack suspirando–. Y a mi cuerpo no le pasa nada.
–Me alegro mucho de que estés tan seguro porque la adquisición de esta inmensa erección arquitectónica podría ser interpretada como una respuesta compensatoria a las insuficiencias de tu rendimiento físico.
Jack no pudo evitar reír con ganas mientras se limpiaba el sudor de la frente y se echaba su oscuro pelo hacia atrás.
–Muy bien, doctor Strummer. No necesito más lecciones de psicología barata. Compré el cine Delphi porque me gustaba. No tiene nada que ver con mi miembro viril.
Oz levantó la vista para mirar a Jack y abrió la boca para responder pero sólo sonrió.
–Di lo que quieras pero no necesito un título de psicólogo para interpretar eso –dijo señalando algo que había tras Jack.
Éste se dio la vuelta para ver el enorme rollo de moqueta apoyado de pie en la pared. En ese momento, comenzó a doblarse por la mitad y caer poco a poco hasta precipitarse en el suelo.
Jack echó la cabeza hacia atrás y comenzó a reír.
–De eso nada, Oz –le dijo yendo hacia su amigo–. Eso no significa nada. Yo no tengo ningún problema de… ¡Aaaah!
El suelo se venció bajo los pies de Jack y cayó a una especie de oscuro sótano. Se quedó tendido sobre su espalda sin poder moverse. Al momento vio la rubia cabeza de su amigo aparecer sobre él en el agujero.
–¿Estás bien?
–Sí, sí. Sólo algo sobresaltado –repuso Jack sentándose y pasándose la mano por el pelo.
–Creo que te caíste por la trampilla. Supongo que tu peso rompió las bisagras y la puerta cedió.
–Parece que así es como se accede al sótano. ¡Está bien saberlo! –dijo Jack mirando a su alrededor.
Un montón de trapos sucios le habían suavizado la caída, que había sido de unos dos metros. No entraba mucha luz, pero parecía un espacio bastante amplio.
Oz comprobó el estado del suelo y parecía sólido. Se sentó al borde de la trampilla.
–No tengo que explicarte el simbolismo de que te hayas caído dentro de un negro agujero, ¿verdad?
–Ja, ja. Cada día eres más gracioso, Oz. ¿Me vas a sacar de aquí?
–Aún no. Me alegro de tenerte atrapado, Jack, porque así puedo decirte que estoy de verdad preocupado por ti. No puedo creerme que el rey de las conquistas lleve once meses sin sexo. Ése no eres tú. Y todo por culpa de un sueño…
–No fue un sueño cualquiera, fue el mejor de mi vida. Hizo que me diera cuenta de que estaba perdiendo el tiempo pasando de una mujer a otra. Lo que experimenté en ese sueño fue increíble y no veo por qué iba a volver a acostarme con nadie hasta que pueda encontrar alguien con quien pueda tener algo así.
–Jack, los sueños son parte de la fantasía. La realidad no puede ser tan buena como nuestros sueños. Por eso son sueños.
–No, no con este sueño. Va a pasar, lo sé –le dijo Jack mientras se sacaba astillas de la camiseta––. ¿Te conté que mi abuela era adivina? Solía predecir el futuro de la gente. Creo que todos hemos heredado ese talento.
–Tú no crees en esas tonterías, ¿verdad?
–¡Eh! Estás insultando a mi abuela. ¡Debería pegarte una paliza!
–Muy bien –repuso Oz de nuevo con su tono de psicólogo–. Me creo lo que dices del sueño y la fe que tienes en que algún día te encontrarás con alguien en tu vida que te ofrecerá una experiencia igual. Aunque fuera verdad, cuando la conozcas, ¿cómo vas a saber que esa mujer es con las que vas a tener esa increíble conexión sexual?
–Simplemente, lo sabré.
–¿Cómo?