–Tuyo. Anoche tuve que ir a visitar a Kelly Watson. Sufrió un ataque de asma.
–¿Otra vez? Es el segundo esta semana. ¿Está ingresada?
Will asintió, pasándose la mano por el cabello gris.
–He hablado con el responsable de cardiorespiratorio y me han dicho que van a aumentar la dosis de corticoides.
–Ya estaba tomando una dosis razonable…
–Eso si la estaba tomando –la interrumpió Will–. Yo creo que no.
–¿Por qué una niña de nueve años no iba a tomar la medicación que le han prescrito?
–No lo sé –contestó el director de la clínica, con expresión preocupada–. Pero si la estuviera tomando no creo que hubiera sufrido el segundo ataque. ¿Por qué no hablas con Lucy?
Lucy Griffiths, la enfermera de la clínica, conocía mejor a los pacientes que los propios médicos.
–Lo haré. Y también habrá que comprobar si Kelly sabe inhalar bien.
–Muy bien. ¿Alguna noticia sobre Pete Williams?
–¿Cómo sabes lo de Pete?
–Nunca intentes ocultarle algo al viejo Will –sonrió el hombre–. Me encontré con Jack anoche y me contó la historia.
Ally recordó de nuevo a Sean Nicholson. Pero sería mejor pensar en otra cosa.
–Pensaba contártelo hoy.
–Pete es un buen chico, pero hace cosas que… –empezó a decir Will.
–Lo sé. Hablaré seriamente con él cuando esté recuperado.
–Vale. Ah, por cierto… ¿comemos juntos? Tenemos que hablar sobre ciertos asuntos que conciernen al trabajo en la clínica.
¿Qué asuntos serían esos?, se preguntó Ally, sorprendida.
Antes de entrar en su consulta, pasó por la sala de enfermeras para hablar con Lucy.
–Me han dicho que Kelly Watson está teniendo problemas.
–Me temo que sí. Dicen que van a aumentar la dosis de corticoides, pero yo no creo que esa sea la solución. ¿No te parece?
Ally frunció el ceño, pensativa.
–¿Hemos comprobado si sabe inhalar bien?
–Sí. Lo comprobé durante el último ataque.
–Entonces… ¿tú qué crees? –preguntó Ally.
–Yo diría que es algo que tiene que ver con su madre.
–¿Con su madre? ¿Qué quieres decir?
La enfermera empezó a golpear el escritorio con el bolígrafo.
–No estoy segura, pero la madre de Kelly no quiere que le aumenten la dosis de corticoides.
–Bueno, eso es relativamente normal. A nadie le gusta que sus hijos tomen tantas medicinas.
–No es eso… –empezó a decir Lucy. Pero no terminó la frase–. En fin, no sé. Habrá que esperar.
–Muy bien. Nos veremos más tarde.
Ally fue a su consulta y pasó la mañana viendo pacientes con catarro, infecciones de oído, dolores de cabeza… Pero, entre paciente y paciente, encontró tiempo para llamar al hospital y preguntar por Pete. El chico se encontraba mejor, afortunadamente.
La paciente que entró entonces era una mujer de treinta años que había tenido mellizos un par de meses atrás.
–Hola, Jenny, ¿cómo están los niños?
–Dando mucha guerra –sonrió la joven–. No puedo dejarlos solos ni un minuto.
–Te creo –dijo Ally, recordando sus primeros meses con Charlie. Había sido maravilloso, pero también una pesadilla. Tantos traumas, tanto miedo…
–Ahora están con mi madre –dijo Jenny–. He venido porque me ha salido un lunar en la pierna y como dicen que hay tanto cáncer de piel…
Jenny se bajó los pantalones y Ally examinó el lunar con expresión seria. Era más grande de lo normal y tenía los bordes irregulares, signos que sugerían un posible melanoma.
–¿Tomas mucho el sol, Jenny?
–No demasiado, doctora McGuire –contestó la joven–. Pero me gusta estar morena.
–¿Cuándo fue la última vez que tomaste el sol?
–Hace un año, cuando Mike y yo fuimos de vacaciones a la playa. Volvimos morenísmos… ¿Para qué lo mide?
–Has hecho bien acudiendo a la consulta. Es mejor examinar estos lunares que aparecen de repente.
–¿Es malo?
–No lo sé, pero hay que extirparlo.
Jenny tragó saliva.
–¿Cree que es un cáncer?
–Es imposible saberlo antes de hacer una biopsia.
–¿Pero cree que podría serlo?
–Es posible –admitió Ally.
–¿Y si lo es?
–Jenny, no pasa nada. ¿Por qué no esperas a ver los resultados del laboratorio antes de preocuparte?
La joven respiró profundamente.
–Muy bien. ¿Cuándo podrán quitármelo? No voy a pegar ojo hasta entonces…
–Llamaré al doctor Gordon y te darán hora para esta misma semana.
–¿Tendré que quedarme ingresada?
–No. Este tipo de lunar se extirpa con anestesia local.
Jenny se levantó de la camilla.
–Muchas gracias, doctora McGuire.
Ally la observó salir de la consulta, sintiéndose repentinamente deprimida. Jenny era una chica joven con dos niños recién nacidos…
Sin esperar un segundo, llamó a la secretaria del doctor Gordon y pidió hora para su paciente. Se le había pasado la mañana volando y cuando miró su reloj, se dio cuenta de que llegaba tarde a la comida con Will.
–Hola. Siento llegar tarde… –Ally no terminó la frase al descubrir que, sentado al lado del director de la clínica, estaba Sean Nicholson, que observaba su reacción con una sonrisa.
–Te estábamos esperando. Quiero presentarte al nuevo interino –dijo Will.
–Ya nos conocemos –sonrió Sean.
Ally sintió un ataque de pánico. No quería trabajar con aquel hombre. Sean Nicholson la hacía sentir… la hacía sentir…
–No sabía que os conocierais.
Ella no confiaba en la inocente expresión de Will. Además, se había encontrado con Jack y él tenía que haberle hablado de Sean. Seguro. Aquella era otra de sus trampas para buscarle novio.
–Nos conocimos en la montaña –explicó Sean–. Ally me dio consejos sobre cómo bajar por una cuerda.
Will Carter sonrió.
–Excelente. No se me había ocurrido pensar cuántas cosas tenéis en común. Así será más fácil que tengáis una buena relación profesional.
¿Buena relación profesional? Ally no se veía teniendo una buena relación con aquel hombre ni aunque viviera cien años.
Él era todo lo que odiaba en un hombre: arrogante, machista… y terriblemente atractivo. ¿Trabajar con él? ¡Nunca! Sean Nicholson la hacía sentir como