Economía social y solidaria en la educación superior: un espacio para la innovación (Tomo 2). Rocío Rueda Ortiz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Rocío Rueda Ortiz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789587602241
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empleo”. En el Foro Económico Mundial, realizado en 2016, los expertos advertían sobre los cambios profundos que experimentaría el trabajo para las próximas décadas. Lo anterior, en virtud del desarrollo de la llamada “cuarta revolución industrial” que mediante la articulación de las tecnologías de punta (nanotecnología, ingeniería genética, informática, etc.) y las industrias impulsadas por el avance de las nuevas tecnologías, pondrá en riesgo al 47 % de los empleos actuales (Schwab, 2016).

      Para hacer frente a los retos del presente siglo, algunos consideran que es indispensable asignarle nuevos objetivos a la educación, pero siguen haciendo énfasis en la formación de la fuerza laboral, demandando nuevos conocimientos, técnicas, profesiones, competencias y condiciones personales para las nuevas industrias y empleos que generará la llamada revolución 4.0. Al tiempo, se promueven competencias individuales para los negocios y el emprendimiento empresarial. Esta nueva educación, llamada “educación empresarial”, ha hecho su aparición en muchos países, tanto a nivel universitario, como secundario, promoviendo competencias como la identificación de oportunidades del mercado, el diseño de planes de negocio, la gestión financiera, el mercadeo y las ventas, el manejo de la autonomía, la incertidumbre, el riesgo, etc. (Varela, 2001).

      Así, los conceptos de “emprendimiento” y “emprendedor” proliferan en el campo educativo y hasta se han expedido leyes que orientan educar en una “cultura del emprendimiento” (Ley 1014 de 2006). Se trata de promover “competencias” en los individuos que les permitan desarrollar una actividad económica por cuenta propia, una forma de preparar la siquis de los individuos para un mundo del trabajo en crisis.

      En la actualidad, se enfatiza el papel de la educación para la generación de conocimiento, la innovación y la competitividad; se insiste en el conocimiento como factor determinante del desarrollo económico, particularmente del aplicado que conduce a la innovación. Paul Romer (2007), afirma que el conocimiento aplicado en el proceso de innovación es un bien que puede ser costoso en su generación, pero una vez producido puede ser usado casi infinitamente. La consecuencia más importante de esta teoría es que las ideas se convierten en el principal motor del crecimiento económico.

      Además del papel que cumple la educación en el campo económico, esta comporta un elemento determinante para la existencia de cualquier sociedad, somos lo que somos fundamentalmente por la cultura, no por nuestros genes que escasamente se han modificado, la cohesión de la vida social se realiza a partir de la cultura que la sociedad reproduce en los miembros que la integran;

      No conozco ningún ejemplo en la historia en el que un pueblo estableciera primero mercados y gobiernos y, a continuación, crease una cultura. Sucede, más bien, que los mercados y los gobiernos son prolongaciones de la cultura. Esto se debe a que en ésta (en la cultura) es donde creamos los relatos sociales que nos vinculan como pueblo y nos permiten empatizar entre nosotros como si formáramos una familia extendida ficticia. Compartiendo una herencia común, llegamos a concebirnos como una comunidad y a acumular la confianza sin la que resultaría imposible instaurar y mantener mercados y gobiernos. (Rifkin, 2011)

      A pesar de la fuerte tendencia de colocar la educación fundamentalmente al servicio de la economía, todavía persisten corrientes de pensamiento en una tradición educativa que se resiste al modelo basado exclusivamente en el crecimiento económico; como expresa Martha Nussbaum (2010),

      Se trata de un sistema de aprendizaje relacionado con una tradición filosófica occidental de larga data en materia de teoría de la educación, que abarca desde las propuestas de Jean Jacques Rousseau en el siglo xviii hasta las ideas de John Dewey en el siglo xx, pasando por pedagogos tan eminentes como Friedrich Froebel en Alemania, Johann Pestalozzi en Suiza, Bronson Alcott en los Estados Unidos y María Montessori en Italia. Según esta tradición la educación no consiste en la asimilación pasiva de datos y contenidos culturales, sino en el planteo de desafíos para que el intelecto se torne activo y competente, dotado de pensamiento crítico para un mundo complejo. (p. 39)

      En conclusión, distintas sociedades han tenido concepciones diferentes sobre la educación y sus objetivos cambian de época en época. La pregunta que surge en tiempos modernos es: ¿Qué tipo de educación requerimos?, ¿una educación para qué tipo de sociedad? (Deval,1991, p. 5).

      Los valores humanistas y la solidaridad en la educación

      Para Nussbaum (2014), todas las sociedades están llenas de emociones; el amor, la ira, el miedo, la envida, el egoísmo, la solidaridad, etc., están presentes en la nación, pues la nación es en sí misma una construcción cultural y emocional. Todas estas emociones tienen consecuencias en el progreso de un país y en la consecución de sus objetivos, por tanto:

      Toda sociedad necesita reflexionar sobre la estabilidad de su cultura política a lo largo del tiempo y sobre la seguridad de los valores más apreciados por ella en épocas de tensión. Todas las sociedades, pues, tienen que pensar en sentimientos como la compasión ante la pérdida, la indignación ante la injusticia, o la limitación de la envidia y el asco en aras de una simpatía inclusiva (…) Todos los principios políticos, tanto los buenos como los malos, precisan para su materialización y su supervivencia de un apoyo emocional que les procure estabilidad a lo largo del tiempo, y todas las sociedades decentes tienen que protegerse frente a la división y la jerarquización cultivando sentimientos apropiados de simpatía y amor. (p. 15)

      Así, se hace necesario volver la mirada hacia la educación resaltando su papel humanista y liberador, no simplemente económico. Al respecto, el filósofo Jaques Delors (1996), quien encabezó la comisión internacional de la Unesco sobre una educación para el siglo xxi, plantea lo siguiente:

      Frente a los numerosos desafíos del porvenir, la educación constituye un instrumento indispensable para que la humanidad pueda progresar hacia los ideales de paz, libertad y justicia social. (...) Para cumplir con los desafíos que se presentan, la educación debe estructurarse en torno a cuatro aprendizajes fundamentales que serán para cada persona, en el transcurso de su vida, los pilares del conocimiento. Estos son: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser. Aprender a vivir juntos implica dos orientaciones complementarias: por un lado, el conocimiento gradual del otro, que involucra forzosamente el conocimiento de uno mismo, y por otro, la participación en proyectos comunes que resalten la interdependencia entre los individuos respetando los valores del pluralismo, comprensión y mutua paz. (Delors, 1996)

      ¿Cómo aprender a vivir juntos, sin reconocer al otro en su diferencia, sin el correspondiente nivel de solidaridad en propósitos comunes? Para dar respuesta a este cuestionamiento, la solidaridad se configura como un valor fundamental para la vida en sociedad. Del latín in sólidum (adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros; modo de derecho u obligación in sólidum), la solidaridad es un importante generador de confianza; permite emprender acciones comunes que resuelven pequeños y grandes problemas; moviliza importantes recursos que están en la sociedad y que dispersos no pueden usarse eficazmente. La solidaridad es una fuerza cohesiva que genera responsabilidad hacia los demás, sentido de pertenencia, y sentido compartido. La solidaridad no ésta al margen de la vida democrática, ella es una manera de educar para la ciudadanía, afianza principios de participación y responsabilidad social. No se trata de un discurso caritativo e ingenuo, el discurso sobre la cooperación y la solidaridad no excluye el debate acerca de las problemáticas sociales y sus causas. El ejercicio de la solidaridad contribuye a un pensamiento crítico respecto a lo que percibimos y vivimos.

      La disposición a cooperar con el “otro”, a ser solidario, también contribuye a generar una convivencia pacífica. En un país donde las violencias han propiciado la pérdida de valores éticos, generado la incapacidad para reconocer y respetar al otro en sus diferencias, donde se han debilitado los lazos sociales, la promoción de una cultura de cooperación y solidaridad se convierte en un elemento central para superar las violencias endémicas que padece Colombia.

      Pero la solidaridad no surge de la nada, es producto de valores éticos, de la conciencia de los individuos, se cimienta en la cultura, se fomenta y fortalece desde la educación y en las políticas públicas que traza un Estado que contribuyen a la creación de capacidades internas y externas para el desarrollo humano (Nussbaum, 2012). Además