–Lo siento, Jamie. ¿Solo tenías dieciséis años? Una cosa así debió de cambiarte la vida.
–Sí, desde luego. Pero, por lo menos, yo era casi un adulto. Tessa solo tenía catorce años.
–¿Y qué fue de vosotros? ¿Con quién vivisteis a partir de entonces?
Jamie tiró de ella, instándola a seguir caminando. Olivia apenas podía verle la cara en la oscuridad, pero a lo mejor él lo prefería así.
–Mi hermano Eric volvió a casa para cuidar de nosotros. Se hizo cargo de la cervecería hasta que Tessa y yo pudimos ayudarle. Ahora la llevamos los tres.
–¿Por eso le cuesta tanto dejar que tú la dirijas? ¿Porque ha asumido esa responsabilidad durante mucho tiempo?
–Sí, estoy seguro de que esa es gran parte de la razón.
Aquel era un tema doloroso para Jamie. Olivia no necesitaba verle la cara para comprenderlo. De modo que decidió dejarlo de lado.
–Tu hermana parece muy simpática.
–Y lo es. Es demasiado inteligente para su propio bien. Pero fue ella la que fue capaz de mantener a la familia unida, incluso siendo tan joven.
Olivia se preguntó qué papel habría jugado él, pero no lo preguntó. Le parecía un asunto demasiado serio para una noche de diversión. Tenía la sensación de que había tropezado de forma involuntaria con un tema profundo y espinoso.
–Bueno, supongo que es una suerte que a los tres os guste el mundo de la cerveza. No sé qué habría pasado si no hubiera sido así.
–Era imposible que no nos gustara. Es un don que se lleva en la sangre.
Olivia le dio un golpe con la cadera.
–Un don, ¿eh?
–Algunos nacemos con él, pero también se puede adquirir.
–¿Entonces todavía hay alguna esperanza para mí?
Jamie le acarició con el pulgar la sensible piel de la mano.
–Claro que hay esperanza para ti. Sé que aprendes rápido.
A lo mejor era cierto que aprendía rápido, porque se estaba olvidando ya de la hora que era y estaba empezando a disfrutar. Un paseo nocturno, descalza y con un hombre encantador. Y estaba segura de que iban a hacer el amor. Notó el fuego de la anticipación en el vientre.
Cuando había empezado a salir con Víctor, había sentido muchos nervios. Temblaba incluso de ansiedad y deseo. Pero nunca había experimentado aquella líquida languidez. Ni nada que se le pareciera. El deseo por Jamie era tan fuerte que la hacía sentirse poderosa.
Jamie la llevó a un restaurante en el que Olivia solo había estado una vez. Compartieron una botella de vino y consiguieron evitar temas espinosos. Él no le preguntó por su divorcio. Ella no le preguntó por su familia. Hablaron de música y de los cotilleos de la universidad. Después, Jamie le contó las más absurdas anécdotas sobre clientes que habían bebido demasiado o querían recibir terapia gratuita por parte de alguien amable. Para cuando salieron del restaurante, Olivia se había reído tanto que estaba sin aliento y le dolían los costados.
–¡Por favor, dime que no es verdad! –le pidió entre risas.
–Es cierto –insistió Jamie–. Le tiró el anillo, le volcó un cuenco de cacahuetes en la cabeza y se fue. Y, y no estoy de broma, él se volvió hacia la mujer que tenía a su lado en la barra y le pidió que se casara con él. ¡Y ella aceptó!
–¡No!
–La mujer en cuestión era la mejor amiga de su exnovia. Al parecer, había estado sentada en el banquillo, esperando que le llegara la oportunidad de participar en el juego.
–¡Dios mío! ¿Y siguen casados?
–No tengo ni idea. No volví a verlos. La otra mujer, la primera, se pasó por la cervecería unas cuantas veces, pero no me pareció apropiado preguntarle.
Olivia reía de tal manera que tuvo que detenerse y apoyarse contra la parada del autobús con las manos en el estómago mientras intentaba tomar aire.
–¡Es la historia más horrible que he oído en mi vida!
–Pues tengo muchas más, pero iré dosificándolas para que no pierdas el interés.
Olivia se enderezó sonriéndole e intentó memorizar su rostro, azul en medio de la noche. El cielo escuro que lo enmarcaba estaba cubierto de estrellas y la hizo sentirse luminosa por dentro. O a lo mejor fue la caricia de Jamie, que le rozó las mejillas con las yemas de los dedos.
–Deberías quitarte los tacones –le propuso Jamie–. Queda un largo camino hasta casa.
–No quiero quitarme los tacones –replicó ella, apoyando la cabeza contra el cristal de la parada–. Quiero parecer sexy.
Los dientes de Jamie resplandecieron cuando sonrió.
–Tú estás sexy de cualquier forma.
–Eso no es verdad. Normalmente parezco una profesora.
–Sí, es verdad, pero…
–¡Eh! –Olivia le dio un empujón, pero apenas consiguió moverle el hombro.
–Pero me gusta verte con esas falditas tan delicadas, los jerséis de lana y las gafas. Me pareces inaccesible.
Olivia sintió una punzada de arrepentimiento porque aquella era su verdadera personalidad. Lo sabía, pero quería otra cosa. Cuando cerró los ojos, Jamie le acarició el labio con el pulgar, activando todas sus terminales nerviosas.
–Me gusta porque, cuando te veo con la blusa toda abotonada y con un aspecto tan discreto, te recuerdo desnuda en el jacuzzi, con el vapor elevándose a tu alrededor…
–Jamie –susurró Olivia con la yema del pulgar de Jamie entre los labios.
–… con la cabeza hacia atrás mientras cabalgas sobre mí. Y con los labios entreabiertos al llegar al orgasmo.
El deseo estalló dentro de ella. Hundió el dedo de Jamie entre sus labios y lo succionó. Y le encantó oírle gemir.
–Olivia… –susurró él con voz ronca.
Cuando Olivia le acarició el pulgar con la lengua, Jamie gimió y se presionó contra ella. Sacó el pulgar de entre sus labios y arrastró aquella humedad por su barbilla mientras la besaba con fuerza. Hundió la lengua en su boca, haciéndole saber que estaba tan excitado como ella.
El vino la había relajado lo suficiente como para ser capaz de abrir las piernas cuando Jamie deslizó la rodilla entre ellas. Sintió la presión del muslo de Jamie contra su sexo mientras ella hundía los dedos en su pelo y profundizaba el beso. Estaba ardiendo por dentro, pero cuando Jamie posó la mano en su seno, el gemido de Olivia fue mitad de deseo mitad de alarma. Era de noche, pero estaban en la calle y no había bebido tanto como para hacer algo tan atrevido.
Cuando volvió la cabeza, Jamie deslizó la boca hasta su seno y tiró con suavidad del pezón.
–No –susurró ella.
Pero, al mismo tiempo, se estrechó contra él, hundió la rodilla entre sus piernas y Jamie frotó el muslo contra su sexo hasta hacerla gemir.
–No puedo seguir haciendo esto –susurró Olivia.
–¿Haciendo qué?
–Esto. Vamos a meternos en un lío.
–Solo nos estamos besando –la contradijo él, mordisqueándole la mandíbula.
–No –gimió–. Esto no es solo un beso. Es…
–Esto es divertirse –respondió Jamie, moviéndose contra ella–. Y nadie