—No ha sido por ti —dijo él—. Ni por tu cesta.
—¿Por qué iba a ser si no? —lo miró dubitativa.
Josh vio que la esposa del pastor iba hacia ellos. Lo último que Stacie necesitaba tras la emotiva noche anterior era un interrogatorio, por bienintencionado que fuera.
—Ven conmigo —le colocó la mano bajo el codo y puso rumbo hacia donde había estado sentado. Cuando llegaron allí, Josh no disminuyó el paso—. Te han etiquetado como mi chica y los tipos de por aquí no se meten en territorio ajeno.
—¿En serio? —Stacie se detuvo y lo miró con sorpresa.
—Ya, lo sé —puso la mano en su espalda y la urgió a cruzar la calle, hacia un parque rodeado por una verja de hierro forjado—. Parece una locura, pero…
Josh no supo qué más decir. En muchos sitios se consideraba juego limpio intentar atrapar a una mujer bonita, pero no en Sweet River.
—Me parece admirable —dijo Stacie—. Esa clase de lealtad ya no es habitual.
—Pensé que te enfadarías —musitó Josh, sorprendiéndose a su vez.
—¿Por qué? —Stacie frunció el ceño.
—Para empezar —dijo Josh—, he arruinado tus posibilidades de conocer a alguien nuevo y comer con él.
—No quería comer con nadie más —afirmó Stacie con naturalidad.
—¿No querías…? —el corazón de Josh se saltó un latido—. ¿No quieres?
—¿Qué sentido tendría? La mayoría de los hombres buscan esposa —le dio un apretón en la mano—. Tú y yo ya conocemos nuestra postura.
Eso debería haber alegrado a Josh, sin embargo, él sintió un gran peso en el estómago.
Stacie le quitó la cesta y la situó sobre una mesa de picnic. Abrió la tapa y sacó un mantel.
—Espero que te apetezca experimentar.
Él extendió el mantel azul y blanco mientras ella sacaba una botella de vino y dos copas.
—¿Experimentar?
—No he traído la típica comida campestre.
—Me gusta lo que se sale de lo corriente —dijo Josh, comprendiendo de repente que era verdad. Stacie era distinta a cualquier mujer que hubiera conocido y empezaba a disfrutar de la montaña rusa emocional que provocaba en él.
—Entonces disfrutarás.
—No lo dudo —dijo Josh, mirando los ojos castaños y los húmedos labios rojos de Stacie.
El aire, que había sido fresco y ligero momentos antes, se volvió pesado y cálido. Todo se desvaneció y Stacie sólo pudo ver a Josh: las largas pestañas oscuras que enmarcaban los ojos azul brillante, los labios firmes de dulce sabor…
—¿Qué has preparado?
La frase la golpeó como agua fría. Stacie parpadeó y volvió a la realidad: besar a Josh la primera vez había sido un error, besarlo una segunda sólo incrementaría ese error.
—Traigo pasta de tomate, albahaca y queso brie para untar, ensalada de arroz y gambas y barritas de cereales y frambuesa. Pero mi plato favorito es la ensalada gourmet de atún sobre trigo —anticipando el refrescante sabor de la mezcla de atún, alcaparras y almendras, a Stacie se le hizo la boca agua—. El atún es uno de mis ingredientes favoritos. Las aceitunas verdes y la salsa Worcestershire lo transforman de algo común en…
—¿Atún?
Stacie dejó los cubiertos y las servilletas y le prestó su atención.
—¿Te encuentras bien?
—Sí. Es sólo que no soy hombre de atún.
Claro, pensó ella. Estaban en tierra ganadera. Carne asada con queso suizo habría sido una elección más segura. Además, el atún podía ser bastante insulso, dependiendo de quién lo preparara. Sin embargo, el suyo era espectacular. No dudaba que se aficionaría a él en cuanto lo probara.
—El mío te encantará.
—Creo que no me he explicado bien —dijo Josh—. No lo soporto, me pone enfermo.
Su tono no dejó lugar a duda o a discusión. Stacie se inclinó hacia la cesta para ocultar su desilusión. Se dijo que no debía tomárselo a mal.
—No importa. Hay muchas otras cosas.
—Sólo el olor me da náuseas —añadió él.
—Lo entiendo —la decepción dio a su voz un tono algo áspero. Alzó el rostro y le sonrió—. Todos tenemos comidas que no nos gustan. De hecho, esto me recuerda una historia que solía contar mi madre.
Josh descorchó el vino y sirvió dos copas. Entregó una a Stacie y se sentó a la mesa. Ella se sentó frente a él.
—¿Esa historia tiene que ver con el atún?
Stacie, riéndose, sacó el resto de la comida.
—No, con las patatas al gratén.
—Uno de mis platos favoritos —los ojos de Josh se iluminaron.
—Mío también —afirmó Stacie—. Le gusta a toda la gente que conozco, excepto a mi madre. Una vez tomó una ración enorme y le sentó fatal. Desde entonces, el plato pasó a encabezar su lista de «nosoportonisuolor».
Josh agarró un trozo de pan y empezó a untarlo con la pasta de brie.
—Lo curioso es que un par de veces al año lo preparaba para mi padre —Stacie rememoró la expresión de sorpresa y placer de su padre cuando el plato llegaba a la mesa.
—¿Por qué hacía eso? —Josh se sirvió una buena ración de ensalada de arroz y gambas—. Estoy seguro de que él no esperaba que lo hiciera.
—Tienes razón. No lo esperaba en absoluto —Stacie esbozó una sonrisa—. Siempre que le preguntaba el porqué, se reía y decía «nada expresa el amor como unas patatas al gratén».
—Lo hacía para demostrarle cuánto significaba para ella —musitó Josh tras pensarlo un momento.
—Yo no lo entendía cuando era niña, pero cuando crecí, llegué a la misma conclusión —Stacie tomó un sorbo de vino—. Era su manera de decir «te quiero» sin palabras.
—Parecen una pareja agradable —Josh dio un mordisco al pan untado y murmuró con aprecio.
—Lo son —admitió Stacie—. Su único fallo es su intenso anhelo de que me parezca más a ellos.
—Lo entiendo —la mirada de Josh se perdió en la distancia—. Desde que era pequeño me presionaron para que me dedicara a los negocios, no al rancho.
Stacie sabía muy bien lo que era eso. Nunca había aceptado la rígida definición de éxito de su familia. Y por esa razón siempre la habían considerado un bicho raro.
—Mi padre tiene un exitoso concesionario automovilístico en Ann Arbor. Mi madre es auditora contable y cuenta con su propia empresa —Stacie movió la cabeza—. Todos mis hermanos heredaron ese espíritu empresarial.
—Al menos tenéis eso en común —apuntó Josh.
—¿A qué te refieres?
—A tu sueño de crear un negocio de catering. Es difícil ser más empresarial que eso.
—No estoy de acuerdo —Stacie tomó un bocado de ensalada de arroz y gambas y masticó pensativamente—. Lo haría porque es mi pasión, no porque quiera ganar montones de dinero.
—El