—Bert los vigilará —el agudo silbido de Josh volvió a rasgar el aire. La perra llegó corriendo—. No está demasiado lejos —la tomó del brazo y la guió hacia un sendero—. Ten cuidado con las ortigas y con… —carraspeó—. Simplemente no salgas del camino y todo irá bien.
Stacie no recordaba el aspecto de las ortigas y no sabía qué más debía evitar. Pero siguió andando y decidió que no necesitaba saberlo mientras siguiera el sendero de tierra.
Varios pájaros de cabeza negra volaban en círculos sobre ellos y las hojas de los árboles susurraban con la brisa, pero aparte de esa música de la naturaleza, todo era silencio. Sonriente, Stacie siguió a Josh.
—Aquí es —él se detuvo y se hizo a un lado para hacerle sitio.
La vista desde donde habían dejado a los caballos había sido fantástica, pero lo que tenía ante sí le quitó el aliento. Kilómetros de jacintos silvestres alfombraban la pradera que se extendía bajo ellos. A la derecha, junto a un burbujeante arroyo, pastaba una enorme manada de reses.
—¿Tuyo? —dijo ella, demasiado asombrada para formular una pregunta coherente.
—Hasta donde abarca la vista —repuso él, abriendo los brazos.
—Increíble.
—Confiaba en que te gustara.
—No parece algo que se pueda poseer —Stacie hizo un esfuerzo para ordenar sus pensamientos—. Es como si una persona reclamara el cielo para sí.
Vio un extraño destello en la mirada de Josh y temió haberlo ofendido. Le tocó el brazo.
—No estoy diciendo que no deba ser tuyo, sólo que…
—No te preocupes —Josh le agarró la mano—. Yo he tenido esos mismos pensamientos.
—¿En serio?
Josh asintió.
—Mis antecesores se instalaron aquí a principios de 1800. Aunque las escrituras dicen que esta tierra es mía, me considero más bien su cuidador. Mi función es asegurarme de que la tierra siga aquí, intacta, por muchas generaciones.
—Para tus hijos. Y los hijos de ellos.
—Para ellos y para cualquier otro —Josh sonrió—. No hace falta ser propietario de un terreno para apreciar su belleza.
Stacie pensó en los viajes de vacaciones que había hecho con su familia. Muchos estados y lugares la habían llenado de admiración. Lugares que le gustaría volver a visitar. Iba a tener que añadir ése a su lista.
—Siempre recordaré esto —se volvió hacia él—. Volveré algún día.
Josh se acercó y captó su aroma a jazmín. Se preguntó si podría volver a olerlo sin pensar en ella.
—Siempre serás bienvenida, así como tu esposo y tus hijos.
—¿Esposo? —lo miró confusa.
—Para cuando regreses a Montana seguramente estarás casada —dijo él con tanta serenidad como pudo—. Y es posible que tengas un par de hijos.
Aunque su voz no desveló lo que sentía, era como si le hubieran puesto un hierro candente en el corazón. De repente, comprendió la razón. Quería que ella fuera feliz, sin duda, pero con él. No con algún ejecutivo sin rostro que no sabría cómo nutrir su alma.
«¿Nutrir su alma?», Josh rezongó para sí. Empezaba a sonar como una tarjeta del Día de los Enamorados. Como si él pudiera nutrir el alma de Stacie. No había sido capaz de cubrir las necesidades de Kristin, no tenía razón para pensar que podría cubrir las de Stacie.
—Para eso falta mucho tiempo —la vista de Stacie se perdió en el horizonte—. Quiero hacer y conseguir muchas cosas antes, empezando por encontrar mi edén personal.
—Lo encontrarás —dijo él—. Luego conocerás a alguien, te enamorarás…
—Te veo a ti con más posibilidades de eso que yo —apuntó ella con una expresión extraña.
—No creo —Josh soltó una risita—. He pasado por ahí. Probé. No funcionó.
—¿Estuviste casado?
A Josh lo sorprendió su tono de asombro. Había supuesto que Anna se lo habría contado.
—Lo estuve.
—¿Ella vive en Sweet River? —preguntó Stacie con curiosidad—. ¿Tenéis hijos?
—Se mudó a Kansas City después del divorcio —dijo él con serenidad—. Sólo estuvimos casados un par de años. No lo bastante para tener hijos.
Entonces él había querido un bebé, pero Kristin no había estado lista aún. Después se había alegrado de no haberlo tenido.
—Siento que no funcionara —Stacie le tocó el brazo, compasiva.
—Tuve mi oportunidad —Josh se encogió de hombros—. Seguramente tendré unas cuantas aventuras y moriré solo.
Josh no podía creer que su cerebro hubiera formulado esa idea, y mucho menos que sus labios la hubieran expresado en voz alta. No era lo que sentía en realidad, no exactamente.
A diferencia de algunos de los hombres que conocía, a Josh le gustaba la idea de pasar su vida con una mujer y siempre había creído que sería un buen esposo. Aunque su fracaso con Kristin le había hecho dudar de sí mismo un tiempo, sabía que tenía mucho que ofrecer a la mujer adecuada.
—Encontrarás a alguien —dijo ella con voz suave. Rodeó su cuello con los brazos y se acercó a su cuerpo—. Tu alma gemela está en algún sitio. Seguro que ahora mismo está buscando el camino para llegar hasta ti.
Él sabía que debería apartarla, pero le gustaba demasiado su proximidad. Sobre todo desde que el «alma gemela» que rondaba su mente había empezado a parecerse mucho a la mujer que tenía entre sus brazos.
—Yo no…
Ella rozó su boca con los labios para silenciar su protesta.
—Di: «Tienes razón, Stacie. Así será».
Aunque a Josh no le gustaba que nadie pusiera palabras en su boca, estaba dispuesto a decir lo que hiciera falta si eso servía para mantenerla cerca de él unos segundos más.
—Stacie —se inclinó y empezó a besar su cuello—. Tienes razón.
Ella gimió y echó la cabeza hacia atrás, exponiendo la piel marfileña de su cuello. Él deslizó la lengua por su mandíbula y oyó su jadeo.
—Di «Así será» —consiguió decir Stacie, aunque su respiración se había agitado.
—Stacie —puso las manos en sus caderas y la apretó contra su cuerpo—. Así es como va a ser.
Cerró los labios sobre los de ella y bebió de su boca. Sus lenguas se encontraron en una deliciosa danza y toda intención de separarse se esfumó.
La necesidad de hacerla suya lo abrasaba. Quería que lo amara…
Esa idea fue como un jarro de agua fría sobre el fuego que consumía su buen juicio. Dio un paso atrás y soltó su cabello, ignorando su murmullo de protesta.
—Pensándolo mejor, esto —intentó controlar el temblor de su voz sin conseguirlo del todo—, es muy mala idea.
Stacie dejó caer las manos a los lados, con el corazón desbocado y la respiración entrecortada. Hizo un esfuerzo por recuperar la compostura. No quería que él notara cuánto la había afectado el beso. Resistió la tentación de tocarse los labios que aún le cosquilleaban.
—La belleza del paisaje siempre me afecta de esta manera —dijo Stacie cuando el silencio empezaba a alargarse demasiado—. Cuando estaba