–Poco a poco, chico. Quiero encontrarla y acostarme con ella, eso lo tengo claro. En cuanto a lo de comprometerme, eso son palabras mayores…
–¿Nunca has pensado que quieres hacer una película de tu vida porque las películas sólo duran dos horas?
–Lo que el viento se llevó dura más de tres horas y media…
–Ya sabes a qué me refiero. Las películas no son tan complicadas como la realidad. Las ves y después te vas. No tienes por qué implicarte, tus emociones están seguras. ¿Es por eso por lo que quieres que tu vida sea una película?
Jack se encogió de hombros.
–¿Qué quieres decir con todo eso?
–¿Cuánto tiempo has permanecido fiel a algo? ¿Un trabajo, un proyecto, una mujer? Y ahora de repente, tomas todos estos compromisos. Porque son compromisos lo llames como lo llames. Y no sé si estás preparado.
–Deja de psicoanalizarme, Oscar. Puedo prestar atención a algo durante más de dos horas. Puedo probarlo. Te prometo que en menos de un año este cine será un precioso cine funcionando a pleno rendimiento y que habré tenido la mejor experiencia sexual de mi vida. Y estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario por conseguir ambas cosas –le dijo ofreciéndole la mano.
Oz tomó la mano de su amigo para sellar el acuerdo.
–Y ahora, ¿vas a ayudarme a salir?
La mano de Oz dejó de moverse.
–Sí, espera un segundo –dijo soltándole la mano y desapareciendo.
–¿Oz? ¡Oz!
Se subió a una pila de ladrillos que había en el sótano pero, aun así, no llegaba hasta el agujero. Oyó pasos alejándose y una puerta que se abría.
–Hola. ¿Es usted el nuevo propietario? –oyó preguntar a una voz femenina.
Jack sintió algo extraño en su pecho. Algo así como una sacudida. Dejó de intentar salir del agujero y se detuvo para escuchar sin hacer ruido.
–No, el propietario está ahora atrapado en un agujero simbólico. Pase, por favor.
–Soy Katherine Clifford, la diseñadora de interiores. Creo que es el señor Taylor con quien tengo que hablar, ¿no?
Jack se dio cuenta que era la diseñadora que había elegido de la guía telefónica. Su voz le resultaba familiar. Había algo en su entonación cantarina o algo en cómo había pronunciado su nombre. No estaba seguro, pero le sonaba de algo.
Sus latidos se aceleraron y las manos comenzaron a sudarle. Tenía el cuerpo tenso, intentando averiguar por qué su voz le era familiar, por qué le sonaba, por qué sentía que quería salir de un salto del agujero en el que estaba.
–Bueno, como puede ver, aquí tiene mucho trabajo –le dijo Oz mientras andaban.
Jack escuchó que sus pasos se paraban de repente.
–¡Escucha! ¿No te conozco de algo? ¿No eres de por aquí? Soy Oscar Strummer.
–¡Oh! ¿Eres Oscar Strummer? ¿Oz?
–El mismo.
–Entonces, el propietario del cine, Taylor…
–Es Jack Taylor. Yo soy el amigo idiota que se ha ofrecido a echarle una mano en su tiempo libre. Entonces, ¿de qué te conozco, Katherine?
–Sí, Katherine, ¿de qué te conozco? –murmuró Jack en las tinieblas del sótano preguntándose si la habría conocido once meses antes en su sueño.
–¿Jack Taylor es el propietario del Delphi? –preguntó ella–. Fuimos al instituto juntos –contestó ella después de un momento–. Los dos erais un año mayores. No te reconocí cuando entré. Eres mucho más alto ahora.
–Sí, di el estirón bastante tarde –repuso Oz–. Yo te reconocí en cuanto vi tu pelo. Pero el nombre de Katherine Clifford no me sonó.
Jack se dio cuenta de que si había reconocido su voz había sido porque habían ido al mismo instituto. Se movió para intentar oír mejor pero tiró uno de los ladrillos y el ruido hizo que se perdiera parte de su contestación.
–… volví a Portland hace unos seis meses para empezar mi propio negocio. Y, sí, la gente suele recordarme por mi pelo –repuso.
Ella rió y Jack comenzó a sudar. Intentó calmarse. Al fin y al cabo, se conocían del instituto, no de su sueño. Si su cuerpo estaba reaccionando así era porque habían estado hablando del sueño minutos antes. Y seguramente estuviera soltando adrenalina con retraso tras la caída. Si eso era posible.
Tenía que salir de allí. Miró de nuevo a su alrededor. Sus ojos se habían adaptado a la oscuridad y podía distinguir algunos bultos grandes cubiertos con sábanas. Oz seguía preguntándole cosas, qué había hecho desde el instituto, si su familia aún vivía en la ciudad y cosas así. No podía concentrarse en sus respuestas, sólo en su voz, dulce y algo ronca. Le acariciaba los oídos con gran sensualidad. No podía dejarla sola con Oz, que también era soltero y atractivo.
Descubrió uno de los bultos, era una vieja silla de terciopelo. La llevó hasta la pila de ladrillos que había bajo el agujero.
Se preguntaba una y otra vez quién sería ella. No podía recordar a ninguna Katherine del instituto y no entendía qué tendría su pelo de especial.
Ella rió de nuevo y cuando la oyó, el cuerpo de Jack rebosó de adrenalina, pero no fue por la caída. Se subió a la silla, agarró el borde de la trampilla y se impulsó para salir del agujero.
Se puso en pie y se apresuró a acercarse hasta donde Oz y Katherine estaban charlando. El corazón le latía con fuerza. Ella, una esbelta mujer, le daba la espalda. Tenía un precioso cabello del color de las hojas en otoño, y lo llevaba recogido sobre la nuca. Le resultaba familiar.
Se paró a su lado y le tendió la mano.
–Hola, soy Jack.
Ella tardó tanto en girarse que le pareció una eternidad. La observó como en una escena a cámara lenta. Su cuello y barbilla eran delicados, su nariz fina y recta, su boca rosada y jugosa, su tez pálida. Y el pelo… El pelo era del color del fuego.
Vaya que si la conocía.
Era probablemente la única persona en el mundo que lo había llegado a odiar.
Capítulo 2
–¿Kitty Giroux? –le preguntó Jack tragando saliva.
–Ahora me llamo Katherine Clifford –lo corrigió ella mirándolo de arriba abajo–. Vaya. Parece que era verdad que ha estado en un agujero.
Jack se miró. Su ropa estaba cubierta de polvo y sus vaqueros estaban rotos en una de las rodilleras. Se pasó las manos por la camisa y una nube de polvo se formó delante de él. No pudo evitar toser. Tragó saliva, la miró e intentó recuperar algo de su habitual encanto.
–Sí, me gusta hacer entradas dramáticas.
–Ya veo –contestó ella.
Parecía haberle cambiado la voz. Había perdido el tono dulce y meloso con el que había estado hablando hasta hacía un segundo con Oz. Sus palabras eran ahora cortantes y secas.
–Bueno, señor Taylor. Le he traído algunas muestras de mi trabajo que supongo que querrá ver antes de que hablemos de lo que este proyecto necesita.
Se fijó por primera vez en su atuendo. Llevaba un elegante traje color crema y portaba una gran cartera de cuero.