Qué tonta había sido al creer que era la única mujer de su vida. Al creer que era alguien especial. La verdad era que a ciertos hombres les gustaba sentir la adoración de las jóvenes. Les gustaba ser los mentores sabios, los iniciadores en el sexo, siempre en posesión de la autoridad. Y a muchas mujeres jóvenes les gustaba también aquel acuerdo.
Olivia intentó sacudirse los recuerdos. Ella ya no era así. Había dejado de ser así mucho tiempo atrás.
Pero si Víctor no la había denunciado, ¿quién habría sido? ¿Quién más lo sabía? Que ella supiera, Gwen era la única persona al tanto de que Jamie estaba en su clase y de que ella estaba saliendo con él. Pero no podía ser Gwen. De ninguna manera. A lo mejor había sido una casualidad. A lo mejor algún alumno les había visto salir juntos y temía que pudiera mostrar algún favoritismo. ¿Pero por qué? Aquel curso no tenía créditos asignados. No habría nota.
A lo mejor había sido Víctor el que había llamado y había confiado en su capacidad para mentir para eludir cualquier enfrentamiento con ella.
Cuando llegó a su casa, Olivia estaba tan confundida como cuando había salido del despacho de Lewis. No podía pensar. No quería pensar. Y solo conocía una manera de evitar que su mente dejara de funcionar, de modo que se puso la ropa deportiva y salió a correr.
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