En segundo lugar, Macas planteó el problema de la exclusión jurídica y política, y cultural y económica del indio de las «civilizaciones modernas» implantadas en América. Lo resumió en una sola frase: reconocimiento del indio como indio, con su forma de ser y de vivir, sus valores, sus costumbres y su forma de reproducción material. Macas ponía indirectamente en tela de juicio un concepto moderno de derechos civiles y de derechos humanos generado en las filosofías jurídicas del esclarecimiento europeo y en los ideales que inspiraron la Revolución francesa, pero en realidad formulados ya antes por Bartolomé de las Casas, Francisco de Vitoria y la llamada Escuela de Salamanca.
Gran mérito de Las Casas y De Vitoria fue su justificación de la conquista americana como proceso liberador en un sentido espiritual y jurídico respectivamente. Con la conquista y la colonización nacía, de acuerdo con sus tratados y lecciones, una autoconciencia a la vez jurídica y teológica que sigue siendo hoy pura virtualidad. De Vitoria planteó el problema del «derecho de gentes» con la mirada puesta en un mundo abierto a las exploraciones geográficas y a las explotaciones industriales del naciente capitalismo europeo, como años más tarde lo desarrollaría Grotius con miras al colonialismo holandés y británico. En nombre de estas exigencias de expansión, pero no precisamente en nombre de los intereses de los habitantes del continente americano y sus formas de vida, el filósofo salmantino reformuló el concepto imperial romano de un derecho internacional. De la misma manera que De Vitoria rechazaba un orden universal basado en la violencia sin ley, Las Casas rechazaba un orbe cristiano comprendido como vasallaje por medio de la esclavización forzada y el bautismo compulsivo. Si Las Casas redefinía al indio cristianizado en términos de una libertad moral y trascendente, De Vitoria los reconvertía en sujetos jurídicos de una igualdad virtual que los equiparaba a los derechos universales de las compañías comerciales a explorar mares, explotar tierras y comerciar con el totus orbis. Pero en términos reales ninguna de estas jurisdicciones teologales o seculares podía resolver la herida perenne del poder colonial.
El verdadero presupuesto de estas doctrinas liberales no era la existencia de comunidades históricamente diferenciadas, ni de lenguas y formas de vida radicalmente dispares de las cristianas, sino una universalidad basada en un concepto escolástico de alma y construida sobre la base de la doctrina cristiana de la salvación de esas mismas almas. Lo que significaba que la premisa de aquellas libertades del indio, formalmente adquiridas por la doctrina humanista del siglo XVI, no era otra cosa que una conversión integral de las formas de vida tanto a la racionalidad económica de las expediciones coloniales como a la constitución espiritual del alma aristotélica.
Esta era la constelación histórica implícita en la crítica que Macas hacía al vigente concepto formal de derechos humanos y de libertad; crítica, en fin, a la abstracción de la realidad histórica, cultural y socialmente diferente de las culturas originales de América.
Claro está que el principio cristiano de conversión nunca ha funcionado perfectamente. Ni la «libertad interior» que Las Casas defendió fue precisamente normativa para la burocracia sacerdotal de la Propaganda Fide y la Inquisición colonial. Ni las bulas imperiales de la Iglesia romana visaban otra cosa que la «depresión» del indio. El reino cristiano de la salvación y el concepto tomista de libertad, así como sus réplicas reformistas en las llamadas teologías y filosofías de la liberación en el día de hoy, no tenían y no tienen otra función que la de justificar el poder de la ciudad celestial y de su refundición como ciudad letrada en el lugar de las destruidas ciudades, formas de vida y dioses de América. La redención por la Iglesia o la libertad que podían garantizar sus reducciones, sus mitas y sus encomiendas significaban, para el indio, algo peor que una ficción. Bajo su violenta realidad se imponía un doble discurso y una doble moral, pero una sola y única falsa conciencia. La libertad, la igualdad y la salvación en el cielo, y la servidumbre y la desigualdad en la tierra. La conciencia, la vida espiritual estilizadas como un más allá y una virtualidad, la dependencia institucional y la miseria definidas como irreparable realidad temporal. La teoría de la liberación que formularon Las Casas o Vasco de Quiroga es una teología política de la colonización.
La «cuestión indígena» se reformulaba a la vez, en el discurso de Macas, como un problema político y un problema jurídico. Su lado político llevaba consigo una redefinición de las democracias en América Latina en la misma medida en que llenaba su concepto formal y socialmente vacío con renovados contenidos culturales, étnicos y existenciales. Desde un punto de vista jurídico esta radicalización de la democracia significaba y significa asumir en la declaración de los derechos humanos las desiguales condiciones políticas y económicas bajo las que se definen los pueblos y las culturas, y su lucha por la supervivencia. Pero estas dos perspectivas llevan necesariamente a una tercera cuestión: el problema de la civilización como un todo.
La crítica de la civilización fue el tercer punto del breve comentario de este líder indígena.
—Desde la llegada de los europeos a América —eran aproximadamente sus palabras— ha existido un conflicto radical entre el indio y el occidental. Este conflicto no comprende solamente la religión, la escritura, los conocimientos y la organización social. Más bien es el conflicto de todos estos elementos considerados en su conjunto. Es el choque entre dos civilizaciones.
Me parece importante añadir aquí un comentario sobre el concepto de «destrucción» colonial de las Américas y su significado en el pensamiento moderno. Concepto de larga historia, si se tiene en cuenta que una de las crónicas de Indias más leídas en Europa, la de Bartolomé de las Casas, exhibe el signo de esta destrucción en su mismo título. La destrucción de las culturas andinas es también el leitmotiv que preside los Comentarios reales de Inca Garcilaso. Las citas pueden prolongarse lo mismo a viajeros europeos como Benzoni, como a líderes quechuas como Guamán Poma. Pero quiero llamar la atención sobre la reformulación más reciente de este topos literario bajo la confluencia de la historiografía, la antropología y la teoría crítica de la civilización industrial y, muy en particular, sobre el libro de Miguel León-Portilla la Visión de los vencidos. Esta reconstrucción es relevante no tanto como documentación del testimonio de las culturas y voces originales de América, sino sobre todo como tentativa de encerrar esa mirada no occidental del indio sobre el proceso civilizador de Occidente bajo una contraposición simple de vencedores y vencidos: «Arde y se calcina mi corazón. ¿Qué es lo poquito que yo tengo? De mi fardo, el hueco de mi manto, por dondequiera cogen: me lo van quitando. Se hizo, se acabó el habitante de este pueblo».19 El discurso del indio se petrifica como relato de una pérdida y del vaciamiento de la existencia, como grito de agonía y testimonio de un final.
Semejante visión ha sido y es doblemente conciliadora con respecto al discurso de la colonización. Asume y valida expresamente la moral cristiana del sacrificio y el sufrimiento, al mismo tiempo que confirma una mirada humillada y humilde del indio, complementaria a la estilización heroica del conquistador. No por ello era y es menos importante este primer reconocimiento del sujeto colonizado. Vencido o no vencido, la antropología latinoamericana solo reconocía en el indio americano la mirada de una reducida visión.
El siguiente paso en el curso de la revisión historiográfica del descubrimiento occidental de América lo dio Nathan Wachtel con una obra posterior que exhibe, sin embargo, el mismo título de la obra de Portilla: La vision des vaincus.20 Wachtel estudió un caso aparentemente limitado: la colonización andina durante el siglo XVI. Su investigación reconstruye analíticamente la progresiva desestructuración colonial del mundo andino bajo sus aspectos demográficos, económicos, sociales y religiosos. Desestructuración como proceso complementario, pero no idéntico a la destrucción de vidas, la explotación de