Páginas de cine. Luis Alberto Álvarez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Luis Alberto Álvarez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789587149838
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de Titiribí y habían sido mineros por las minas de El Zancudo. Completaban la familia dos hermanas mayores que Luis Alberto: Lilian y Stella.

      Nuestro autor estudió hasta 5.º de bachillerato en el colegio de los jesuitas de Medellín: el San Ignacio. Corría el año de 1963 cuando decidió ingresar a la congregación de los Misioneros Claretianos, y culminó el bachillerato en el seminario menor de Bosa, que los misioneros tenían cerca de Bogotá. En 1964 hace el año canónico de noviciado en la casa de Las Mercedes, municipio de Sasaima. Entre 1965 y 1966 adelantó dos años del ciclo trienal de filosofía en El Cedro, Zipaquirá, desde donde fue enviado a Roma a cursar el cuatrienio de estudios teológicos. Eran los años del Concilio Ecuménico Vaticano II y de la inmensa reforma de la Iglesia católica a la que dio lugar dicha asamblea.

      Luis Alberto concluyó los estudios teológicos en el Studium Theologicum Claretianum, en Roma. Entre sus maestros recordados, el gran biblista Joseph Snackenburg; entre sus mentores espirituales, el pastor evangélico Dietrich Bonhoeffer, mártir de la iglesia confesante en tiempos del nazismo; entre sus teólogos contemporáneos, leídos y admirados por él, Hans Küng.

      El 20 de junio de 1970 Luis Alberto recibió la orden del presbiterado (sacerdocio) en Spaichingen. Todavía permaneció en Alemania hasta marzo de 1973 cuando fue enviado por su comunidad de regreso a su nativa Colombia.

      Durante la permanencia en Italia se había despertado su pasión por el cine, dormida desde las experiencias fotográficas y operáticas de su infancia y primera juventud. En Roma asistió al cineforo del P. Taddey SJ, solo para sacerdotes y religiosos, en donde se encontró con el neorrealismo italiano y todo lo que siguió. Para decirlo en anécdota: conoció en Roma, en los estudios cinematográficos de Cinecittá, a María Callas, vestida de Medea, dirigida para la escena por Pier Paolo Pasolini. Eran como las bodas de dos de sus pasiones: la ópera y el cine. Los años en Alemania habían sido de estudios en una escuela de trabajo social, y de cine, mucho cine, al que ya no abandonaría por el resto de su vida.

      Aparte de sus páginas de cine, Luis Alberto escribió un buen número de artículos para otras revistas y para historias del cine y la cultura aquí en Colombia. Una amiga suya, Ángela María Chica Bedoya, escribió una biobibliografía de Luis Alberto para graduarse de bibliotecóloga en la Universidad de Antioquia, la cual puede consultarse en el repositorio de la biblioteca universitaria. Además custodia, en la Casa Museo Luis Alberto Álvarez, en Medellín, recuerdos personales de la vida de este: libros, objetos, muebles, discos, casetes, aparatos que le ayudaron al crítico a ver y a difundir el cine. Allí hay divas fotografiadas en su esplendor, cantantes en do de pecho, una pequeña imagen faraónica, dos o tres acuarelas del maestro Elkin Obregón, otro de los contertulios de Luis Alberto, participante del “simposio”, de la red de amistades que se cultivaban mutuamente compartiendo la música y el cine, la literatura, el arte y los valores de la honradez y la amistad.

      En dicha casa museo también ronronea un gato, apellidado Grau, para recordar el amor de Luis Alberto por los mansos animales. Tampoco falta una buena colección de libros de cocina, y en uno de ellos la receta del tiramisú, uno de los postres preferidos de Luis Alberto. Otro de sus grandes e íntimos amigos, Héctor Abad Faciolince, lo secundaba en el gusto por la comida y los vinos italianos, cuando el reconocido escritor lo invitaba con frecuencia dominical a departir en su casa y con su familia.

      Luis Alberto recibió el Mundo de Oro del periódico El Mundo de Medellín en 1990, postulado por su amigo Carlos Gaviria Díaz. Los quebrantos de salud que se hacían cada vez más frecuentes le impidieron recibir personalmente el galardón.

      Poco antes de su muerte, la Universidad de Antioquia le confirió a Luis Alberto el título honoris causa en Comunicación Social y Periodismo, y, a su vez, la institución recibió de la congregación de los Misioneros Claretianos el legado del gran crítico de cine, el gran gestor cultural: su biblioteca especializada en cine, con más de mil volúmenes, una hemeroteca cinematográfica, una videoteca con mil seiscientas películas en diversos formatos, una fonoteca de música clásica especializada en Mozart y en ópera, ahora en la emisora de la universidad, y el archivo de recortes de artículos y fotografías de cine, organizado alfabéticamente por directores. La universidad destinó, para albergar este importante legado, espacios dignos y adecuados en donde puede ser consultado cumpliendo los requisitos establecidos. También decidió, para honrar su memoria, que uno de los auditorios del campus universitario llevara su nombre, y estableció una conmemoración anual que se ha institucionalizado en la Cátedra de Cine Luis Alberto Álvarez, promovida ahora por Extensión Cultural de la alma mater.

      Quien escribe esta reseña fue compañero y hermano de Luis Alberto en la congregación de los Misioneros Claretianos. Juntos compartieron más de veinte años de vida, primero como seminaristas, luego como sacerdotes y finalmente en la vida comunitaria cotidiana, en los compromisos religiosos y académicos y en las labores culturales.

      Gracias a la Universidad de Antioquia por la reedición de las Paginas de cine de Luis Alberto Álvarez, sacerdote misionero claretiano. Seguramente va a prestar un gran servicio a la vida cultural de Medellín y del país. Además, evoca la grande y bondadosa figura de este misionero de la cultura, las artes y la sencillez evangélica, al cumplirse, en 2021, los veinticinco años de su paso a la Luz, a Dios.

      Bogotá, abril de 2020

      A la memoria de José María Arzuaga, Hernando Salcedo Silva y Jorge Silva

      Presentación

      El crítico de cine es, más que otra cosa, un espectador intensivo. Su labor es, en mi opinión, poner a disposición de la gente que va a cine informaciones y referencias que le ayuden a formar su propio juicio, incluso contra el del crítico mismo. Esto es lo que he buscado realizar en más de diez años de colaboraciones cinematográficas para el diario El Colombiano de Medellín y para otros medios. El libro es una selección de ese trabajo y en él es posible notar evoluciones, desplazamientos, intereses coyunturales, aunque creo que también de permanencia de criterios. Para el lector debe significar, ante todo, un lugar de referencia, un pro memoria, un mapa de nuestro paisaje cinematográfico, desértico pero con ocasionales oasis. Quiero agradecer aquí a Andrés Upegui y Luis Fernando Isaza, quienes no solo tuvieron la idea de esta colección de artículos, sino que realizaron con diligencia y atento cuidado la selección de los mismos. También al Instituto Goethe de Medellín, por su valioso aporte.

      Luis Alberto Álvarez

      En busca de un cine colombiano

      En contra de lugares comunes

      El cine colombiano y la crítica

      Algunos realizadores nacionales consideran que la crítica es un frente enemigo. Por amistad ellos entienden solo la contemporización y la complicidad. En sus apreciaciones aplican indiscriminadamente una serie de clisés y ni siquiera se preocupan por confrontar si sus afirmaciones redondas coinciden con la realidad de la crítica.

      Así, por ejemplo, una de las ideas más socorridas es que los críticos se guían en sus aseveraciones por un cine europeo o americano, o por los clásicos productos de cinemateca y que de acuerdo con ello le hacen exigencias al cine colombiano. Esto se complementa diciendo que en nuestro país no hay críticos sino “comentadores”, descalificando así de un golpe una labor analítica y un servicio informativo que, si bien tiene diversos niveles de calidad, no es clasificable en cajones gremiales o profesionales como aquellos que los realizadores y técnicos pretenden para sí. Quien esto escribe ha publicado artículos sobre cine en periódicos y revistas por más de diez años y ha realizado un buen número de programas de radio sobre el mismo tema. No posee tarjeta profesional de periodista y le importa más bien poco si alguien lo clasifica o no dentro de este gremio. Si el nombre más adecuado es “comentarista” o “comentador”, no hay ningún inconveniente. En realidad, nunca he pretendido ser más que un espectador que tiene a su disposición un espacio para comunicar sus experiencias y sus pareceres. Lo importante es que la denominación no se