Bueno, el Sr. Morris se sentó junto a mí, se veía sumamente alegre y jovial, pero era evidente que estaba muy nervioso. Me tomó ambas manos, me dijo en el tono más dulce:
—Señorita Lucy, sé que no soy digno siquiera de atar las correas de sus pequeños zapatos, pero creo que si espera hasta encontrar un hombre que lo sea, tendrá que unirse a las siete jóvenes de las lámparas de aceite. ¿Por qué no compartimos el mismo yugo y recorremos el largo camino juntos, conduciendo con arneses dobles?
Se veía tan alegre y de buen humor que no me fue tan difícil rechazar su propuesta, como sucedió con el pobre Dr. Seward. Así que le dije, tan delicadamente como pude, que no sabía nada acerca de yugos y que todavía no estaba lista para llevar puesto un arnés. Entonces me dijo que se había expresado muy a la ligera, que si había cometido un error al hacerlo así en una ocasión tan seria e importante para él, por favor, lo perdonara. Cuando dijo esto se puso sumamente serio, pero yo no pude evitar sentirme halagada al caer en la cuenta de que él era el segundo en un mismo día. Y entonces, querida mía, antes de poder decir una sola palabra, comenzó a deshacerse en un torrente de palabras amorosas, poniendo su corazón y su alma a mis pies. Se veía tan sincero, que jamás volveré a cometer el error de creer que un hombre, que a veces es bromista, tenga que estar siempre alegre y no pueda ponerse serio. Supongo que debe haber visto algo en mi rostro que lo hizo comprender, pues se detuvo súbitamente y dijo, con una especie de fervor masculino que podría haberme hecho amarlo, si yo hubiera estado libre…
—Lucy, usted es una chica de corazón honesto. Lo sé. No estaría aquí, hablándole como lo estoy haciendo si no la considerara firme y sincera hasta en lo más profundo de su ser. Dígame, de un buen amigo a otro, ¿alguien más ocupa su corazón? Si la respuesta es afirmativa, jamás volveré a molestarla, sino que me contentaré con ser el más sincero de sus amigos, si usted me lo permite”.
Mi querida Mina, ¿por qué los hombres son tan nobles, cuando nosotras las mujeres somos tan poco dignas de ellos? Heme aquí, casi burlándome de este verdadero y leal caballero de tan gran corazón. Rompí en llanto… Me temo, querida, que esta carta te parecerá demasiado sentimental en muchos sentidos, pero en verdad me sentí muy mal.
¿Por qué no puede una chica casarse con tres hombres, o con tantos como quiera y así evitarse todos estos problemas? Estoy diciendo una herejía, no debo hablar así. Me alegra decirte que, a pesar de que estaba llorando, pude mirar directamente a los valientes ojos del Sr. Morris, y decirle sin rodeos:
—Sí, amo a alguien más, aunque él todavía no me ha confesado su amor.
Hice bien en hablarle tan francamente, pues su rostro pareció iluminarse y, extendiendo sus manos, tomó las mías (o creo que yo puse mis manos en las suyas), me dijo lleno de emoción:
—Qué chica tan valiente. Vale más llegar tarde a una oportunidad para ganar su amor, que llegar a tiempo por cualquier otra chica en el mundo. No llore, querida mía. Si sus lágrimas son por mí, le digo que soy un hueso duro de roer, aguanto los golpes de pie. Pero si ese otro tipo no ha descubierto su felicidad, es mejor que se apresure o tendrá que vérselas conmigo. Mi pequeña niña, su sinceridad y valor me han convertido en su amigo, eso es más difícil de encontrar que un enamorado, porque es menos egoísta. Querida señorita, me espera una larga y solitaria caminata hasta el Más Allá. ¿No me daría un solo beso? Será algo para ahuyentar la oscuridad cada tanto. Si usted quiere, puede hacerlo, ¿sabe? Pues ese otro hombre, que debe ser muy bueno, de lo contrario no podría usted amarlo, no le ha confesado su amor todavía.
Eso me conmovió profundamente, Mina, pues fue un gesto valiente y dulce, además de noble, hacia su rival, ¿no crees? Él estaba tan triste… así que me incliné y lo besé.
Él se puso de pie, sosteniendo mis manos entre las suyas y, mirándome a la cara, me temo que yo estaba bastante sonrojada, me dijo:
—Mi pequeña niña, yo sostengo su mano y usted me ha besado. Si estas cosas no nos convierten en buenos amigos, nada más lo hará. Gracias por su dulce honestidad. Adiós.
Apretó mi mano y tomando su sombrero, salió decididamente de la habitación sin mirar atrás, sin derramar una lágrima, sin temblar ni detenerse. Y yo estoy llorando como una niña al recordarlo.
Ay, ¿por qué un hombre como él debe ser infeliz cuando hay tantas chicas que adorarían el suelo por el que camina? Sé que yo lo haría, si mi corazón estuviera libre. Solo que no quiero estar libre. Querida mía, esto me ha entristecido bastante, siento que no puedo escribir sobre cosas felices en este momento, después de lo que te dicho. No quiero contarte sobre el tercero hasta que me sienta completamente feliz.
Tu amiga que te quiere siempre,
Lucy
P.D. —Ah, respecto al tercero, no necesito decirte nada sobre él, ¿o sí? Además, todo fue tan confuso. Pareció transcurrir un segundo desde que entró a la habitación hasta que me abrazó y me besó. Estoy muy, muy feliz, y no sé qué he hecho para merecer esto. Debo esforzarme en el futuro para demostrar mi agradecimiento a Dios por toda su bondad al enviarme un enamorado así, un esposo y un amigo.
Adiós.
Diario del Doctor Seward (Grabado en fonógrafo)
25 de mayo.
Hoy ha disminuido mi apetito. No puedo comer, ni puedo dormir, así que me dedicaré a mi diario. Desde mi desaire de ayer, tengo una sensación de vacío. Nada en el mundo parece ser lo suficientemente importante como para dedicarse a ello. Sé que la única cura para este tipo de cosas es el trabajo, así que fui a ver a mis pacientes. Elegí a uno que me ha proporcionado un caso muy interesante. Es tan singular que me he decidido a entenderlo lo mejor que pueda. Tengo la impresión de que hoy me aproximé más que nunca al fondo de su misterio.
Lo cuestioné más detalladamente de lo que lo había hecho hasta ahora, para comprender mejor los hechos de su alucinación. Ahora comprendo que mi modo de actuar fue un poco cruel. Parecía que quería mantenerlo en el punto más álgido de su locura, algo que evito hacer con mis pacientes, igual que evito el infierno.
(Nota: ¿Bajo qué circunstancias no evitaría el infierno?) Omnia Romae venalia sunt. ¡El infierno tiene su precio! Si acaso hay algo detrás de este instinto, sería de gran utilidad darle un seguimiento preciso posteriormente, así que mejor empiezo en este momento, por tanto…
R. M, Renfield, edad 59 años. Temperamento sanguíneo, gran fortaleza física, mórbidamente excitable, períodos de melancolía que terminan en alguna idea fija que no he podido descifrar. Supongo que el temperamento sanguíneo en sí mismo y la perturbación conducen a la ofuscación. Es un hombre posiblemente peligroso, probablemente peligroso si no fuera egoísta. En los hombres egoístas, la precaución es una armadura tan segura contra sus enemigos como para ellos mismos. Lo que pienso al respecto es que, cuando el punto fijo es el yo, la fuerza centrípeta se equilibra con la centrífuga. Cuando el punto fijo es el deber, una causa, etcétera, la última fuerza es la predominante, y solamente un accidente, o una serie de accidentes pueden equilibrarla.
Carta de Quincey P. Morris al honorable Arthur Holmwood
25 de mayo.
Mi querido Art:
Nos hemos contado historias estando frente a una fogata en las praderas, y nos hemos curado las heridas mutuamente luego de intentar desembarcar en las Marquesas. Hemos brindado a nuestra salud en la orilla del Titicaca. Pero aún quedan historias por contar, heridas por curar y más brindis por hacer.