2. El Espíritu tiene un efecto dramático sobre la raíz y los hábitos del pecado; debilitándolos, destruyéndoles, y quitándolos. Por esta razón él es llamado el Espíritu de juicio y de fuego (Isa.4:4). El Espíritu realmente destruye y consume nuestros deseos pecaminosos. Esto lo hace al principio, quitando el corazón de piedra con su poder omnipotente (en el milagro de la regeneración) y lo continua (en el proceso de la santificación) con un fuego que quema hasta la raíz de los deseos pecaminosos.
3. El Espíritu trae la cruz de Cristo al corazón del pecador a través de la fe, y nos da comunión con Cristo a través de su muerte y sus sufrimientos. Veremos este punto más adelante.
Segundo, si ésta es solo la obra del Espíritu, entonces ¿Por qué es un deber al cual los creyentes son exhortados para que lo lleven a cabo?
Hay por lo menos dos respuestas a esta pregunta:
1. La mortificación del pecado no es una obra exclusiva del Espíritu Santo, más de lo que las otras gracias y buenas obras lo son. El Espíritu es el autor de toda gracia y de cada buena obra, y sin embargo, es el creyente quien ejerce estas gracias y hace realmente las buenas obras. “Porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” (Filipenses 2:13) “Obraste en nosotros, todas nuestras obras.” (Isa.26:12) Vea también 2 Tes.1:11; Rom.8:12-13 y Zac.12:10.
2. El Espíritu Santo no mortifica el pecado sin la obediencia y cooperación del creyente. El obra en nosotros y sobre nosotros en una forma apropiada, sin hacer violencia a nuestra naturaleza humana. El nos preserva, no anulando nuestra voluntad, ni nuestra obediencia voluntaria. El obra en nosotros y con nosotros, no contra nosotros y sin nosotros. Su ayuda es un estímulo para hacer la obra, no una razón para descuidarla. El punto que estamos enfatizando aquí es simplemente que esta obra no puede ser realizada sin la ayuda poderosa del Espíritu Santo. La tragedia es que existen personas que son extrañas al Espíritu Santo y que al tratar de mortificar el pecado en sus vidas, fracasan. Ellos pelean sin obtener la victoria, luchan sin ninguna esperanza de paz y permanecen en la esclavitud del pecado toda su vida.
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