–Te avergüenza tener una relación amorosa con un sospechoso de asesinato –le dijo.
Yelena abrió mucho los ojos.
–¡No! ¿Cómo puedes pensar eso?
–Entonces, ¿cuál es el problema?
–Tienes que dejar de mentirle.
Él entrecerró los ojos.
–No le estoy mintiendo.
Ella resopló, molesta.
–Mentir por omisión sigue siendo mentir. Y ya me miente bastante mi her…
No terminó la frase, cerró corriendo la boca.
–¿Qué ha hecho Carlos? –inquirió Alex.
–Nada. Lleva meses sin decirme absolutamente nada. Y tu silencio con él tampoco va a solucionar el problema.
–¿Qué te hace pensar que hay un problema?
–No me trates como si fuese idiota, Alex. Hay un problema.
–Eso no es asunto tuyo –le dijo él.
–Tonterías. Esto no solo afectará a Sprint Travel y a la campaña. Además, es mi hermano, y tu socio.
Él la fulminó con la mirada.
–¿Y tu regla de no hacer preguntas personales? –le preguntó, cruzándose de brazos–. ¿O es que estás intentando provocar una discusión?
Le había dicho lo último en un tono sorprendentemente íntimo. Yelena notó un cosquilleo por todo el cuerpo y se le aceleró el corazón.
–Siempre te gustó una buena… –continuó.
–¡Alex!
–Pelea –terminó él sonriendo.
Estaban teniendo una conversación muy seria y él parecía… ¿divertido?
Furiosa, Yelena intentó controlarse.
–Tal vez me esté cansando de tus caras raras.
–¿De qué caras raras?
–Tan pronto me miras como si no me soportases, como me miras como si quisieras…
–¿Besarte?
Alex atravesó la habitación tan rápido que a Yelena no le dio tiempo a darse cuenta de lo que iba a hacer. Notó que la agarraba del brazo y se quedó inmóvil, sorprendida.
–No me toques –le dijo en tono frío.
–¿Por qué no?
Ella se ruborizó.
–Porque te estás comportando de manera poco profesional.
Él resopló burlonamente.
–Así que tú también lo has notado.
–¿El qué?
Alex le acarició el brazo.
–Lo que hay entre nosotros. Lo que ha habido siempre, aunque yo estuviese fuera de tu alcance por salir con tu hermana.
Yelena se zafó.
–¡No te atrevas a hablar de eso!
–Es la verdad.
Ella retrocedió un paso, luego, otro.
–Pero no está bien –replicó, con los brazos en jarras, con el deseo y la culpabilidad haciendo que le ardiese la cara–. ¿Sabes cuántas veces quise contarle a Gabriela lo nuestro? Y cada vez que me convencía a mí misma de hacerlo, ella sonreía como una tonta y me decía lo feliz que era. Yo me odiaba a mí misma por desear al novio de mi hermana. Lo que hicimos estuvo mal.
A Alex se le oscureció la mirada.
–Solo nos dimos un par de besos, no hicimos nada inmoral.
–Tal vez no lo fuese para ti, pero yo, siempre que estaba contigo…
«Era tan feliz, pero tan desdichada al mismo tiempo porque también la hacías feliz a ella», pensó.
–Olvídalo –añadió, dándose la vuelta y caminando hacia la puerta.
Empezó a empujarla, pero se detuvo. Estaba deseando salir de aquella habitación, pero lo cierto era que el daño ya estaba hecho. No solo había abierto la puerta de su pasado, sino que la había atravesado tan contenta.
A regañadientes, se dio la media vuelta.
–Alex… con respecto a Gabriela.
–¿Qué? –dijo él, tomando su teléfono móvil de encima del escritorio y comprobando si tenía mensajes–. ¿Consiguió llevarse a Jennifer Hawkins a su agencia?
Yelena guardó silencio y él levantó la vista por fin.
–¿Qué? –inquirió–. ¿Va a volver a posar? ¿Ha vuelto a la ciudad? ¿Se va a casar?
–No.
Alex dejó de sonreír al ver a Yelena tan seria.
–¿Qué?
Yelena se tocó el colgante y tragó saliva.
–Gabriela está muerta.
Pasaron varios segundos en silencio, pero cargados de significado.
–Es una broma –dijo Alex con incredulidad.
–¿Crees que te mentiría sobre algo así? No se anunció oficialmente, así que no podías saberlo.
–¿Cuándo?
–En marzo. Me llamó desde España el día de Nochebuena, justo después de que nosotros… tú y yo… –dejó de hablar, se sentía culpable.
Se habían comportado como dos adolescentes, en el coche, delante de la casa del padre de Alex.
–Me llamó cuando estaba volviendo a casa, me pidió ayuda, desesperada –continuó Yelena–. Intenté llamarte desde el aeropuerto, pero habías apagado el móvil. Cuando aterricé en Madrid, seguí llamándote, al móvil, a tu casa. Luego conseguí hablar con alguien de seguridad, pero no me permitieron hablar contigo.
–Y después dejaste de intentarlo.
No era una acusación, solo una afirmación. Era cierto, había dejado de intentarlo.
–Estuve una semana llamándote –admitió–, pero tú no me dejaste que me comunicase contigo. Les dije que llamaba de Bennett & Harper, pero nada. Pensé que… –dejó de hablar porque le tembló la voz, se sentía avergonzada.
Alex puso los brazos en jarras.
–¿Pensaste que quería romper contigo?
–¿No era así? –le preguntó ella–. Me había marchado sin decírtelo y terminé recorriendo con Gabriella un montón de pequeños pueblos. Cuando por fin llegamos a Alemania en marzo, me enteré de lo de tu padre, un par de semanas después de que te hubiesen absuelto de todos los cargos. Pero luego los problemas de Gabriela, su muerte, eclipsaron todo lo demás.
Le mantuvo la mirada hasta que Alex la apartó y se pasó una mano por los ojos.
–No lo sabía. Mi vida ha sido… –se interrumpió, bajó la vista y exhaló–. Siento lo de tu hermana. ¿Cómo…?
–Un accidente de tráfico. Era…
«Impulsiva, temeraria, egoísta», pensó.
–Gabriela –dijo en su lugar, sonriendo un poco y encogiéndose de hombros.
–¿Y tus padres no lo han hecho público?
–No he conseguido convencerlos –admitió ella.
–Pues