b) Otras personas: Una persona que no mortifica en sí misma el pecado puede ser preservada de caer abiertamente en la apostasía, y no obstante al mismo tiempo ejercer una influencia doble sobre otras personas:
1. Una influencia que endurece a otros. Cuando los inconversos pueden ver tan poca diferencia entre sus propias vidas y la de una persona que profesa el cristianismo pero que no mortifica sus pecados, entonces no ven ninguna necesidad de ser convertidos. Ellos observan el celo religioso de dicha persona, pero también observan su impaciencia con aquellos con quienes no está de acuerdo. Ellos observan sus muchas inconsistencias. Ellos ven que en algunas cosas se separa del mundo, pero se fijan más en su egoísmo y su falta de esfuerzo para ayudar a otros. Ellos escuchan su conversación espiritual y sus reclamos de tener comunión con Dios; pero todo es contradicho por su conformidad a los caminos del mundo. Ellos escuchan su jactancia de que sus pecados han sido perdonados, pero también se fijan en su falla de no perdonar a otros. Entonces, observando la pobre calidad de vida de tal persona, se endurecen en sus corazones contra el cristianismo y concluyen que sus vidas son tan buenas como las de cualquier “creyente”.
2. Una influencia que engaña a otros. Otros pueden tomar a tal persona como un ejemplo de un cristiano y asumir que, debido a que pueden imitar su ejemplo o mejorarlo, por lo tanto ellos también podrían considerarse como cristianos. En esta forma tales personas son engañadas y piensan que son cristianos cuando en realidad no poseen la vida eterna.
Capítulo 3 La Obra del Espíritu Santoen la Mortificación del Pecado
En este capítulo fijaremos nuestra atención en la necesidad de depender de la obra del Espíritu Santo para realizar la mortificación del pecado. El principio básico que este capítulo enfatiza puede ser resumido en las siguientes palabras:
Solamente el Espíritu Santo es competente para hacer esta obra. Todas las formas y medios para efectuar esta obra no lograrán nada sin la obra del Espíritu. El Espíritu Santo obra en el creyente según su beneplácito para dirigirle y capacitarlo en esta obra. Este punto puede ser ampliado bajo dos encabezados principales:
1. Es en vano buscar apoyo en algún otro remedio que no sea el Espíritu Santo.
Muchos remedios han sido sugeridos, algunos de los cuales son bien conocidos, pero no han ayudado a nadie. Los católicos “más religiosos” se ocupan de medios equivocados para mortificar el pecado. Pero este deseo de mortificar el pecado se manifiesta a sí mismo por el vestir hábitos religiosos, hacer votos, pertenecer a Ordenes religiosas, por ayunos, penitencias, etc. Supuestamente, todas estas cosas sirven para mortificar el pecado, pero en realidad no lo hacen.
Desafortunadamente, tales ideas acerca de la mortificación del pecado no están limitadas solo a la Iglesia Católica Romana. Hay muchos así llamados “protestantes”, quienes deberían saber más, pues tienen la ventaja de tener un entendimiento más claro del evangelio, pero no se comportan mejor que los católicos romanos. Estos se dedican a sí mismos a guardar la letra de la ley de Dios en una manera que los conduce solamente a enorgullecerse, pero en realidad no dependen en ninguna manera de Cristo y de su Espíritu. Tales supuestos medios para la mortificación del pecado manifiestan una ignorancia bien arraigada del poder divino y del misterio del evangelio.
Hay dos razones principales por las cuales estos esfuerzos por parte de los católicos y muchos de los así llamados protestantes fallan, y no mortifican verdaderamente ningún pecado:
Primero, porque muchos de los medios y formas en que ellos insisten nunca fueron dados por Dios para ese propósito. No hay ningún medio o forma que pueda lograr una meta particular, a menos que haya sido designado por Dios con ese propósito. Respecto a la vestimenta de hábitos, los votos, las penitencias y otras cosas semejantes Dios pregunta: “¿Quién demandó esto de vuestras manos?” (Isaías 1:12), y también dice; “en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres.” (Marcos 7:7)
Segundo, porque no usan los medios señalados por Dios en una forma correcta, por ejemplo: La oración, el ayuno, la meditación, el velar, etc. Estos medios tienen su propio papel en esta obra, pero solamente a condición de que sean subordinados a la ayuda del Espíritu y la fe verdadera. Cuando las personas esperan tener éxito en la mortificación del pecado simplemente en virtud de haber orado o ayunado mucho, fallan al no usar los medios divinos en la forma correcta.5 El apóstol Pablo comentó respecto a algunas personas, aunque en un contexto diferente, que tales personas: “siempre aprenden, y nunca pueden acabar de llegar al conocimiento de la verdad.” (2 Timoteo 3:7) En una forma semejante, muchas personas siempre están tratando de mortificar el pecado, pero realmente nunca lo hacen. En otras palabras, tienen varias maneras para suprimir al hombre natural en cuanto a su vida común, pero carecen de los medios necesarios para mortificar los deseos corruptos que hacen daño a la vida espiritual.
Este es un error general cometido por las personas que desconocen el evangelio. También es la causa de la mayoría de las supersticiones y las religiones de invención humana que existen en el mundo. ¡Cuánto daño y sufrimiento se han ocasionado a sí mismas, pensando que podrían acabar con el pecado, atacando al cuerpo físico, en vez de atacar la corrupción del viejo hombre! (Práctica que todavía existe entre algunas personas religiosas.) El autoflagelamiento y las otras clases de torturas del cuerpo no logran nada en la mortificación del pecado. (Vea Col.2:20-23.)
Un error más sutil y más popular que tampoco tiene eficacia contra la mortificación de pecado es el siguiente: Un hombre siente el remordimiento por un pecado que le ha derrotado. De inmediato se promete a sí mismo y a Dios que nunca volverá a cometerlo otra vez (como si el mero hecho de hacer votos y promesas pudieran mortificar su pecado.) Entonces, por un tiempo se guarda y se vigila a sí mismo, se pone a orar mucho, etc. Pero tarde o temprano la conciencia de su culpa y el remordimiento vuelven y se apoderan de él. Si consideramos la verdadera naturaleza de la obra necesaria para mortificar el pecado, entonces será obvio que ningún esfuerzo humano por muy grande que fuera, puede lograrlo. Esto nos conduce al segundo encabezado:
2. La mortificación del pecado es la obra del Espíritu Santo.
¿Por qué decimos esto? Por dos razones:
a) Dios ha prometido en su Palabra dar el Espíritu Santo para hacer esta obra. Quitar el corazón de piedra (es decir, el corazón rebelde, obstinado e incrédulo), es en general, esta obra de la mortificación del pecado que estamos considerando. Es prometido que el Espíritu Santo hará esta obra. “Os daré corazón nuevo... y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra...Y pondré dentro de vosotros mi espíritu...” (Ezequiel 36:26-27)
b) Toda mortificación del pecado nos viene como un don de Cristo, y todos los dones de Cristo nos vienen por el Espíritu de Cristo. Sin Cristo nada podemos hacer. (Jn.15:5) Cristo nos concede la mortificación de nuestro pecado. El ha sido exaltado como Príncipe y Salvador para darnos el arrepentimiento (Hech.5:31), y nuestra mortificación del pecado es una parte no pequeña de ese arrepentimiento. ¿Cómo hace esto Cristo? Habiendo recibido la promesa del Espíritu, lo derrama para este propósito (Hech.2:33).
Como preparación para lo que seguirá en los capítulos restantes, concluiremos este capítulo considerando dos cuestiones importantes:
Primero, ¿Cómo mortifica el Espíritu al pecado? En términos generales, el Espíritu Santo realiza esto en tres maneras:
1. El hace que nuestros corazones sobreabunden con la gracia y produce los frutos que se oponen a la naturaleza pecaminosa, no solo en su raíz sino también en sus ramas. En Gálatas 5:19-23 Pablo contrasta “las obras (frutos) de la carne” con “los frutos