Me enfurece pensar que esta situación pueda continuar, mientras yo estoy encerrado aquí arriba, como un verdadero prisionero, sin gozar siquiera de la protección de la ley, que es el derecho y consuelo incluso de los criminales.
Pensé en quedarme esperando hasta que el conde regresara, y durante un largo rato permanecí obstinadamente sentado en la ventana. Entonces, empecé a notar que había unas pequeñas y curiosas partículas flotando en los rayos de la luna. Eran similares a diminutas motas de polvo, que giraban y se agrupaban en racimos de forma nebulosa. Las observé con una sensación de tranquilidad, y una especie de calma me invadió. Me recliné hacia atrás sobre la pared para estar más cómodo y poder disfrutar más plenamente de aquel espectáculo etéreo.
Algo me sobresaltó. Era un débil y lastimero aullido de perros, a lo lejos en el valle, oculto a mis ojos. Parecía que el sonido resonaba cada vez más fuerte en mis oídos, mientras las partículas flotantes de polvo cambiaban de forma al ritmo del sonido, como si bailaran a la luz de la luna. Sentí que mis adormecidos instintos luchaban por despertarse en lo profundo de mi ser. ¡Pero, qué digo! Era mi propia alma la que luchaba y mis sentidos adormecidos se esforzaban por responder al llamado. ¡Estaba siendo hipnotizado! El polvo bailaba cada vez más rápido. Los rayos de la luna parecían temblar al pasar a mi lado y perderse en la oscuridad a mis espaldas. Se unieron más y más, hasta que adoptaron las tenues formas de unos fantasmas. Y entonces me sobresalté, completamente despierto, en plena posesión de mis sentidos y me alejé de aquel lugar gritando.
Las formas fantasmales, que estaban empezando a materializarse poco a poco en los rayos de la luna, eran las de esas tres mujeres fantasmagóricas a quienes había sido predestinado.
Huí de ese lugar, y me sentí mucho más seguro en mi propia habitación, donde no penetraba la luz de la luna y la lámpara ardía brillantemente.
Después de algunas horas escuché ruidos en la habitación del conde, parecidos a un lamento agudo rápidamente sofocado. Y luego reinó un completo silencio, un profundo y espantoso silencio, que me erizó la piel. Con el corazón latiéndome a toda prisa, intenté abrir la puerta, pero descubrí que estaba encerrado otra vez en mi prisión, no había nada que pudiera hacer. Simplemente me senté y me eché a llorar.
Mientras estaba sentado, escuché un ruido afuera en el patio interior. Era el grito agonizante de una mujer. Corrí hacia la ventana y abriéndola de golpe me asomé por entre los barrotes.
Efectivamente, había una mujer con el cabello despeinado, con las manos sobre el pecho, como si acabara de correr un largo trecho. Estaba apoyada sobre una esquina de la reja. Cuando vio mi rostro en la ventana se lanzó hacia adelante y gritó con una voz cargada de amenaza:
— ¡Monstruo, devuélveme a mi hijo!
Cayó de rodillas y, levantando sus manos, volvió a gritar las mismas palabras en un tono que me estrujó el corazón. Luego se arrancó los cabellos y se golpeó el pecho, abandonándose a todas las violencias propias de la emoción desmesurada. Finalmente, se abalanzó hacia adelante, y aunque no podía verla, alcancé a escuchar los golpes de sus manos desnudas contra la puerta.
En algún lugar muy arriba de donde yo estaba, tal vez en la torre, escuché la voz del conde llamando a alguien en un susurro duro y metálico. Su llamado pareció ser respondido desde lo lejos por los aullidos de los lobos. Al cabo de algunos cuantos minutos, apareció una manada de ellos a través de la amplia entrada del patio interior, como el agua de una presa al ser liberada.
Ya no se escuchaban los gritos de la mujer, y el aullido de los lobos duró poco tiempo. Después de unos instantes, se alejaron uno a uno, lamiéndose los hocicos.
No sentí lastima por ella, pues ahora sabía lo que le había sucedido a su hijo y pensé que era mejor que estuviera muerta.
¿Qué haré? ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo escapar de esta espantosa cosa nocturna y terrorífica?
25 de junio.
Solo después de haber sufrido los horrores de la noche, se puede conocer el dulce y entrañable efecto que la mañana ejerce sobre la vista y el corazón. Cuando esta mañana el sol se elevó tan alto que alcanzó la parte superior de la enorme reja opuesta a mi ventana, me pareció como si la paloma del arca hubiera descendido ahí. Mi temor se desvaneció como si fuera una vestimenta vaporosa que se disolviera con el calor.
Debo ponerme en acción mientras tengo el valor que me infunde la luz del día. Anoche, una de mis cartas con fecha posterior a la verdadera, fue puesta en el correo, la primera de esa serie fatal cuyo fin es eliminar hasta el último rastro de mi existencia en esta tierra.
¡No pensaré más en ello! ¡Debo actuar!
Siempre ha sido durante la noche cuando he sido molestado o amenazado, o cuando me he sentido en peligro o asustado. Hasta ahora, nunca he visto al conde a la luz del día. ¿Será tal vez porque mientras los demás están despiertos, para poder despertar cuando el resto duerme? ¡Si tan solo pudiera entrar a su habitación! Pero es imposible. La puerta siempre está cerrada, y no hay manera de poder entrar.
Bueno, sí hay una forma, si es que alguien se atreviera llevarla a cabo. ¿Por qué no puede entrar otro cuerpo por donde su cuerpo ha salido? Yo mismo lo he visto arrastrarse desde su ventana. ¿Por qué no podría imitarlo? Las probabilidades son mínimas, pero mi situación es muy desesperada. Voy a arriesgarme. Lo peor que me podría pasar es la muerte, pero la muerte de un hombre no es la de un ternero en el matadero, y el temido “Más Allá” podría estar todavía abierto para mí. ¡Que Dios me ayude en mi misión! Si fracaso, me despido de ti, Mina. Adiós a mi fiel amigo y segundo padre. ¡Adiós a todos, y sobre todo adiós a Mina!
Ese mismo día, más tarde.
Lo intenté, y con la ayuda de Dios, logré regresar sano y salvo a esta habitación. Debo anotar todos los detalles en orden. Mientras mi valor seguía vivo, fui directamente hacia la ventana del ala sur e inmediatamente salí a la cornisa de piedra que rodea el edificio por ese lado. Las piedras son grandes, están cortadas toscamente y debido al paso del tiempo la argamasa entre ellas se ha desgastado. Me quité las botas y me aventuré hacia ese camino tan desesperado. Miré hacia abajo una sola vez, para asegurarme de que no me sobrecogiera algún vistazo repentino del espantoso abismo, pero luego mantuve la vista alejada. Conozco muy bien la dirección y distancia que hay hasta la ventana del conde, me dirigí hacia ella lo mejor que pude, aprovechando las oportunidades que se me presentaban. No me sentí mareado, supongo que debido a la excitación, además, el tiempo que me tomó llegar hasta el alfeizar de la ventana, me pareció ridículamente corto. Acto seguido, traté de levantar la ventana. Sin embargo, fui presa de una terrible agitación cuando me agaché y entré a través de la ventana con los pies por delante. Lo primero que hice fue mirar alrededor en busca del conde, ¡pero con gran sorpresa, y alegría, descubrí que la habitación estaba vacía! Apenas estaba amueblada con algunas cosas raras, que parecían nunca haber sido utilizadas.
Los muebles eran de un estilo parecido a los que había en los cuartos en el ala sur del castillo y estaban cubiertos de polvo. Busqué la llave pero no estaba en la cerradura y no pude encontrarla por ningún lado. Lo único que descubrí fue una enorme montaña de oro en una de las esquinas; oro de todo tipo: en monedas romanas, británicas, austriacas, húngaras, griegas y turcas, cubiertas por una capa de polvo, como si llevaran mucho tiempo sobre el suelo. Todas tenían por lo menos trescientos años. También había cadenas y adornos, algunos incrustados con piedras preciosas, pero todos eran antiguos y estaban manchados.
En una de las esquinas de la habitación había una pesada puerta. Intenté abrirla, ya que al no encontrar la llave de la habitación ni de la puerta exterior, que era el principal objetivo de mi búsqueda, tenía que investigar otras cosas, o todos mis esfuerzos serían en vano. La puerta estaba abierta y conducía a un pasadizo de piedra que daba a una escalera circular muy empinada.
Bajé por la escalera teniendo mucho cuidado pues estaba prácticamente a oscuras, ya que la única luz era la que penetraba por unas fisuras en la pesada mampostería. Al final de las escaleras había un pasadizo, oscuro como un