—¿Cuál es? —Josh se quedó inmóvil. Tenía la extraña sensación de que debía preocuparse.
—Escoltar a Stacie al baile —Seth hizo un gesto a la camarera para que sirviese más café—. Anna cree que cuando los tipos vean lo bien que te emparejaron, querrán participar.
—No me veo bien —Stacie se miró al espejo y arrugó la frente. Con pantalones vaqueros y una camisa de manga larga con botones de perla, parecía una extra de una película del Oeste, en vez de una elegante mujer del siglo xxi.
—Lo sabía —Anna miró los pies de Stacie y las botas Tony Lama que habían comprado en el pueblo—. Ya te dije que sería mejor comprar medio número más…
—Me están bien —la tranquilizó Stacie, presurosa.
Si las botas eran de rigor en los bailes del Oeste, había encontrado unas perfectas para ella. Las de cabritilla de color rosa eran las más bonitas que había ofrecido la tienda.
—Vale —Anna ladeó la cabeza, confusa—. Si no son las botas, ¿qué es lo que falla?
—Yo. Josh —todos los miedos que habían inquietado a Stacie desde que oyó el plan de Anna, salieron a la luz—. El que vayamos juntos al baile. No quiero hacerlo.
Anna abrió los ojos como si ésa fuera la primera noticia que tenía. Era ridículo, considerando que no habían dejado de discutir el tema desde que Anna había soltado la bomba en el café. A Stacie la había anonadado que Josh aceptara el plan. Cuando la había llevado a casa, tras su primera y única cita, ambos habían tenido claro que un romance entre ellos no tenía cabida.
—Pensé que te gustaba —Anna sonó dolida, como si Stacie estuviera criticando a su amigo.
—Ya te he dicho que Josh es un tipo fantástico —Stacie se sentó en la cama y soltó un largo suspiro—. Pero no es el hombre para mí. Y esto… —tocó el cuello de la camisa de estilo vaquero— no soy yo.
Anna no dijo nada un momento. Luego cruzó la habitación y el estrás que decoraba su falda vaquera destelló a la luz. Se sentó en la cama, junto a Stacie.
—No digo que tengas que quedarte en Sweet River y casarte con él. Sólo que vayáis juntos al baile. Diviértete un poco.
—Ir como pareja suya parece tan… —Stacie se esforzó por encontrar las palabras que pudieran expresar sus sentimientos sin herir a su amiga.
—¿Engañoso? —Anna la miró a los ojos.
Stacie asintió, aliviada al ver que Anna entendía por fin.
—Fuimos emparejados, pero no somos pareja.
—Creo que piensas demasiado —Anna se llevó un dedo a los labios y escrutó a su amiga.
Stacie parpadeó, atónita. Era la típica respuesta que solía darle su familia…, como si la considerasen demasiado estúpida para entender. Lo esperaba de ellos, no de su amiga.
Alzó la barbilla, pero cuando se enfrentó a la mirada de Anna, no vio condescendencia en sus ojos azules.
—¿Por qué crees que rellenaron el cuestionario la mayoría de los hombres? —preguntó Anna.
—Porque tu hermano los obligó.
—Buena respuesta. ¿Por qué más?
—Se sienten solos y buscan su alma gemela.
—Puede —concedió Anna—. ¿Por qué más?
Stacie se removió en el sitio, intrigada.
—El proyecto de Lauren en realidad no se centra en el matrimonio o en las relaciones de larga duración —explicó Anna.
—¿No? —Stacie no pudo ocultar su sorpresa. Había estado segura de que el objetivo final de Lauren era el emparejamiento.
—Josh y tú tenéis mucho en común, ¿verdad?
—Me gusta cocinar. A él le gusta comer —contestó Stacie tras pensarlo un poco.
—¿Qué más? —Anna controló una sonrisa.
—A ambos nos gustan los animales —añadió Stacie—. Y es muy fácil charlar con él.
—Disfrutaste con su compañía —afirmó Anna con desparpajo—. Y él con la tuya.
Stacie asintió. No podía negarlo. De hecho, Josh la había llevado a casa por la ruta larga, para charlar un rato más. No había parecido incómodo, a pesar de lo sucedido. Aunque no había vuelto a besarla, era obvio que le habría gustado hacerlo.
—Algunos tipos sí buscan esposa —Anna se levantó y fue a mirarse al espejo—. Pero muchos se conformarían con conocer a alguien que disfrute con su compañía. Alguien con quien salir y pasarlo bien. Alguien que sea su amiga y palie su soledad.
Stacie tardó un momento en asimilar eso. Recordó la tarde pasada con Josh. Ambos se habían divertido. Tal vez sí fuera suficiente.
—Vale. Lo haré —aceptó a regañadientes, deseando no estar cometiendo un error—. Pero me niego a llevar sombrero y a participar en los bailes de cuadrilla.
Capítulo 4
SALTAD hacia arriba y no volváis a bajar, a vuestra bonita chica tenéis que hacer girar».
Stacie giraba y sus botas rosas se deslizaban por el suelo cubierto de serrín. Jadeaba y el corazón le bailaba en el pecho.
La enorme estructura de madera que alojaba el Centro Cívico de Sweet River estaba llena a rebosar. La pista de baile, llevada especialmente para la ocasión, ocupaba un tercio del edificio. El resto estaba lleno de mesas decoradas con manteles de cuadros blancos y rojos. Cestas de cacahuetes hacían la función de centros de mesa.
La comida preparada por las mujeres de la comunidad estaba en largas mesas, junto a la pared del final, al lado de los barriles de cerveza.
Aunque muchas de las parejas más jóvenes habían abandonado la pista de baile cuando el maestro de baile de cuadrilla subió al podio, Stacie y Josh se habían quedado. Ella se ajustó el sombrero vaquero de Josh durante el cuadro del Paseo, con los labios curvados por una sonrisa.
Su empeño había sido no cubrirse la cabeza. Pero cuando Josh le puso su Stetson, declarando que era la vaquera más bonita que había visto en su vida, fue incapaz de quitárselo. Y cuando se inició el baile de cuadrilla y él le pidió que lo intentara, no había tenido corazón para negarse.
Sorprendentemente, Stacie estaba disfrutando con la experiencia. Pero no había imaginado lo agotador que podía ser ese tipo de danza. El ritmo rápido de doble paso del baile country ya le había resultado difícil, pero lo que estaba haciendo en ese momento, girar a la izquierda durante lo que parecía una eternidad, le había desbocado el corazón y quitado el aliento.
Cuando acabó el cuadro y el maestro de ceremonias empezó de nuevo, Stacie miró a Josh y negó con la cabeza. Inmediatamente, una pareja mayor ocupó su lugar. Era casi medianoche, pero la fiesta no daba muestras de ir a decaer.
Stacie se adentró entre las mesas y se apartó justo a tiempo para evitar que un vaquero borracho chocara contra ella. Josh le rodeó los hombros con un brazo, protegiéndola con su cuerpo. Lanzó al tipo una mirada fulminante.
—Mira por dónde vas, Danker. Casi chocas con la señorita.
Danker, que debía de pesar ciento treinta kilos, se detuvo y se dio la vuelta. A Stacie nunca le habían gustado los hombres demasiado grandes y fornidos, su tamaño la inquietaba. Pero ése no lo hizo. Con los ojos de un color marrón chocolate y el cabello rizado, parecía un osito de peluche.
Un enorme osito de peluche muy borracho.
—¿Qué he hecho?