Páginas de cine. Luis Alberto Álvarez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Luis Alberto Álvarez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789587149838
Скачать книгу

      Páginas de cine. Volumen 1

      © Congregación Hijos del Inmaculado Corazón de María. Misioneros Claretianos, Provincia Colombia-Venezuela

      © Editorial Universidad de Antioquia®

      ISBNe (obra completa): 978-958-714-982-1

      ISBNe (volumen): 978-958-714-983-8

      Primera edición: marzo de 1992

      Segunda edición: junio de 2020

      Guion gráfico: Oswaldo Osorio

      Hecho en Colombia / Made in Colombia

      Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia

      Editorial Universidad de Antioquia®

      (+57) 4 219 50 10

      [email protected]

       http://editorial.udea.edu.co

      Apartado 1226. Medellín, Colombia

      Imprenta Universidad de Antioquia

      (+57) 4 219 53 30

      [email protected]

      Las imágenes incluidas en esta obra se reproducen con fines educativos y académicos, de conformidad con lo dispuesto en los artículos 31-43 del capítulo III de la Ley 23 de 1982 sobre derechos de autor. Especial agradecimiento a la Biblioteca Pública Piloto, Carlos Santa, Juan José Escobar Gallego, Luis Crump Carvajal y Víctor Gaviria

      Prólogo

      Las Páginas de cine de Luis Alberto Álvarez C.

      Por: Guillermo Vásquez S., CMF

      Cuando comenzaron a aparecer las Páginas de cine, editadas originalmente con este título por la Editorial Universidad de Antioquia en su colección Celeste, Luis Alberto llevaba ya muchos años escribiéndolas “religiosamente” para el periódico El Colombiano de Medellín. Las alternaba con una intensa actividad divulgativa a través de cursos monográficos, programas radiales, artículos para otras publicaciones. Y no solo en el campo del séptimo arte; también en la música clásica, la ópera —una pasión que pocos entendían pero que él disfrutaba y nos hacía disfrutar enormemente—, la enseñanza del alemán —que había llegado a ser su segunda lengua—, y en sus obligaciones religiosas y sacerdotales como capellán de un convento de religiosas. Mantenía también una tertulia permanente en su casa de Villa con San Juan, la que había sido residencia de su familia hasta que murió su madre y él la heredó.

      Luis Alberto era invitado permanente al Festival Internacional de Cine de Berlín y al de Cartagena —¡qué contraste!—, y alguna vez fue invitado también a un importante festival de cine en Río de Janeiro, así como a visitar los estudios cinematográficos de Estados Unidos, donde tuvo oportunidad de entrevistarse con algunos de los grandes directores: George Cukor, Rouben Mamoulian y Robert Wise.

      Pero pocos sabían del intenso trabajo personal y secreto que alimentaba su poderosa actividad divulgativa: horas y horas, días y días, que se pasaba escuchando música, viendo juiciosamente película tras película, leyendo, en varias lenguas, libros, revistas y periódicos especializados. Recortando artículos que clasificaba cuidadosamente y guardaba en viejos archivadores metálicos, organizando su creciente biblioteca, su hemeroteca y, en los últimos años de su breve pero intensísima vida, leyendo catálogos de películas para escoger, marcándolas, las que Paul Bardwell, su amigo y mentor en el Colombo Americano, les encargaba a las cadenas de distribución y le hacía llegar por medio de su valija diplomática.

      Los que compartíamos la cotidianidad de Luis Alberto tratábamos de crear en torno suyo un ambiente propicio, de calma y algo de silencio, de presencias amables: pájaros que trinaban, una gata amorosa, de sobrenombre Zuka, que dormía plácida cuando él abandonaba su sillón de lectura o que se le enrosacaba bajo la silla del escritorio de comino crespo, imponente pieza de ebanistería heredada de su padre; acallábamos también los ladridos de Lukas, que pedía su paseo cotidiano y liberábamos a Luis Alberto de las minucias domésticas: pagos, cuentas, reparaciones y tantas otras, que para célibes resultan un tanto engorrosas.

      A su llegada de Alemania, en 1973, la comunidad de los Misioneros Claretianos, a la que pertenecía desde muy joven, destinó a Luis Alberto a Manizales, en donde escribió, por breve tiempo, artículos de cine para el periódico La Patria, de la capital caldense. Trasladado a Medellín, muy pronto “heredó” el pequeño espacio de los apuntes cinematográficos que ocasionalmente escribían Alberto Aguirre y Orlando Mora. De ambos llegó a ser muy buen amigo y aguerrido contradictor intelectual. Era una dicha oírlos discutir acalorada pero muy respetuosamente de parte y parte, mientras Conchita nos servía los deliciosos fríjoles sabatinos. Aurita López y algunos otros convidados guardábamos respetuoso y atento silencio, disfrutando el duelo de titanes.

      La página de cine de El Colombiano se convirtió en una cátedra abierta en la que se formaron no pocos críticos, que ahora siguen los pasos del eminente claretiano. Pocos años antes de su prematuro fallecimiento (el 23 de mayo de 1996, hace ya veinticuatro años), dos jóvenes amigos, asiduos al “simposio” que siempre se establecía en torno suyo, le propusieron recopilar lo mejor de su producción, y se ofrecieron para ayudarle en la tarea de selección y de primera revisión para darlos a la imprenta. Eran Luis Fernando Isaza, ahora ocupado anestesiólogo, y Andrés Upegui, abogado con intereses culturales amplios y variados. Entre los dos hicieron la primera criba de las ya muy numerosas y extensas “páginas”, que Luis Alberto corrigió y organizó con su ayuda y que, como dijimos al empezar estos apuntes, la Universidad de Antioquia publicó en 1988, sin planearse todavía los siguientes segundo y tercer volúmenes.

      La dedicatoria que Luis Alberto quiso hacer de su antología resultará significativa para los conocedores: “A la memoria de José María Arzuaga, Hernando Salcedo Silva y Jorge Silva”. Se trata de un español radicado en Colombia y activo como director de cine y documentales por los años sesenta: José María Arzuaga; del gran crítico y gestor cultural, don Hernando Salcedo Silva, un auténtico cachaco bogotano, que fue amigo personal y admirado maestro de Luis Alberto; y de un director que conmovía a nuestro crítico con sus temas sociales y sus espléndidas fotografías denunciantes en blanco y negro: Jorge Silva.

      Luis Alberto estructuró su recopilación en seis secciones de desigual extensión que bien vale la pena enumerar para hacernos una idea, así sea remota, de su interesante contenido: “En busca de un cine colombiano”, “El cine de Latinoamérica”, “Hollywood en nosotros”, “Renacimiento del cine alemán”, “El cine de los maestros” y “Divas”. Son 553 páginas apretadas (en la primera edición), incluida una pequeña sección de fotografías, el índice de autores (más bien de “nombres”) y otro de películas, este último según su título comercial en español, con el título en el idioma original entre paréntesis.

      De esta primera recopilación la misma Editorial Universidad de Antioquia hizo una “primera reimpresión” en 1992, añadiendo al título original la designación de “volumen 1”, pues ya estaba en curso la edición del “volumen 2” que apareció en ese mismo año y que, como el primero, se agotó rápidamente.

      Los “ingredientes” con los que Luis Alberto amasaba su página de cine semanal comenzaban a verse sobre su escritorio el lunes o el martes; eran materiales de consulta sobre la película o el tema cinematográfico que fuera a tratar: un director, un actor, un género, la filmografía de un país, la de una época, alguna de sus “divas” favoritas. Se trataba de revistas, recortes de periódicos, algunas fotografías de las que coleccionaba cuidadosamente, catálogos, afiches. O la misma película o películas en su formato digital del momento, cuando estos comenzaron a aparecer. Leía, veía, reflexionaba. Estábamos sus acompañantes, hasta el perro y la gata, en trance de producción. Hacia el jueves o viernes encendía el horno, es decir, se sentaba a escribir, máquina de escribir, máquina de escribir eléctrica, el primer computador personal, traído de Estados